Italianos. Mariana y Adriano llegaron hace tres años. Cambiaron el mar Tirreno por el océano Pacífico.
Luis Lau (25) hijo de inmigrantes chinos, junto a su padre, Hou Ning Lau.
La peruanidad ingresa al corazón de los extranjeros que se afincan aquí a veces con amor, a veces con violencia. No hay punto de vista menos explorado que el de los foráneos que llevan años aquí padeciendo y disfrutando bondades y mezquindades de un país en construcción.
Texto: Juana Gallegos.
Fotografía: David Huamaní y Ricardo Flores.
Fotografía: David Huamaní y Ricardo Flores.
Los veinticinco años que ha vivido en el Perú el uruguayo Sengo Pérez no han sido precisamente una luna miel. Sengo, fotógrafo de 52 años, boina en la cabeza, aire solemne "como somos los uruguayos", dice con su "sho" remarcado que se sorprendió cuando le dijeron que por estas coordenadas habitaban hombres que viajaban con la mitad del cuerpo fuera del bus gritando la ruta y cobrando el pasaje. Sengo aterrizaba en Lima en el 88 y conocía a los primeros cobradores. Llegaba al país con veintitantos años, cuando el Perú se caía a pedazos por Sendero Luminoso, por Alan García, por los coches bomba, por las colas interminables. Eso lo atrajo. Sengo es fotorreportero y escritor.
Sus primeras referencias de este país no vinieron de sus clases de historia o geografía, sino de la radio, mientras el relator de fútbol citaba al puntero izquierdo del Atlético Peñarol, al peruano Juan Joya Cordero. Luego, por azar, viviría en la calle República del Perú, en Sao Paulo. De alguna forma tenía que caer aquí.
Al cabo de 25 años se ha concretado ese proceso que podemos llamar "peruanización", un intercambio de actitudes y valores entre este país y los que vienen de fuera.
Sengo adoptó en su dieta diaria el ají y, en la semanal, el pisco, de preferencia, el Italia. Y le dio el mismo lugar en su estante como en su corazón a Benedetti como a Vallejo. Y a Chabuca Granda, la universal, la acogió con afecto como a la guitarra de García Zárate. Se hizo un poco peruano, se podría decir, leyendo los Poemas humanos y a Ciro Alegría, aunque le tiene un poco de recelo a Vargas Llosa "porque es de derecha". Y sí, de alguna manera lleva al Perú en él porque ha registrado los momentos de los últimos 30 años de su historia con su cámara fotográfica y porque cuando viaja intenta preparar un ceviche a sus amigos. Aunque le molesta que intenten reducir al Perú a su comida.
"El Perú tiene un tremendo legado cultural, histórico, arqueológico. Es más que un plato", dice. Y sí, le molesta ver larguísimas colas en Mistura “para pedirles autógrafos a los cocineros” y le indigna toparse con colas de escritores "tratando de vender sus libros en los bares de Lima".
Pero vamos, dice, de nosotros ha tomado nuestra vehemencia y garra. Aunque el Perú sea un país ingrato, “aquí levantas una piedra y encuentras un poeta”, “aquí, mientras haya una mínima posibilidad de ir al mundial, seguiremos llenando el estadio”. Y sí, si se hiciese un concurso del mejor futbolista del mundo votado por internet, con seguridad miles de peruanos votaríamos miles de “like” a Guerrero y no a Messi. "Son únicos en defender lo suyo aunque no sean los mejores", dice Sengo, quien odia y ama al Perú.
Se molesta y critica a este país. Aquí han nacido sus hijos y siente el Perú, por eso le duelen las injusticias de este país ingrato. "Quiero que mis hijos se indignen, que vean lo bueno sin tapar lo malo, pero que sigan soñando con un país mejor, un país de todos y no de unos pocos", afirma con esperanza.
NO COMEMOS CHIFA
Luis Lau, hijo de inmigrantes chinos de tercera generación, siente al Perú cuando ve jugar a la selección nacional de fútbol. Cuando ve a los once, ve a los peruanos en pequeña escala. Antes de Markarián, desunidos. Después de Markarián, sincronizados, casi un equipo. Así es el Perú, dice. Le falta unión, colaboración.
