lunes, 12 de agosto de 2013

JULIO COTLER. Entrevista. Extracto.

Por una cuestión de tiempo seleccionaré algunas preguntas que le realizan al autor de CLASES, ESTADO Y NACIÓN EN EL PERÚ.

La clase política está cada vez más deteriorada con los 'narcoindultos', las casas de la suegra de Toledo, la cocaleera nancy Obregón en el gobierno...
Perdón, yo insisto en que no hay clase política.

¿Vislumbra usted la aparición de un 'outsider'? 
No solamente eso, sino póngase a pensar que las tres cuartas partes de nuestros parlamentarios nunca han hecho política. Cuando usted habla de clase política, está hablando de un grupo que tiene permanencia en el tiempo trabajando en política. En el Perú qué, son diez personajes.

Como bien decía Luis Alberto Sánchez, la maldición es que 'las historias se repiten'...
Sí, pero con diferentes caras y, últimamente, con diferentes formas de comportarse.   en una situación de globalización, usted no puede hacerlo lo que le da la gana como antes.

Se habla de que la nueva clase media emergente en el Perú abarca cerca de 9 millones de personas, ¿qué significa eso?
Mejor no hablemos de clase media. Hablemos de gente que ha salido de la línea de pobreza, pero de toda esa población que ha salido de la línea de la pobreza, el 60% cae en la pobreza si es que se resfría. está en el filo.

¿Y qué haremos con los números?
El consumo ha explosionado por las tarjetas de crédito y hemos visto que el crédito llega al 180% de interés.

¿Fue un error lanzarle bombas y pagarles con palos a los jóvenes que protestaban con justa razón?
Eso es una barbaridad, le está diciendo que acá no hay una conducción política. Cuando en Brasil hubo una protesta, la presidentea (Dilma Rousseff) salió  y se sumó al reclamo.   Les dijo que estaba con ellos. Acá les sacan a los policías y les pegan con palos.

¿Está bien que Alberto Fujimori siga purgando condena y no haya sido indultado?
Sí.

Mirando el 2016, ¿qué escenario político nos espera?
Lo mismo de siempre, el mal menor.

¿Sigue pensando que Alan García se aliaría con el fujimorismo para llegar a la Presidencia?
No tengo duda de eso, es un político hábil. Para él, la política es el arte de lo posible, lo posible para llegar a la Presidencia.

¿Es optimista con el futuro de nuestro país?
No, porque no hay instituciones.   En este país priman las 130 universidades de última categoría, entonces de dónde van a salir los jueces y los congresistas.

¿Qué mensaje le daría a los jóvenes lectores de Trome?
Que desconfíen de la autoridad y de la educación que les dan, que es la pero que se pueda imaginar. No solo es de baja calidad, es peligrosa.   Los futuros jueces y congresistas no solo van a ser ignorantes, sino lo que van a conocer va a ser absoluto anacrónico para el desarrollo del país.

Y ahora, ¿qué hacemos?
Organizarse políticamente para fortalecer el Estado democrático.

EL TROME. 11 de Agosto del 2013. p.09.

domingo, 11 de agosto de 2013

EXTRANJEROS QUE AMAN EL PERÚ.




Sengo Pérez, fotógrafo y escritor uruguayo, frente a un cobrador de cúster en Barranco, su lugar favorito de Lima.

Italianos. Mariana y Adriano llegaron hace tres años. Cambiaron el mar Tirreno por el océano Pacífico.

Luis Lau (25) hijo de inmigrantes chinos, junto a su padre, Hou Ning Lau.


La peruanidad ingresa al corazón de los extranjeros que se afincan aquí a veces con amor, a veces con violencia. No hay punto de vista menos explorado que el de los foráneos que llevan años aquí padeciendo y disfrutando bondades y mezquindades de un país en construcción.
Texto: Juana Gallegos.
Fotografía: David Huamaní y Ricardo Flores.

