HOMBRE DE TV. La relación de Orrego con la televisión es más duradera de lo que se cree. Antes de estar al frente de 'Tiempo después', fue investigador para el programa 'A la vuelta de la esquina' de Gonzalo Torres.
Juan Luis Orrego. Conductor del programa 'Tiempo después' de TV Perú. Historiador y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado los libros La ilusión del progreso, Lima 1. El corazón de la ciudad y ahora prepara uno sobre la primera celebración del centenario.
Texto. Emilio Camacho.
Foto: Musuk Nolte.
Foto: Musuk Nolte.
A Juan Luis Orrego, profesor de historia en la PUCP, la tecnología le ha sido útil. El año pasado le enviaron un mensaje por Facebook en el que lo convocaban para hacer el casting de un programa de televisión en el que se presentarían –a modo de mesa de diálogo– diferentes temas referidos al Perú y a su gente. El casting duró diez minutos. Pero esta nueva experiencia ha sido más duradera. Orrego ya lleva 13 meses al mando de 'Tiempo después', el espacio de conversación en el que se discute desde las diferencias entre pisco y chicha de jora hasta las causas de la pobreza en el país. "Ha sido un curso superacelerado de realidad peruana", dice el profesor Orrego. El catedrático no deja de aprender.
¿Usted celebra las Fiestas Patrias?
Bueno, todos celebramos las Fiestas Patrias, pero cada uno a su manera.
¿Cómo las celebra usted?
Casi sin salir de Lima. Por lo general no salgo de la ciudad, porque es más tranquila. Se puede hacer casi todo en Lima, se puede manejar y pasear casi sin contratiempo. Y además, cuando uno viaja en Fiestas Patrias a los principales destinos turísticos, estos se llenan de gente y a mí me gusta la tranquilidad. Por eso prefiero quedarme en la casa, comer rico, descansar, leer. Prefiero viajar después de fiestas, ya en agosto, durante mis vacaciones.
En las últimas semanas, una marca de cerveza se pregunta en su publicidad “cuándo dejamos de celebrar 28 de julio como se debe”. ¿El dato es real? ¿Alguna vez el 28 de julio fue una fiesta masiva?
Mira, yo creo que hasta mediados del siglo XX, incluyendo por supuesto el XIX, las Fiestas Patrias eran una celebración popular. La gente se entusiasmaba con las fiestas, no solamente porque había vacaciones escolares y laborales, sino porque había una participación en los actos públicos, en las verbenas y retretas, y en todas las actividades que se realizaban en las ciudades. En el siglo XIX, las celebraciones eran organizadas, sobre todo, por los municipios y por lo tanto había una altísima participación popular. Por ejemplo, el día 27, en el siglo XIX, se celebraba la Noche Buena con fuegos artificiales a la medianoche, en la Plaza de Armas. Y buena parte de limeños acudía a este espectáculo. Era un espacio democrático. En esa época las ciudades eran muy pequeñas y los grupos de la élite y el pueblo compartían los mismos espacios públicos.
¿Y por qué se perdió eso?
En primer lugar, por el crecimiento de las ciudades. Eso se dio en Lima a partir de 1920, con la expansión de la ciudad y la aparición de nuevos distritos. Digamos que hasta 1920 Lima era una ciudad, pero con la expansión pasó a ser varias ciudades. Luego, a partir de los años 50, con la expansión de las carreteras y la llegada de vehículos motorizados, la gente empezó poco a poco a salir de la ciudad. Luego vino la televisión, el internet. La gente, ahora, huye de las Fiestas Patrias, no solo mental sino geográficamente.
¿Iba de pequeño a la Parada Militar?
Sí, fui en dos ocasiones. En las dos veces vi a Velasco, y en una de ellas tomaron una foto a Velasco y yo salí parado a su lado. Eso fue en El Comercio.
Así que tuvo una portada junto a Velasco.
(Sonríe). Casi una portada. Ahora, lo que conocemos como el desfile militar empezó a celebrarse a partir de 1890. ¿Qué había antes? Lo que el ejército hacía eran maniobras en la Pampa de Amancaes. Era una cosa mixta, entre espectáculo y maniobras militares. La gente acudía para verlas y a ello se sumaban las vivanderas. Lo que también había era un desfile cívico en la Plaza de Armas. La parte más vistosa de este desfile era el paso de la Compañía de Bomberos, que en su mayoría estaba integrada por extranjero o hijos de extranjeros. Era una forma en la que ellos se integraban a la fiesta y retribuían a la patria que los había acogido.
Ahora, cada vez que se acerca 28 de julio siempre se pone en debate la conveniencia de la Parada Militar. Hay quienes se preguntan por qué no hacer un gran pasacalle con danzas típicas en lugar de ver pasar a los militares.
Siempre se ha dado ese debate. En otros países no hay desfile militar. En Estados Unidos, por ejemplo, es la gente la que sale a desfilar, vestida a la usanza del siglo XVIII, cuando lograron su independencia. Pero no hay que perder la perspectiva. En la mayoría de países de occidente, el día nacional se celebra con una Parada Militar; en Francia, en España. El 14 de julio, el ejército francés sale a desfilar a los Campos Eliseos. Yo creo que el desfile ya forma parte de la tradición nos guste o no.