Luis es peruano de padres chinos. Su tatarabuelo llegó hace setenta años al Perú de Cantón a Lima. Su papá, Hou Ning Lau, de 65 años, lo hizo hace 30 huyendo del comunismo de Mao Tse-tung. Conocido como el chino Alan del Chifa Miraflores, su padre es una institución en el barrio, más de cuarenta años preparando chaufas y guantanes. Aún habla un castellano masticado, pero vive feliz, dice, porque en el Perú "clima es lindo. No clima extremos como en China. No verano de 34 grados".
Luis nació aquí pero tiene el chip chino: palabra de honor, lealtad y puntualidad. Por ello difícilmente le creerá al peruano. Aunque es relativo lo de la confianza y la puntualidad según la persona.
Tanto él y su papá se consideran peruanos. Con tantos años aquí, el Perú se les ha metido en la piel. Luis es diferente a otros chinos que son más herméticos, menos habladores. "No te hablan porque seguro piensan que eres de la Sunat", dice riendo. Y entre bromas hablamos de comida. Como buen peruano le gusta el ceviche, el ají de gallina, pero como buen chino jamás comerá los platos que ofrece su papá en su chifa. "Al peruano le gusta mucha fritura, mucho crocante”, dice el señor Lau. “El chifa es una adaptación de la supervivencia china en el Perú. Nosotros nos adaptamos al gusto del peruano que le da más importancia al sabor que a la salud", dice Luis, paisano de los 9.222 chinos que viven en el país. La colonia extranjera más grande antes de los colombianos y estadounidenses.
¿TODO CON ARROZ?
Comida cien por ciento italiana con ingredientes peruanos en el hotel Brisas del Mar, en el kilómetro 46 de la Panamericana Sur, Punta Rocas. Mariana Armenio, de 58 años, y Adriano Orieti, de 63, conforman una pareja de romanos que llegó a Perú hace tres años. Mientras Marina cocina un carbonero italiano, platillo típico hecho a base de chancho ahumado, mantequilla y pasta, enumera las veces que la palabra Perú estuvo latente en su vida hasta que por fin ancló en esta costa. En su imaginación, Perú era un lugar remoto, de gente que andaba aún en plumas y polleras, como lo muestra la National Geographic. Perú era música de instrumentos raros, de ¿flautas? (quenas) y ¿guitarras? (charangos). Perú era delincuencia, robos, asesinatos, según la TV italiana. Finalmente, Perú sería el lugar que repetiría tanto su hijo mayor, Maximiliano, al casarse con una peruana, el pretexto por el que piensan pasar el resto de sus días aquí.
Lo dejaron todo, vendieron su casa, sus autos, sus muebles hace tres años y se vinieron a buscar el paraíso perdido aquí: mar, tranquilidad y negocio propio. Le compraron el hotel y restaurante a un peruano, y se vinieron.
Adriano hace las compras de la cocina tres veces por semana en el Mercado de Lurín y se toma un vaso de zumo de caña o gel de sábila. Podría pasar como criollazo por sus mañas y ademanes pero el bigote de Don Vittorio lo delata.
El aprendizaje ha sido lento. Ahora Mariana sabe que debe servir el pescado a la plancha con papas fritas y arroz. Jamás solo. Lección aprendida. Y sí, al peruano le gusta combinar todo: tallarines verdes con bistec montado y papa la huancaína. Tallarines rojos, chanfainita, chaufa, cau cau, ceviche en un solo plato. Receta nueva para esta cocinera italiana a quien con un poco de vino se le va el reparo y habla un poco de lo chocante que es la pobreza, de lo caótico de la ciudad, de la vergüenza del racismo, de la diferencia de clases.
Un país contradictorio pero con gente buena y trabajadora. Una reserva de energía, un laboratorio de experimentos impredecibles. Así es el Perú para los extranjeros.
Sengo Pérez volverá a Uruguay el próximo año con algo de pesar. Luis Lau piensa estudiar en el extranjero pero regresar a aplicar lo aprendido aquí. Mariana y Adriano tratarán de seguir ofreciendo comida italiana en el menú de su hotel antes de que les gane el gusto por unos tallarines rojos con una papa a la huancaína. Adquirir la peruanidad es un proceso lento y difícil, pero se aprende. Nunca es tarde para decirles: Quédense, siéntase a gusto, esta ya es su casa.
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