 
Los veinticinco años que ha vivido en el Perú el uruguayo Sengo Pérez no han sido precisamente una luna miel. Sengo, fotógrafo de 52 años, boina en la cabeza, aire solemne "como somos los uruguayos", dice con su "sho" remarcado que se sorprendió cuando le dijeron que por estas coordenadas habitaban hombres que viajaban con la mitad del cuerpo fuera del bus gritando la ruta y cobrando el pasaje. Sengo aterrizaba en Lima en el 88 y conocía a los primeros cobradores. Llegaba al país con veintitantos años, cuando el Perú se caía a pedazos por Sendero Luminoso, por Alan García, por los coches bomba, por las colas interminables. Eso lo atrajo. Sengo es fotorreportero y escritor.
Sus primeras referencias de este país no vinieron de sus clases de historia o geografía, sino de la radio, mientras el relator de fútbol citaba al puntero izquierdo del Atlético Peñarol, al peruano Juan Joya Cordero. Luego, por azar, viviría en la calle República del Perú, en Sao Paulo. De alguna forma tenía que caer aquí.
Al cabo de 25 años se ha concretado ese proceso que podemos llamar "peruanización", un intercambio de actitudes y valores entre este país y los que vienen de fuera.
Sengo adoptó en su dieta diaria el ají y, en la semanal, el pisco, de preferencia, el Italia. Y le dio el mismo lugar en su estante como en su corazón a Benedetti como a Vallejo. Y a Chabuca Granda, la universal, la acogió con afecto como a la guitarra de García Zárate. Se hizo un poco peruano, se podría decir, leyendo los Poemas humanos y a Ciro Alegría, aunque le tiene un poco de recelo a Vargas Llosa "porque es de derecha". Y sí, de alguna manera lleva al Perú en él porque ha registrado los momentos de los últimos 30 años de su historia con su cámara fotográfica y porque cuando viaja intenta preparar un ceviche a sus amigos. Aunque le molesta que intenten reducir al Perú a su comida.
"El Perú tiene un tremendo legado cultural, histórico, arqueológico. Es más que un plato", dice. Y sí, le molesta ver larguísimas colas en Mistura “para pedirles autógrafos a los cocineros” y le indigna toparse con colas de escritores "tratando de vender sus libros en los bares de Lima".
Pero vamos, dice, de nosotros ha tomado nuestra vehemencia y garra. Aunque el Perú sea un país ingrato, “aquí levantas una piedra y encuentras un poeta”, “aquí, mientras haya una mínima posibilidad de ir al mundial, seguiremos llenando el estadio”. Y sí, si se hiciese un concurso del mejor futbolista del mundo votado por internet, con seguridad miles de peruanos votaríamos miles de “like” a Guerrero y no a Messi. "Son únicos en defender lo suyo aunque no sean los mejores", dice Sengo, quien odia y ama al Perú.
Se molesta y critica a este país. Aquí han nacido sus hijos y siente el Perú, por eso le duelen las injusticias de este país ingrato. "Quiero que mis hijos se indignen, que vean lo bueno sin tapar lo malo, pero que sigan soñando con un país mejor, un país de todos y no de unos pocos", afirma con esperanza.
NO COMEMOS CHIFA
Luis Lau, hijo de inmigrantes chinos de tercera generación, siente al Perú cuando ve jugar a la selección nacional de fútbol. Cuando ve a los once, ve a los peruanos en pequeña escala. Antes de Markarián, desunidos. Después de Markarián, sincronizados, casi un equipo. Así es el Perú, dice.  Le falta unión, colaboración.
Luis es peruano de padres chinos. Su tatarabuelo llegó hace setenta años al Perú de Cantón a Lima. Su papá, Hou Ning Lau, de 65 años, lo hizo hace 30 huyendo del comunismo de Mao Tse-tung. Conocido como el chino Alan del Chifa Miraflores, su padre es una institución en el barrio, más de cuarenta años preparando chaufas y guantanes. Aún habla un castellano masticado, pero vive feliz, dice, porque en el Perú "clima es lindo. No clima extremos como en China. No verano de 34 grados".
Luis nació aquí pero tiene el chip chino: palabra de honor, lealtad y puntualidad. Por ello difícilmente le creerá al peruano. Aunque es relativo lo de la confianza y la puntualidad según la persona.
Tanto él y su papá se consideran peruanos. Con tantos años aquí, el Perú se les ha metido en la piel. Luis es diferente a otros chinos que son más herméticos, menos habladores. "No te hablan porque seguro piensan que eres de la Sunat", dice riendo. Y entre bromas hablamos de comida. Como buen peruano le gusta el ceviche, el ají de gallina, pero como buen chino jamás comerá los platos que ofrece su papá en su chifa. "Al peruano le gusta mucha fritura, mucho crocante”, dice el señor Lau. “El chifa es una adaptación de la supervivencia china en el Perú. Nosotros nos adaptamos al gusto del peruano que le da más importancia al sabor que a la salud", dice Luis, paisano de los 9.222 chinos que viven en el país. La colonia extranjera más grande antes de los colombianos y estadounidenses.  
¿TODO CON ARROZ? 
Comida cien por ciento italiana con ingredientes peruanos en el hotel Brisas del Mar, en el kilómetro 46 de la Panamericana Sur, Punta Rocas. Mariana Armenio, de 58 años, y Adriano Orieti, de 63, conforman una pareja de romanos que llegó a Perú hace tres años. Mientras Marina cocina un carbonero italiano, platillo típico hecho a base de chancho ahumado, mantequilla y pasta, enumera las veces que la palabra Perú estuvo latente en su vida hasta que por fin ancló en esta costa. En su imaginación, Perú era un lugar remoto, de gente que andaba aún en plumas y polleras, como lo muestra la National Geographic. Perú era música de instrumentos raros, de ¿flautas? (quenas) y ¿guitarras? (charangos). Perú era delincuencia, robos, asesinatos, según la TV italiana.  Finalmente, Perú sería el lugar que repetiría tanto su hijo mayor, Maximiliano, al casarse con una peruana, el pretexto por el que piensan pasar el resto de sus días aquí.
Lo dejaron todo, vendieron su casa, sus autos, sus muebles hace tres años y se vinieron a buscar el paraíso perdido aquí: mar, tranquilidad y negocio propio. Le compraron el hotel y restaurante a un peruano, y se vinieron.
Adriano hace las compras de la cocina tres veces por semana en el Mercado de Lurín y se toma un vaso de zumo de caña o gel de sábila. Podría pasar como criollazo por sus mañas y ademanes pero el bigote de Don Vittorio lo delata.
El aprendizaje ha sido lento. Ahora Mariana sabe que debe servir el pescado a la plancha con papas fritas y arroz. Jamás solo. Lección aprendida. Y sí, al peruano le gusta combinar todo: tallarines verdes con bistec montado y papa la huancaína. Tallarines rojos, chanfainita, chaufa, cau cau, ceviche en un solo plato. Receta nueva para esta cocinera italiana a quien con un poco de vino se le va el reparo y habla un poco de lo chocante que es la pobreza, de lo caótico de la ciudad, de la vergüenza del racismo, de la diferencia de clases.
Un país contradictorio pero con gente buena y trabajadora. Una reserva de energía, un laboratorio de experimentos impredecibles. Así es el Perú para los extranjeros.
Sengo Pérez volverá a Uruguay el próximo año con algo de pesar. Luis Lau piensa estudiar en el extranjero pero regresar a aplicar lo aprendido aquí. Mariana y Adriano tratarán de seguir ofreciendo comida italiana en el menú de su hotel antes de que les gane el gusto por unos tallarines rojos con una papa a la huancaína. Adquirir la peruanidad es un proceso lento y difícil, pero se aprende. Nunca es tarde para decirles: Quédense, siéntase a gusto, esta ya es su casa.