Pero más allá del desfile, ¿no hay demasiadas cosas rígidas en estas fiestas? Están el Te Deum, el mensaje presidencial; lo que falta es la gente.
Allí sí tengo una crítica respecto a las Fiestas Patrias. Y es la siguiente: a partir de 1945 hemos politizado las Fiestas Patrias. ¿Por qué? Porque la ley y las Constituciones han hecho coincidir el mensaje presidencial con las Fiestas Patrias. En eso sí hay diferencia con muchos países.
Deme un ejemplo.
Colombia, Estados Unidos y España. En esos países el discurso presidencial no coincide con las Fiestas Patrias. En el Perú pasa al revés: las Fiestas Patrias parecen prácticamente las fiestas del Presidente...
Es 'El gran show' del Presidente...
Bueno, durante dos días vemos al Presidente, a los congresistas, a los ministros y a los pobres periodistas que no pueden descansar en estas fiestas por cubrir todo estos actos oficiales.
Le agradezco por su preocupación.
(Sonríe). Lo que pasa es que la Constitución ha hecho coincidir el inicio del periodo legislativo con las Fiestas Patrias. Pero si uno revisa los discursos presidenciales del siglo XIX y los del siglo XX, uno se da cuenta de que estos discursos no siempre se dieron en 28 de julio. A veces se dieron en marzo, en enero, o noviembre. Y yo creo que se deberían despolitizar las Fiestas Patrias y convertirlas en una fiesta de todos los peruanos, como debería ser. Dejar libre el 28 de julio para que sea una fiesta. Mire, no hay cosa más estresante que pasar por Fiestas Patrias después de una campaña electoral. En ese caso, en lugar de ser una fiesta más, el 28 de julio se convierte en una cosa que divide, por todo el enfrentamiento que precede a la elección.
Tiene un blog que se llama 'Rumbo al Bicentenario'. ¿Hay muchas cosas positivas que informar sobre los planes para el Bicentenario?
La idea del Bicentenario yo la divido en dos grandes objetivos. El primero es que el Bicentenario no solo debería servir para hablar de la independencia; también debería ser un pretexto para repensar nuestra trayectoria histórica. Y allí va la segunda parte de los objetivos: con el Bicentenario deberíamos responder si hemos cumplido el gran sueño de los libertadores. Y aquí hay algunas preguntas: ¿qué logros vamos a exhibir en el 2021?, ¿qué logros en el campo de la integración económica?, ¿qué logros en la educación?, ¿cómo vamos a llegar en el aspecto de las instituciones republicanas?, ¿somos una sociedad más democrática e integrada? Esa podría ser una agenda para el Bicentenario.
Voy a continuar con este tema, pero antes quisiera saber si usted es fan de Morrissey.
(Me mira sorprendido). Bueno, más o menos. Lo conozco un poco.
Vi que colgó los tickets para su concierto en su cuenta de Facebook.
Sí, sí, es verdad (sonríe).
Le preguntaba por Morrissey porque cuando el cantante canceló su concierto y se dio este incidente con la comida peruana usted comentó en Facebook que quizá era mejor que esto hubiera ocurrido porque este golpe a nuestra gastronomía podía hacer que pusiéramos atención a otros temas. ¿Cree que la gastronomía, nuestro principal orgullo, no nos deja ver otros temas más urgentes?
La gastronomía es un boom y lógicamente tiene un lado positivo. Es bueno que el Perú sea conocido internacionalmente por algo. Es bueno que a través de la gastronomía se globalice la cultura peruana. Es bueno que se hable del Perú en periódicos y revistas extranjeras por lo rico que se come acá. Es bueno que vengan turistas solo por probar nuestra comida. Nada de eso niego. Pero yo creo que hay tareas más importantes que hacer. De qué nos sirve cocinar rico si todavía hay grandes niveles de desnutrición. De qué nos sirve hacer un plato rico si muchas personas no van a poder comprarlo. O sea, vamos a servir mucha comida en los restaurantes de primer nivel pero no va a haber gente que la pueda pagar. Creo que así como ha habido un discurso alrededor de la gastronomía, que más o menos nos une, debería haber una cosa parecida para otros problemas estructurales. Y uno de ellos es la educación. Estamos a ocho años del Bicentenario y todavía no tenemos una educación pública de calidad.
Estamos en la cola de las pruebas de rendimiento escolar.
Estamos en la cola. Cocinamos rico, pero no tenemos razonamiento matemático ni comprensión de lectura.
¿Hay posibilidad de ponernos metas básicas en los ocho años que faltan para el Bicentenario?
Para empezar, los recursos existen. Tenemos reservas en 60 mil millones de dólares. Podemos capacitar mejor a los maestros, darles remuneraciones más decorosas. El Estado peruano invertía en 1960, en términos reales, cuatro veces más en educación que ahora. No nos comparemos con Europa, tan solo con nuestros vecinos. Veamos cuánto invierten Ecuador, Colombia o México por alumno. Al ver las cifras nos daremos cuenta por qué estamos en este nivel. Hay que hacer una cruzada por elevar el nivel de nuestra educación.
