El corazón no sabe de diferendos limítrofes.
Historias de chilenos que se enamoraron del Perú. Una abuela que protegió a los seropositivos de Lima, empresarios amantes de nuestra geografía y cultura, un periodista que nos consoló en los años de violencia. La vida fuera de La Haya.
Texto: Óscar Miranda.Fotografía: Juan Pablo Azabache.
Una noche, hace más de 20 años, Lidia Rojas atendía en el consultorio del policlínico en el que trabajaba, en Lince, cuando alguien irrumpió agitadamente en el lobby. Era un hombre, un muchacho, vestido de mujer. Tras él entró corriendo un policía. Lidia preguntó qué estaba pasando. El policía trató de llevarse al chico pero este dijo que quería conversar con la señora. El agente le soltó un par de insultos e insistió en llevárselo, pero Lidia lo atajó: "Un momento, oficial, este es un consultorio y él tiene cita conmigo".
Su voz de mando, y quizás su acento extranjero, impresionaron al policía, que optó por irse. El joven le dijo a Lidia que gracias, que los efectivos se los llevaban en una camioneta y los maltrataban y obligaban a hacer cosas. Ella le dijo que se tranquilizara, que allí no lo molestarían. Esa fue la primera vez que Lidia conversó con uno de los travestis de la avenida Arenales. Entonces no se imaginaba que, con el tiempo, se convertiría en el ángel protector de muchísimos travestis y gays de Lima, sobre todo de los portadores de VIH. Y que sus protegidos empezarían a llamarla 'Mamá Lila'.
'Mamá Lila', la enfermera que a los 67 años creó una institución para ayudar a los seropositivos y a las minorías sexuales de la discriminación y el rechazo. La ciudadana chilena que encontró en el Perú a gentes a las que abrigar con el amor que sale de su corazón, extranjero y generoso.
En estos días en los que Perú y Chile parecen tan lejanos, cuando diplomáticos de uno y otro país argumentan ante la Corte de Justicia de La Haya por qué tienen la razón en el diferendo limítrofe, historias como las de 'Mamá Lila' borran las distancias y nos recuerdan los profundos lazos afectivos que unen a peruanos y chilenos. En ellas no hay falsos nacionalismos. Solo hay un afecto intenso por la patria que los acogió.
Consejos de madre
'Mamá Lila' llegó a nuestro país en 1965, a los 33 años, cuando a su esposo lo transfirió la firma en la que trabajaba en Santiago. Durante dos décadas laboró en diversos hospitales y clínicas de la ciudad. Entonces, a fines de los ochenta, conoció a los travestis de Lince. Les consiguió un local para que se reunieran y hablaran de sus problemas, el principal de ellos el sida, que provocaba graves estragos dentro de la comunidad gay peruana. En 1990, fundó el Programa de Soporte a la Autoayuda de Personas Seropositivas (Prosa), la ONG a la que en los siguientes 20 años dedicaría su vida. En silencio, gratuitamente, sin esperar reconocimientos de nadie.
En sus 22 años de vida, Prosa ha asistido a más de 3 mil personas, la mayoría de ellas portadores de VIH. Antes se ocupaba sobre todo de darles comida y medicinas; ahora se concentra en darles asistencia legal y psicológica. 'Mamá Lila' sigue haciéndose cargo del área de Consejería. Muchos de los jóvenes que llegan a su oficina se acaban de enterar de que son seropositivos. Ella les dice que no se acabó el mundo. "¿Te has quedado sin piernas, sin brazos? ¿Vives en la calle? ¿No tienes qué comer? ¡Vamos! ¡La vida continúa!", les dice.
En agosto próximo cumplirá 90 años. Hoy, aunque no olvida sus raíces, se siente tan peruana como cualquiera de sus vecinos. Enterró a su esposo y a uno de sus hijos en esta tierra y aquí nacieron sus nietos y bisnietos. "El Perú para mí es lo más grandioso", dice. "Es el lugar donde pude realizar una labor de ayuda que antes no imaginé. Y me siento agradecida por eso".
El corazón partido
Ese día, poco después del Mundial de Italia 90, Miguel Humberto Aguirre había sido invitado por un grupo de técnicos peruanos a ofrecer una charla sobre fútbol. Sucedió que uno de los asistentes alzó la mano y lanzó una pregunta venenosa, con alusiones a su nacionalidad que no tenían nada que ver. El hombre de radio acomodó sus papeles y dijo que él no estaba allí para hablar sobre peruanos y chilenos. Y se dirigió a la puerta. Solo después de disculpas y explicaciones, los técnicos lo disuadieron de que se fuera. Nunca antes, desde que llegó al Perú en 1973, alguien se había expresado despectivamente sobre su nacionalidad. Y nadie lo hizo en adelante.