ISRAEL Y LA AUTORIDAD PALESTINA. Mario Vargas LLosa



Un dintel en el viento

Un voto de aplauso para el Secretario de Estado John Kerry, quien, luego de seis visitas al Medio Oriente, consiguió que el gobierno de Israel y la Autoridad Palestina anunciaran que retomarían las conversaciones, interrumpidas desde hace cerca de tres años. Solo la presión de Estados Unidos hace posible esta reanudación del diálogo, ante el cual los dos participantes parecían desganados y aprensivos. No sin razón: la última vez que lo intentaron, en el 2010,  la negociación duró apenas 16 horas y terminó en el fracaso más completo.
¿Habrá más suerte esta vez con esa llamita que empieza a titilar una vez más en medio del ventarrón? Hay que desearlo ardientemente, por Israel, por Palestina, por el Medio Oriente y por el mundo entero, pues si palestinos e israelíes llegan por fin a un acuerdo sensato y justo para coexistir en la paz y la colaboración, se habrá resuelto uno de los conflictos más graves y potencialmente más capaces de sepultar a buena parte del planeta en una guerra de proporciones cataclísmicas.
Pero, no hay que engañarse, los obstáculos para este acuerdo son enormes y han frustrado hasta ahora todos los intentos de lograrlo, pese a que ambas partes aceptan, en principio, la idea de que dos Estados independientes compartan la región y se establezca un sistema que garantice de manera inequívoca la seguridad de Israel. Los problemas comienzan cuando se trata de establecer la naturaleza y los límites de estos Estados soberanos. La Autoridad Palestina reclama para el Estado palestino los territorios que la división de la región por las Naciones Unidas le otorgaba antes de la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando Israel ocupó Jerusalén Oriental y buena parte de Cisjordania, una zona que hoy día está literalmente sembrada de asentamientos donde viven –armados hasta los dientes– más de medio millón de colonos israelíes, convencidos de que aquellas tierras les corresponden por derecho divino y prefiguran lo que será su designio final: Eretz Yisrael, La Tierra de Israel bíblico, que abarque desde el Mediterráneo hasta el Jordán. Los colonos no solo no quieren un Estado palestino; harán todo lo que sea necesario para impedir que nazca.
Al movimiento ultra e intransigente de los colonos equivale, en el ámbito palestino, Hamas, una organización que practica el terrorismo, no reconoce el derecho a la existencia de Israel, quiere echar a los judíos al mar y tiene en la actualidad el control absoluto de la Franja de Gaza y un incierto pero abundante número de partidarios entre los palestinos que viven bajo la autoridad del gobierno de Mahmud Abbas, controlado por Al-Fatah, adversario acérrimo de Hamas. Así como los colonos, cada vez que han querido frenar o impedir las negociaciones instalan un nuevo asentimiento ilegal que el gobierno israelí se siente obligado a proteger enviando al Ejército, Hamas, que ha visto siempre con hostilidad la posibilidad de una solución pacífica y negociada con Israel, dispara cohetes desde la Franja de Gaza que causan destrozos y víctimas en granjas, comunas y ciudades de Israel, lo que, naturalmente, provoca represalias y encrespa el ambiente hasta hacerlo irrespirable para cualquier negociación.
Sin embargo, nada de esto debería bastar para impedir que, por encima o por debajo del fanatismo, los chantajes y sabotajes recíprocos, se impongan la sensatez y la razón. Ocurrió ya una vez, cuando los acuerdos de Oslo pusieron en marcha una dinámica de paz que levantó enormes esperanzas tanto entre los hombres y las mujeres comunes y corrientes de Israel como en las ciudades palestinas. Yo estuve allí en esos días de 1993 y la atmósfera que se vivía era exaltante. Y es probable que, sin el asesinato de Rabin, el proceso hubiera continuado hasta forjar una paz definitiva.
Resucitó siete años después, en el 2000 y 2001, por insistencia del presidente Clinton, y probablemente en aquellas conversaciones, primero en Camp David, Washington, y luego en Taba, Egipto, es cuando estuvo más cerca de forjarse un acuerdo serio y sostenido entre ambos adversarios. Israel, a través del gobierno de Ehud Barak, hizo en aquella ocasión una oferta que Arafat (bueno, la OLP) cometió una verdadera locura en rechazar, pues proponía devolver cerca del 95% de los territorios ocupados en la orilla occidental del Jordán y por primera vez aceptaba que Jerusalén oriental fuera la capital del futuro Estado palestino. El rechazo de esta oferta, que implicaba muy importantes concesiones de lo que hasta entonces había sido la postura de todos los gobiernos israelíes, tuvo efectos trágicos. El peor: la opinión pública israelí, profundamente frustrada por lo ocurrido, concluyó que un acuerdo era simplemente imposible y que Israel no tenía otro camino que imponer la paz a su manera. Eso explica la subida al poder de Sharon, con la tesis de que la solución la buscaría Israel por la fuerza, y luego de Netanyahu y el desplome monumental del movimiento pacifista de “Paz Ahora” y la izquierda más conciliadora israelí.  Aquel fracaso, además de las acusaciones de corrupción y mal gobierno, contribuyó también decisivamente a debilitar a Al-Fatah y permitir el crecimiento de Hamas y a popularizar su prédica extremista contraria a todo acuerdo.
Ese es el impasse del que pretenden sacar a la región los esfuerzos del gobierno del presidente Obama. Israel ha anunciado, en señal de buena voluntad, que excarcelará a cerca de un centenar de presos palestinos, algunos detenidos desde antes de los acuerdos de Oslo de 1993. El ministro Yuval Steinitz ha precisado que entre los liberados “habrá algunos pesos pesados”. También ha hecho saber que las conversaciones tendrán lugar en Washington, a partir de la próxima semana, y que presidirá la delegación de Israel la ministra de Justicia, Tzipi Livni, y la de la Autoridad Palestina, el antiguo negociador Saeb Erekat.
Otro de los grandes obstáculos para el acuerdo es la exigencia palestina del “derecho al regreso” de los varios millones de refugiados que, desde la guerra de 1948, debieron exilarse y viven dispersos por el mundo, a veces en campos y en condiciones misérrimas como en el Líbano. Su número es incierto, pero oscilaría entre tres o cuatro millones de personas. Israel sostiene que, si reconociera ese derecho, el país dejaría de ser un Estado judío y se convertiría en un Estado palestino, porque la población de este origen superaría largamente a la hebrea. Alega, además, no sin razón, que, al igual que los palestinos, cientos de miles de judíos han sido expulsados desde 1948 de Egipto, Irán, Irak, Yemen, Libia y demás países musulmanes.
Se podría seguir enumerando durante mucho rato todos los peligros que convierten en un campo minado la negociación entre palestinos e israelíes. Y, sin embargo, sería absurdo adoptar al respecto una actitud pesimista. Vivimos en una época en la que hemos visto convertirse en posibles cosas que parecían imposibles, como la transformación pacífica de África del Sur en un país multirracial y democrático, o la conversión de China Popular –el más radical de los Estados colectivistas y estatistas del socialismo marxista– en el valedor más exaltado del capitalismo (autoritario). A Myanmar (Birmania), una típica satrapía militar tercermundista, mudada en un régimen que motu proprio decidió reformarse y orientarse hacia la legalidad y la libertad. Ya no es imposible pensar que Cuba o Corea del Norte puedan mañana o pasado mañana abandonar el anacronismo ideológico que los está deshaciendo y resignarse a la mediocre democracia.
Si este nuevo intento fracasa, acaso no haya una nueva oportunidad, y sigan reinando la incertidumbre y la inseguridad que los fanáticos de ambos bandos creen favorecen a sus tesis respectivas. No es así. Si la idea de los dos Estados –uno palestino y otro israelí– no llega a concretarse, probablemente, en algún momento del futuro, volverá a incendiarse la región en un conflicto armado con miles de víctimas y enormes estragos materiales.
Se equivocan quienes piensan que Israel, gracias a su potencia económica y su gran poderío militar, es ya invulnerable y que la fuerza le garantiza el futuro. Un país no puede vivir rodeado de enemigos que ansían su destrucción y esperan solo la ocasión de hacerle daño. Y los fanáticos que creen que echarán a los judíos al mar están ciegos: a lo más que pueden aspirar es a provocar un nuevo holocausto del que serán las primeras víctimas.
En un excelente artículo en el que pasa revista a todos los desafíos que deben enfrentar israelíes y palestinos en la negociación que se va a reanudar y confiesa su propio pesimismo, Roger Cohen, en The New York Times del 23 de julio, escribía: “Mi corazón sangra. Y, sin embargo, no puedo dejar de oír lo que debe estar murmurando Mandela en su cama del hospital: Pruébenme que estoy equivocado, cobardes, decidan de una vez si ganar una discusión es más importante que salvar la vida de un niño”. 
Punta Ala, Toscana, julio de 2013

