Google/ Nueva biblioteca de Alejandría
Con la herramienta del buscador Google la erudición sobre casi cualquier materia parece hoy al alcance de la mano. Basta hacer un clic con el mouse y de pronto, tras un rápido destello mágico, accedemos al asunto exacto que nos interesa saber o constatar. Sin embargo, yo dudo de que esos preciados datos obtenidos tan fácilmente tengan un valor equivalente a aquellos otros que, en el reciente pasado de los lectores de bibliotecas, se hurgaban con tesonera paciencia. La nueva erudición, de hecho, carece de legítima sustancia. Ya no se devora un libro tras otro, ni se bucea en el contexto.Hemos entrado en la sabiduría del resumen. “¿Usted leyó El tambor de hojalata?”, le pregunto a un aplicado universitario. “No”, me responde. “Pero revisé dos páginas del libro (citadas en Internet) para hacerme una idea del estilo de su autor, y luego, leyendo una reseña, me enteré de que el libro trata de un enano, o de un niño que decide no crecer durante la Segunda Guerra Mundial (una protesta antibelicista, según la crítica), y cuyo rasgo más saltante es que posee una voz capaz de romper vidrios de ventanas, como las cantantes de ópera destrozan copas con sus notas más agudas”.
Dicho juicio, que no está del todo equivocado, simplifica en exceso y empobrece. Ese universitario se perdió, entre decenas de capítulos soberbios, la tremenda narración sobre la playa y la cabeza de caballo llena de anguilas, o la irónica y divertida historia del desconocido perseguido por la policía del Segundo Reich de Alemania que salvó su vida escondiéndose debajo de las faldas de la abuela y que tuvo sexo con ella y se convirtió en ancestro familiar.
Así las cosas, Google puede ser la nueva Biblioteca de Alejandría, sin duda, pero también el más endeble púlpito de la cultura contemporánea. Nos informa de todo, pero todo lo banaliza, con el peligro adicional de que todo se parece y confunde. Un artículo como este que ahora leen podría también pecar de lo mismo.
Aquí, igualmente, abordo dos o tres asuntos, y luego añado una reflexión. No obstante, y lo digo sin la menor jactancia, yo he leído el libro completo, vi la película, comparé ambas obras con otros libros y películas sobre la guerra, y hasta estudié las circunstancias por las que en ese país, en apariencia tan civilizado, sus gentes se comportaron como bestias. Mi visión ciertamente implica a su vez un resumen, pero tiene un sustento real, no virtual. Es decir, yo sabré defenderlo si se presenta la ocasión. Ese sustento, con todos los pensamientos nuevos que irá generando, gracias a la sedimentación de incontables lecturas y experiencias, es la cultura, cosa que respalda a los autores de épocas pretéritas y a quienes todavía leen.
Un erudito es por lo común un personaje indigesto: un barril de datos acumulados. Un hombre culto, en su mejor sentido, resulta más bien un surtidor de ideas. No intento montar aquí una diatriba contra la tecnología. En modo alguno: yo estoy encantado con Google. Encuentro que es una herramienta extraordinaria, pero solo como complemento en el proceso de lectura e investigación, siempre y cuando se verifique puntualmente la información o se acceda a fuentes confiables.
Estos atajos no son nuevos. Antes existía el Pequeño Larousse, para no fatigarse con la lectura de la Enciclopedia Británica. Hoy, comparativamente, estamos mejor: enciclopedias, museos y centros de estudios se hallan también en Internet. Google, en suma, no es el problema, pero sí lo es el deficiente sistema de enseñanza que incentiva en el estudiante el uso de la fotocopia y los resúmenes, sin estimular lecturas más amplias, y que, para colmo, cada día piensa menos en el alumno y más en el cliente.
Tampoco son nuevas las tertulias, hoy foros digitales. Más gracia tenían sus antecedentes directos: el ágora de esquina o la charla de café. Ir a un cine-club, como se hacía en los años setenta, y pasarse luego dos horas en un café discutiendo la película era un momento estelar en nuestras vidas.
El mundo digital es una puerta al macrocosmos, pero cada vez nos reduce más al inmediatismo, al fragmentarismo y al facilismo. Por otro lado, si bien el Internet democratiza la opinión, por las frondosas vías del blog, el Twitter y el Facebook, el hecho de que prescindan de editores sensatos pone también en evidencia la estupidez de las personas. A menudo el usuario necesita sortear infinidad de trivialidades, chabacanerías e insultos para dar con un texto interesante e ilustrativo. Esto, a la larga, envenena el alma.
Así lo revela al menos la conversación que sostuve con un amigo, enfermo de mezquindades y desengañado del mundo, las mujeres y el Internet. Yo acababa de leer en un blog que lo acusaban de discriminador, de modo que lo piqué: “He leído que opinan muy mal de ti. Te consideran racista”, “¡Qué va!”, contestó él. “Ese vil sentimiento no me alcanza. Yo odio, en general, a toda la especie humana”. Y es que, bueno, mi amigo es un tío viejo de esos que navegan demasiado en Internet.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/tambores-invisibles/google-nueva-biblioteca-de-alejandria-09-12-2012
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