Ese episodio fue el único momento feo del romance que Miguel Humberto Aguirre, 'Mihua', mantiene con el Perú desde hace 39 años. Desde el día en que llegó para tratar de ingresar a Chile por el norte, clandestinamente, ya que el golpe militar de Pinochet lo había obligado a exilarse. Y se prendó de esta tierra, y se quedó.
'Mihua', una institución en Radioprogramas del Perú, ha estado unido a muchos hogares peruanos a través de su voz. Esa voz tan cálida, que daba sosiego a los limeños en las noches en las que el terrorismo derrumbaba torres de electricidad y sumía a la ciudad en el miedo y la incertidumbre. Le dicen, por eso, el Señor de los Apagones. Una vez, mientras calmaba a la audiencia, le informaron que el 'cochebomba' había explotado en el café en el que sabía que debía de estar su hijo. No pudo continuar. Solo cuando un colega le confirmó que su hijo no estaba en el lugar, recuperó el aliento.
'Mihua', un hombre de fútbol, sufre como nadie cuando nuestra selección se enfrenta a la chilena. "¿Has escuchado a Alejandro Sanz? Él, como yo, tiene el corazón partío", dice riéndose. Un conflicto similar le suscitan los duelos entre Universitario de Deportes y la Universidad de Chile, sus dos amores. Pero hace tiempo que no se dan y su corazón lo agradece.
"Otra cosa que agradezco al Perú es que aquí me encontré con la religión católica", dice. Fue hace más de 20 años cuando le propuso al padre Clemente Sobrado hacer un programa de conversación sobre las enseñanzas de Cristo. Esa media hora dominical fortaleció su fe. Hoy, en su rutina no pueden faltar las misas de las 8 am (como los vasos de ron Habana de los viernes). A sus 80 años recién cumplidos, es un hombre feliz. Aquí se siente como en casa.
Adiós a la otra patria
Juan Carlos Fisher me muestra fotos de un grupo de personas en el Morro de Arica. "¿Quiénes son estos dos?", pregunta. Allí están Otto Guibovich y Juan Emilio Cheyre, dos ex comandantes generales de los ejércitos de Perú y Chile, nada menos. También aparecen políticos y empresarios de ambos países, confundidos en un grupo sonriente, se diría ajenos a las tensiones diplomáticas que se viven por estos días en La Haya.
Fisher es presidente de la Cámara de Comercio Peruano-Chilena y por eso la imagen lo entusiasma tanto. Es una de las personas más interesadas en que las diferencias limítrofes no nos alejen. Él, de padre chileno y madre peruana, nacido en Chile y afincado aquí desde fines de los 70, es un puente entre ambos países. Y es un buen puente.
Raymundo Pérez es amigo de Fisher y, como él, miembro fundador del Club de Toby, esa cofradía de amantes de la buena comida y la conversación que integran un centenar de empresarios, ejecutivos y políticos limeños. Él aterrizó en el Perú algo más mayorcito, a los 45, para ocupar el cargo de gerente de Operaciones de Hortus, empresa productora de alimentos y semillas. La idea de la casa matriz chilena era que en seis meses echara a funcionar la máquina y volviera. Se quedó 17 años.
Fisher y Pérez, como cualquiera, alguna vez se han visto involucrados en esas inútiles discusiones sobre el pisco o sobre la supuesta invasión chilena a través de sus empresas. "Qué te puedo decir; a mí el pisco sour me encanta y es mejor el de acá que el de allá", dice el primero. "Pero lo que tenemos que hacer, en lugar de pelearnos, es juntar ambas producciones y hacerle frente al vodka, al ron, al tequila".
A Pérez, una de las cosas que más lo sedujo del Perú fue su geografía, que recorrió a conciencia. También se enamoró de nuestra cocina y por eso se aplicó en aprender a preparar algunos de nuestros mejores platillos. En las clásicas celebraciones de Fiestas Patrias de la empresa, la cocina estaba a su cargo.
Hoy, sin embargo, para Pérez esas celebraciones se acabaron. Esta semana se jubiló en Hortus y en las próximas retornará a Chile. Pero él dice que no se irá del todo. Hay demasiados amigos, demasiadas cosas que lo unen con esta tierra. Tiene algunos sueños, entre ellos potenciar turísticamente el Camino Inca. El día en que se despidió de sus trabajadores, lo hizo con una frase prestada de Bernardo O'Higgins, ese prócer chileno tan amigo de esta patria.
"Gracias le doy al Señor y espero que larga vida me conceda, pero aun cuando larga esta sea, no será lo suficiente en tiempo como para agradecer al Perú el cariño recibido de su tierra y de su gente".
FUENTE: http://www.larepublica.pe/09-12-2012/el-corazon-no-sabe-de-diferendos-limitrofes
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