JUAN LUIS ORREGO. Historiador. Entrevista.

HOMBRE DE TV. La relación de Orrego con la televisión es más duradera de lo que se cree. Antes de estar al frente de 'Tiempo después', fue investigador para el programa 'A la vuelta de la esquina' de Gonzalo Torres.

Juan Luis Orrego. Conductor del programa 'Tiempo después' de TV Perú. Historiador y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado los libros La ilusión del progreso, Lima 1. El corazón de la ciudad y ahora prepara uno sobre la primera celebración del centenario.
Texto. Emilio Camacho.
Foto: Musuk Nolte.

 
A Juan Luis Orrego, profesor de historia en la PUCP, la tecnología le ha sido útil. El año pasado le enviaron un mensaje por Facebook en el que lo convocaban para hacer el casting de un programa de televisión en el que se presentarían –a modo de mesa de diálogo– diferentes temas referidos al Perú y a su gente. El casting duró diez minutos. Pero esta nueva experiencia ha sido más duradera. Orrego ya lleva 13 meses al mando de 'Tiempo después', el espacio de conversación en el que se discute desde las diferencias entre pisco y chicha de jora hasta las causas de la pobreza en el país. "Ha sido un curso superacelerado de realidad peruana", dice el profesor Orrego. El catedrático no deja de aprender.  
¿Usted celebra las Fiestas Patrias?
Bueno, todos celebramos las Fiestas Patrias, pero cada uno a su manera.
¿Cómo las celebra usted?
Casi sin salir de Lima. Por lo general no salgo de la ciudad, porque es más tranquila. Se puede hacer casi todo en Lima, se puede manejar y pasear casi sin contratiempo. Y además, cuando uno viaja en Fiestas Patrias a los principales destinos turísticos, estos se llenan de gente y a mí me gusta la tranquilidad. Por eso prefiero quedarme en la casa, comer rico, descansar, leer. Prefiero viajar después de fiestas, ya en agosto, durante mis vacaciones.
En las últimas semanas, una marca de cerveza se pregunta en su publicidad “cuándo dejamos de celebrar 28 de julio como se debe”. ¿El dato es real? ¿Alguna vez el 28 de julio fue una fiesta masiva?
Mira, yo creo que hasta mediados del siglo XX, incluyendo por supuesto el XIX, las Fiestas Patrias eran una celebración popular. La gente se entusiasmaba con las fiestas, no solamente porque había vacaciones escolares y laborales, sino porque había una participación en los actos públicos, en las verbenas y retretas, y en todas las actividades que se realizaban en las ciudades. En el siglo XIX, las celebraciones eran organizadas, sobre todo, por los municipios y por lo tanto había una altísima participación popular. Por ejemplo, el día 27, en el siglo XIX, se celebraba la Noche Buena con fuegos artificiales a la medianoche, en la Plaza de Armas. Y buena parte de limeños acudía a este espectáculo. Era un espacio democrático. En esa época las ciudades eran muy pequeñas y los grupos de la élite y el pueblo compartían los mismos espacios públicos.
¿Y por qué se perdió eso?
En primer lugar, por el crecimiento de las ciudades. Eso se dio en Lima a partir de 1920, con la expansión de la ciudad y la aparición de nuevos distritos. Digamos que hasta 1920 Lima era una ciudad, pero con la expansión pasó a ser varias ciudades. Luego, a partir de los años 50, con la expansión de las carreteras y la llegada de vehículos motorizados, la gente empezó poco a poco a salir de la ciudad. Luego vino la televisión, el internet. La gente, ahora, huye de las Fiestas Patrias, no solo mental sino geográficamente.
¿Iba de pequeño a la Parada Militar?
Sí, fui en dos ocasiones. En las dos veces vi a Velasco, y en una de ellas tomaron una foto a Velasco y yo salí parado a su lado. Eso fue en El Comercio.
Así que tuvo una portada junto a Velasco.
(Sonríe). Casi una portada. Ahora, lo que conocemos como el desfile militar empezó a celebrarse a partir de 1890. ¿Qué había antes? Lo que el ejército hacía eran maniobras en la Pampa de Amancaes. Era una cosa mixta, entre espectáculo y maniobras militares. La gente acudía para verlas y a ello se sumaban las vivanderas. Lo que también había era un desfile cívico en la Plaza de Armas. La parte más vistosa de este desfile era el paso de la Compañía de Bomberos, que en su mayoría estaba integrada por extranjero o hijos de extranjeros. Era una forma en la que ellos se integraban a la fiesta y retribuían a la patria que los había acogido.
Ahora, cada vez que se acerca 28 de julio siempre se pone en debate la conveniencia de la Parada Militar. Hay quienes se preguntan por qué no hacer un gran pasacalle con danzas típicas en lugar de ver pasar a los militares.
Siempre se ha dado ese debate. En otros países no hay desfile militar. En Estados Unidos, por ejemplo, es la gente la que sale a desfilar, vestida a la usanza del siglo XVIII, cuando lograron su independencia. Pero no hay que perder la perspectiva. En la mayoría de países de occidente, el día nacional se celebra con una Parada Militar; en Francia, en España. El 14 de julio, el ejército francés sale a desfilar a los Campos Eliseos. Yo creo que el desfile ya forma parte de la tradición nos guste o no.