¿Y qué papel deben cumplir las universidades en este escenario? Usted mismo dice que hay recursos, y quizá sea el momento de invertir en ciencia y tecnología aplicada a las necesidades del país.
¿Y qué papel deben cumplir las universidades en este escenario? Usted mismo dice que hay recursos, y quizá sea el momento de invertir en ciencia y tecnología aplicada a las necesidades del país.
Vamos a poner las cosas en orden. La universidad ideal es la que transmite conocimiento y produce conocimiento. Pero no seamos idealistas. Es perfectamente legítimo que una universidad solo se dedique a dar información, es decir, a dar títulos. Pero sí tiene que haber un número relativamente importante de universidades que no solo transmitan conocimientos sino que los produzcan. Eso implica hacer investigación, y no solo en las ciencias exactas.
Leí un comentario suyo que me llamó la atención. A raíz de la crisis que se vive en España y de la falta de empleo, usted propone que las universidades convoquen a profesionales calificados de ese país para que vengan al Perú a dar capacitación.
Eso no es ningún pecado. Los peruanos, por una cuestión ideológica y política, desaprovechamos en los años 40 y 50 el exilio español, que sí lo aprovecharon México y Argentina. Sus universidades contrataron profesionales de altísimo nivel. Nosotros no lo hicimos porque había gobiernos conservadores o por miedo intelectual. En este momento, en España y en otros lugares de Europa, hay muchos profesionales de primer nivel, tanto en ciencias exactas o en ciencias humanas, que podrían venir a institutos superiores a dar clases. Ecuador está haciendo eso. Piensan contratar 500 profesores españoles.
A ver, yo no tengo nada en contra de que vengan los españoles. De hecho, podrían integrarse a algunas universidades, acompañarnos en el último tramo que nos falta para el Bicentenario. Pero eso mismo sería una ironía porque estaríamos celebrando 200 años de habernos liberado del viejo reino de España. No sé si sería una ironía. Sería pues una compensación histórica. (Se ríe).
A ver, yo no tengo nada en contra de que vengan los españoles. De hecho, podrían integrarse a algunas universidades, acompañarnos en el último tramo que nos falta para el Bicentenario. Pero eso mismo sería una ironía porque estaríamos celebrando 200 años de habernos liberado del viejo reino de España. No sé si sería una ironía. Sería pues una compensación histórica. (Se ríe).
¿Tiene militancia política?
No pertenezco a ningún partido y nunca he pertenecido.
¿Y ha participado de las marchas que se han convocado para protestar contra el Congreso, por la reciente elección de cargos para el TC y la Defensoría?
Qué pasa con las marchas. Son absolutamente legítimas. Y en los últimos dos años hemos visto que este tipo de movilizaciones se han extendido por varios países. Esto tiene que ver con el hartazgo, el descontento, la desconfianza de la población frente a la clase política en general, no solo en el Perú. La crisis de la clase política es evidente en todo occidente. Hay un divorcio entre los políticos y las expectativas de la gente. Y si a eso le añades el veneno de la corrupción, aumenta la indignación. Por eso estos grupos que protestan se hacen llamar indignados. El problema con ellos es que son grupos heterogéneos, jóvenes, que se unen por lo que está pasando, pero muchas veces no se estructuran en función de un proyecto político. No tienen un discurso articulado.
¿Eso que usted dice no es más bien una ventaja? Es decir, no dependen de nadie y detrás de ellos no hay intereses de los grupos de siempre.
Sí, pero por otro lado su aparición no ha implicado –en los países que se ha dado este fenómeno– una refundación de la política, que es lo que supuestamente buscan. Los partidos quizá deban cuidarse un poco más, pero todo sigue igual.
No me respondió si había participado en alguna de las últimas marchas.
No, por ahora.
¿Qué lo haría salir a la calle?
Que el sistema democrático esté en peligro. O que regresen los viejos autoritarismo.
Algo así como el 5 de abril del 92.
Claro. Lo que hay que hacer es estar alerta. Que los políticos sepan que la gente no solo está indignada sino que está vigilante. Hay que hacer que este Parlamento termine sus funciones sin problema el 28 de julio del 2016, que haya un cambio de mando de manera ordenada. La democracia hay que defenderla, pero también hacerla de calidad. Y para eso necesitamos partidos que reflejen las expectativas de la sociedad. Que formen cuadros decentes e inteligentes. Hace 20 años que estamos hartos de los congresistas que llegan al Congreso.
¿Y usted por quiénes votó para el Congreso?
Ya no lo recuerdo. Creo que voté en blanco.
Es un maestro universitario que tiene un programa de televisión, 'Tiempo después'. ¿Cómo se siente en esa faceta?
El asunto es muy simple. Yo soy un académico, me dedico a investigar y escribir libros, pero creo que el intelectual también debe tener una proyección social, en el sentido de divulgar los conocimientos que tiene. Y la televisión, no puedo negarlo, es un gran instrumento para cumplir con esa misión.
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