Pero más allá del desfile, ¿no hay demasiadas cosas rígidas en estas fiestas? Están el Te Deum, el mensaje presidencial; lo que falta es la gente.
Allí sí tengo una crítica respecto a las Fiestas Patrias. Y es la siguiente: a partir de 1945 hemos politizado las Fiestas Patrias. ¿Por qué? Porque la ley y las Constituciones han hecho coincidir el mensaje presidencial con las Fiestas Patrias. En eso sí hay diferencia con muchos países.
Deme un ejemplo.
Colombia, Estados Unidos y España. En esos países el discurso presidencial no coincide con las Fiestas Patrias. En el Perú pasa al revés: las Fiestas Patrias parecen prácticamente las fiestas del Presidente...  
Es 'El gran show' del Presidente...
Bueno, durante dos días vemos al Presidente, a los congresistas, a los ministros y a los pobres periodistas que no pueden descansar en estas fiestas por cubrir todo estos actos oficiales.
Le agradezco por su preocupación.
(Sonríe). Lo que pasa es que la Constitución ha hecho coincidir el inicio del periodo legislativo con las Fiestas Patrias. Pero si uno revisa los discursos presidenciales del siglo XIX y los del siglo XX, uno se da cuenta de que estos discursos no siempre se dieron en 28 de julio. A veces se dieron en marzo, en enero, o noviembre. Y yo creo que se deberían despolitizar las Fiestas Patrias y convertirlas en una fiesta de todos los peruanos, como debería ser. Dejar libre el 28 de julio para que sea una fiesta. Mire, no hay cosa más estresante que pasar por Fiestas Patrias después de una campaña electoral. En ese caso, en lugar de ser una fiesta más, el 28 de julio se convierte en una cosa que divide, por todo el enfrentamiento que precede a la elección.
Tiene un blog que se llama 'Rumbo al Bicentenario'. ¿Hay muchas cosas positivas que informar sobre los planes para el Bicentenario?
La idea del Bicentenario yo la divido en dos grandes objetivos. El primero es que el Bicentenario no solo debería servir para hablar de la independencia; también debería ser un pretexto para repensar nuestra trayectoria histórica. Y allí va la segunda parte de los objetivos: con el Bicentenario deberíamos responder si  hemos cumplido el gran sueño de los libertadores. Y aquí hay algunas preguntas: ¿qué logros vamos a exhibir en el 2021?, ¿qué logros en el campo de la integración económica?, ¿qué logros en la educación?, ¿cómo vamos a llegar en el aspecto de las instituciones republicanas?, ¿somos una sociedad más democrática e integrada? Esa podría ser una agenda para el Bicentenario.
Voy a continuar con este tema, pero antes quisiera saber si usted es fan de Morrissey.
(Me mira sorprendido). Bueno, más o menos. Lo conozco un poco.
Vi que colgó los tickets para su concierto en su cuenta de Facebook.
Sí, sí, es verdad (sonríe).
Le preguntaba por Morrissey porque cuando el cantante canceló su concierto y se dio este incidente con la comida peruana usted comentó en Facebook que quizá era mejor que esto hubiera ocurrido porque este golpe a nuestra gastronomía podía hacer que pusiéramos atención a otros temas. ¿Cree que la gastronomía, nuestro principal orgullo, no nos deja ver otros temas más urgentes?
La gastronomía es un boom y lógicamente tiene un lado positivo. Es bueno que el Perú sea conocido internacionalmente por algo. Es bueno que a través de la gastronomía se globalice la cultura peruana. Es bueno que se hable del Perú en periódicos y revistas extranjeras por lo rico que se come acá. Es bueno que vengan turistas solo por probar nuestra comida. Nada de eso niego. Pero yo creo que hay tareas más importantes que hacer. De qué nos sirve cocinar rico si todavía hay grandes niveles de desnutrición. De qué nos sirve hacer un plato rico si muchas personas no van a poder comprarlo. O sea, vamos a servir mucha comida en los restaurantes de primer nivel pero no va a haber gente que la pueda pagar. Creo que así como ha habido un discurso alrededor de la gastronomía, que más o menos nos une, debería haber una cosa parecida para otros problemas estructurales. Y uno de ellos es la educación. Estamos a ocho años del Bicentenario y todavía no tenemos una educación pública de calidad.
Estamos en la cola de las pruebas de rendimiento escolar.  
Estamos en la cola. Cocinamos rico, pero no tenemos razonamiento matemático ni comprensión de lectura.
¿Hay posibilidad de ponernos metas básicas en los ocho años que faltan para el Bicentenario?
Para empezar, los recursos existen. Tenemos reservas en 60 mil  millones de dólares. Podemos capacitar mejor a los maestros, darles remuneraciones más decorosas. El Estado peruano invertía en 1960, en términos reales, cuatro veces más en educación que ahora. No nos comparemos con Europa, tan solo con nuestros vecinos. Veamos cuánto invierten Ecuador, Colombia o México por alumno. Al ver las cifras nos daremos cuenta por qué estamos en este nivel. Hay que hacer una cruzada por elevar el nivel de nuestra educación.
¿Y qué papel deben cumplir las universidades en este escenario? Usted mismo dice que hay recursos, y quizá sea el momento de invertir en ciencia y tecnología aplicada a las necesidades del país.
Vamos a poner las cosas en orden. La universidad ideal es la que transmite conocimiento y produce conocimiento. Pero no seamos idealistas. Es perfectamente legítimo que una universidad solo se dedique a dar información, es decir, a dar títulos. Pero sí tiene que haber un número relativamente importante de universidades que no solo transmitan conocimientos sino que los produzcan. Eso implica hacer investigación, y no solo en las ciencias exactas.  
Leí un comentario suyo que me llamó la atención. A raíz de la crisis que se vive en España y de la falta de empleo, usted propone que las universidades convoquen a profesionales calificados de ese país para que vengan al Perú a dar capacitación.
Eso no es ningún pecado. Los peruanos, por una cuestión ideológica y política, desaprovechamos en los años 40 y 50 el exilio español, que sí lo aprovecharon México y Argentina. Sus universidades contrataron profesionales de altísimo nivel. Nosotros no lo hicimos porque había gobiernos conservadores o por miedo intelectual. En este momento, en España y en otros lugares de Europa, hay muchos profesionales de primer nivel, tanto en ciencias exactas o en ciencias humanas, que podrían venir a institutos superiores a dar clases. Ecuador está haciendo eso. Piensan contratar 500 profesores españoles.
A ver, yo no tengo nada en contra de que vengan los españoles. De hecho, podrían integrarse a algunas universidades, acompañarnos en el último tramo que nos falta para el Bicentenario. Pero eso mismo sería una ironía porque estaríamos celebrando 200 años de habernos liberado del viejo reino de España. No sé si sería una ironía. Sería pues una compensación histórica. (Se ríe).
¿Tiene militancia política?
No pertenezco a ningún partido y nunca he pertenecido.
¿Y ha participado de las marchas que se han convocado para protestar contra el Congreso, por la reciente elección de cargos para el TC y la Defensoría?
Qué pasa con las marchas. Son absolutamente legítimas. Y en los últimos dos años hemos visto que este tipo de movilizaciones se han extendido por varios países. Esto tiene que ver con el hartazgo, el descontento, la desconfianza de la población frente a la clase política en general, no solo en el Perú. La crisis de la clase política es evidente en todo occidente. Hay un divorcio entre los políticos y las expectativas de la gente. Y si a eso le añades el veneno de la corrupción, aumenta la indignación. Por eso estos grupos que protestan se hacen llamar indignados. El problema con ellos es que son grupos heterogéneos, jóvenes, que se unen por lo que está pasando, pero muchas veces no se estructuran en función de un proyecto político. No tienen un discurso articulado.
¿Eso que usted dice no es más bien una ventaja? Es decir, no dependen de nadie y detrás de ellos no hay intereses de los grupos de siempre.
Sí, pero por otro lado su aparición no ha implicado –en los países que se ha dado este fenómeno– una refundación de la política, que es lo que supuestamente buscan. Los partidos quizá deban cuidarse un poco más, pero todo sigue igual.
No me respondió si había participado en alguna de las últimas marchas.
No, por ahora.
¿Qué lo haría salir a la calle?
Que el sistema democrático esté en peligro. O que regresen los viejos autoritarismo.
Algo así como el 5 de abril del 92.
Claro. Lo que hay que hacer es estar alerta. Que los políticos sepan que la gente no solo está indignada sino que está vigilante. Hay que hacer que este Parlamento termine sus funciones sin problema el 28 de julio del 2016, que haya un cambio de mando de manera ordenada. La democracia hay que defenderla, pero también hacerla de calidad. Y para eso necesitamos partidos que reflejen las expectativas de la sociedad. Que formen cuadros decentes e inteligentes. Hace 20 años que estamos hartos de los congresistas que llegan al Congreso.
¿Y usted por quiénes votó para el Congreso?
Ya no lo recuerdo. Creo que voté en blanco.
Es un maestro universitario que tiene un programa de televisión, 'Tiempo después'. ¿Cómo se siente en esa faceta?
El asunto es muy simple. Yo soy un académico, me dedico a investigar y escribir libros, pero creo que el intelectual también debe tener una proyección social, en el sentido de divulgar los conocimientos que tiene. Y la televisión, no puedo negarlo, es un gran instrumento para cumplir con esa misión.

jueves, 8 de agosto de 2013

VISIONES DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. Antonio Zapata .

LOS DISCURSOS CHILENO, BOLIVIANO Y PERUANO

Tres visiones de la Guerra del Pací­fico

Un 5 de abril de hace 129 años Chile le declara la guerra al Perú. Coincidiendo con esta fecha, el Instituto de Estudios Peruanos ha iniciado un curso de extensión denominado "Las visiones historiográficas de la Guerra del Pacífico" (Del 1 al 22 de abril). Conversamos con el coordinador del mismo, el historiador Antonio Zapata Velasco.
Por Jorge Paredes 

Este curso no es sobre la guerra con Chile, sino sobre la visión que los historiadores han construido sobre ella, ¿Cuáles son los puntos más saltantes de esta historiografía y cómo esta ha influido en el Perú y en los otros dos pueblos?-Las visiones historiográficas están en evolución, no son un producto acabado ni definido. Por el contrario, guardan relación con los cambios que se operan en los paí­ses y en el mundo presente. Cuando la guerra aún no habí­a terminado ya estaban apareciendo los primeros libros sobre ella, tanto en Chile como en el Perú. En Chile Vicuña Mackenna escribe durante la guerra y en el Perú Mariano Felipe Paz Soldán publica un libro integral de tres volúmenes en 1881, el mismo año de la caída de Lima. Paz Soldán era un geógrafo, historiador y político, y después de la Batalla de San Juan de Miraflores se exilia en Argentina y en poquísimos meses publica los tres tomos. En este libro Chile aparece como un país ambicioso, agresor, que se habí­a preparado con anticipación para la guerra; y los peruanos, por el contrario, somos definidos como un pueblo más bien ingenuo, americanista, solidario, partidario más de la defensa continental que de la defensa propia. Esa es la visión inicial y fue escrita en medio de los cañonazos. De ahí­ para acá se ha venido refinando la respuesta a la pregunta fundamental, que es la pregunta del vencido: ¿por qué perdimos la guerra? Es una pregunta de contenido dramático, que nos obliga a interrogarnos sobre nosotros mismos. Este tipo de reflexión aparece ya en el siglo XIX con Manuel González Prada.

Es poner a la guerra como un antes y un después en la historia del Perú, es criticar a la clase dominante de entonces, denunciar la postergación del indio, etc.
-Claro, es ponderar el nacionalismo de los indios. Este grupo que antes de la guerra aparecí­a como marginal, despreciado, a la hora de la verdad fue el único que defenía hasta el último la bandera del Perú. El combate por mar fue muy heroico pero duró seis meses, la campaña terrestre dura menos de un año, termina en Miraflores en 1881. Desde ahí­ lo que viene es Cáceres y las guerrillas indí­genas hasta la derrota en 1883, es decir duró el doble de las otras campañas. Al final de la guerra se revela que la nacionalidad reposa en los indios, algo que antes parecía mentira. En esta visión de González Prada, Chile sigue siendo percibido como el agresor que se apodera de nuestra riqueza y prolonga la imagen que tení­amos de España. Por reflejo se extiende también nuestra visión de país ví­ctima. Luego Jorge Basadre, en el siglo XX, pone el acento en un tema que actualmente es foco de gran atención: el salitre. Es decir, en qué medida las polí­ticas peruanas de las décadas de 1870 enervan las relaciones en el sur al grado tal de hacer lógico el estallido. El gobierno peruano en esta década toma dos medidas, primero nacionaliza y después estatiza el salitre, que era explotado por empresas chilenas e inglesas. La pregunta es en qué medida estas iniciativas generaron un clima de conflicto, más aún si Chile habí­a comprado dos barcos que rompían el equilibrio defensivo entre los dos países. Actualmente cada vez hay más estudios de detalle que ponen el acento en las responsabilidades propias.

Me contabas que sobre la Campaña de la Breña existe un interesante intercambio de ideas entre Nelson Manrique y Heraclio Bonilla.
-Es una polémica muy interesante. Heraclio pone el acento en la fragmentación del Perú durante la guerra y dice que por esta causa la Campaña de la Breña termina siendo una guerra de indios contra blancos, sin importar ya si un grupo apoyaba o no a Chile. A esto Nelson Manrique hace una secuencia muy cuidadosa de la Campaña de la Breña y muestra que los indios se sublevan después de que los terratenientes colaboran con los chilenos y se ponen del lado de Iglesias contra Cáceres; o sea hay una lógica para la sublevación indí­gena, que no es tanto producto de la fragmentación del Perú, sino de la traición de los terratenientes a Cáceres.

¿Qué lecciones podemos sacar de estas visiones historiográficas, sobre todo para orientar nuestras relaciones con Chile?-En primer lugar es extraño que entre el Perú, Bolivia y Chile sobrevivan tantos rencores. Hace solo sesenta años Europa estuvo dividida en una guerra y ahora es una comunidad supranacional, Estados Unidos le quita a México las dos terceras partes de su territorio y ese tema no prevalece en las relaciones entre estos dos paí­ses. En cambio entre Chile, Perú y Bolivia hay una sensibilidad muy grande. Una primera razón es que los problemas que arrancaron en ese momento no han terminado, Bolivia sigue reclamando una salida al mar, y cincuenta años después de terminada la guerra hubo una batalla muy dura por la recuperación de Tacna y Arica, todo esto ha ido creando un clima de animadversión que se perpetúa.

Lo que pienso es que Chile nunca dejaría de ser un rival. Pero si tú tomas al rival por enemigo te equivocas, igual si lo tomas por amigo. Nuestras relaciones están en otro plano. Tenemos intereses divergentes e intereses comunes. Lo que tienes que hacer es desarrollar los intereses comunes para ir hacia la desintegración de los enconos. Es muy bueno para un paí­s tener un rival con quien competir porque ese es su camino a la excelencia. Pongo un ejemplo, los chilenos sacaron Epopeya el año pasado y en el Perú protestamos porque solo ofrecía el punto de vista chileno, pero lo que debimos hacer no es protestar, sino realizar un documental mejor, una versión al cine de la guerra que sería un éxito tremendo. Si tomas la rivalidad para hacer obras mejores está bien, pero si prevalece el sentido negativo creo que nunca podremos tener una visión equilibrada de las cosas.

Pero en Chile tampoco tienen una visión muy equilibrada de nosotros.
-En el siglo XIX ellos construyen una visión del Perú muy negativa. Ellos se ven como una nación industriosa, de gente laboriosa que ha sacado provecho de sus valles estrechos, en cambio el Perú es todo lo contrario. La opulenta Lima forjada con el trabajo de los indios, de los negros y de los chinos. Nos veían como una nación de ociosos, de gente que no explotaba sus recursos sino que los entregaba en concesión y vivía del presupuesto público. Esa es la visión con la que Chile entra a la guerra. Y luego hay una identificación del Perú y de Bolivia como bárbaros. Ellos serían Europa en América del Sur, mientras que bolivianos y peruanos serían los bárbaros indios incivilizados. Esta concepción de alguna manera sobrevive, pero en la historiografí­a chilena hay también trabajos últimos que tratan de redefinir esta visión, creando vínculos entre ambos países. Ahí­ está el libro Chile-Perú: lo que nos une, lo que nos separa, realizado por los historiadores de las dos naciones.

¿Y cuál es la posición boliviana?
-Normalmente, en el Perú se dice que entramos a la guerra por culpa de Bolivia, para cumplir un tratado con ellos, y que después fuimos abandonados a nuestra suerte. En Bolivia se afirma lo opuesto. El trabajo más importante es del historiador Roberto Querejazu quien afirma que durante la guerra el ejército boliviano defendía con bravura el territorio peruano en la Batalla de Tacna y que por el contrario nunca el ejército peruano lucha en defensa del territorio boliviano. Otro joven historiador, Daniel Parodi, revela que entre 1881, 1882 y 1883 -durante la campaña de la Breña-, Bolivia entrega pertrechos, armas y dinero al Perú. También se critica que el Perú negoció la paz con Chile sin tomar en cuenta a Bolivia. Todo hubiera sido muy distinto si los tres paí­ses, Chile, Perú y Bolivia, se sentaban a firmar un tratado conjunto.
FUENTE: http://elcomercio.pe/edicionimpresa/Html/2008-04-05/tres-visiones-guerra-pacifico.html


PRÁCTICA CALIFICADA: LA GUERRA CON CHILE I
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