viernes, 20 de diciembre de 2013

JULIAN ASSANGE. El hacker perseguido. Wikileaks y libertad de expresión.

Con captura internacional, Assange tiene asilo en la embajada de Ecuador en Londres.
La autobiografía de Julian Assange, el fundador de Wikileaks, es un recorrido por una vida signada por la filosofía ciberpunk, el activismo y la política.
Texto: Horacio Bilbao (Revista Ñ)
Fotografía: Reuters
Diga lo que diga Julian Assange sobre su autobiografía no autorizada, el libro cumple con creces una de las misiones que él mismo se autoimpuso. Hacer cada vez más visible su causa. Además, el texto, recientemente editado por Libros del Zorzal en Argentina, tiene los condimentos biográficos de una vida atrapante, pero al mismo tiempo funciona como herramienta de debate sobre la convergencia entre política, medios y tecnología en esta agitada segunda década del siglo XXI. Quizá, como él mismo ha dicho, sea un libro oportunista, “un borrador inacabado y lleno de errores”. Pero hay un dato insoslayable: Assange firmó el contrato con la editorial escocesa Canongate embolsando casi medio millón de libras. Accedió a contarle su ya mediática vida al escritor Andrew O’Hagan, que luego, tras las críticas del fundador de Wikileaks, ha quitado su nombre de la biografía. Dicho esto, en resguardo de los errores y filtraciones que puedan aparecer sobre el retratado, resulta obvio que el ritmo del relato, frenético, actual, vinculado a los sucesos por todos conocidos, es un anzuelo suficiente para leer cada palabra como si fuera dicha por Assange. Y es pura ironía que su vida se filtre así, sin sus avales.
Assange empieza hablando desde el encierro. Piensa en mantener viva su guerra de comunicación incluso cuando es llevado a las celdas de presos peligrosos. Todavía no se había refugiado en la embajada de Ecuador, pero solo ese dato le falta a la mesiánica carrera del hacker más famoso del mundo. Es esta la historia de un hombre superado por la dimensión de su fama, asediado por los flashes, que asume rápido esa situación: convertirse en el blanco de semejante persecución será un gran servicio a la causa. ¿Qué causa? “Nos enfrentamos contra el poder del viejo orden, contra su capacidad de silenciar a la gente, de infligirle miedo”, dice Assange. ¿Puede existir algo así en la era de Internet? Las libertades implícitas de la red encierran la ironía de que también allí reside la mayor arma de espionaje de toda la historia. Y Assange sabe moverse en esos círculos. Aunque claro, después del Cablegate, la mayor filtración de material clasificado de la historia, sobran los que piden su cabeza.
Se autoanaliza Assange en el libro, bucea en su infancia, buscando los porqués de su situación actual. Encuentra significados para todo este hombre que nació en 1971 en Townsville, una ciudad australiana de 80 mil habitantes. Cuenta que sus padres llevaban la protesta en los genes, y elogia a su tutor postizo, Brett Assange, y a su madre por haberle inculcado esa mirada. Recorre su infancia en Magnetic Island, luego una pubertad nómade, los años como hacker bajo el nombre de Mendax haciendo amigos virtuales, chicos distintos, conectados de otra manera con el mundo. Assange creció sintiendo que el cambio era posible. Su biografía está llena de libros. La literatura de Assange, un lector ávido, compulsivo. Desde Tarzán y Mark Twain, de Shakespeare a George Orwell, de Kafka a Wilde. Pero si los libros le dieron una relación con el mundo, pronto llegaría la revolución. A los 16 años tuvo su primera computadora, una Commodore 64, que se convirtió en su conciencia. Dice Assange que esta generación, la suya, se reconoce en un nosotros frente a un ellos, computadoras mediante. “Sabemos más de qué pensamos y quiénes somos compartiendo nuestras ideas con los demás”, asegura. Los mejores hackers son los que vivieron todo el proceso. Aquellos que aprendieron a programar cuando las máquinas venían vacías, sin la vigilancia de Apple o Windows. Su vida se volvió un campo de batalla.
Entendió pronto las oportunidades que la tecnología les ofrecería a los activistas. En 1999 fundó leaks.org, el germen de lo que vendría después. A medida que veía las posibilidades, empezaba a crear actos políticos para romper ese control de gobiernos y estructuras de poder sobre la información, de que la información dejara de estar controlada por los medios, y les perteneciera a las sociedades. Eso está ocurriendo.
Aunque él mismo se defina como periodista, hacker, editor y activista, marcará diferencias. Critica duro a muchos de sus colegas, devenidos en taquígrafos del poder. “Los medios no deben agradar a los gobiernos”, dice. Quiere sacudir las costumbres timoratas de los medios. Y lo hace.
El 4 de octubre del 2006 registró el dominio wikileaks.org. Y en noviembre del 2007 dio el primer gran salto. Publicó 150 mil documentos ocultos de las Fuerzas Armadas estadounidenses, todo el material militar registrado por los Estados Unidos en la Guerra de Irak. “Nos convertimos en la primera agencia de noticias al servicio del pueblo”, celebró. Buscaba crear refugios contra el secretismo. Para los periodistas, para las fuentes. A pesar de sus críticas, y las malas experiencias, siempre tuvo la idea de cooperar con los medios. Para él la historia del periodismo es la de las filtraciones. El periodismo de investigación, el noble arte que consiste en arrebatarles la información a los poderosos. Assange es un arrebatador.
En Islandia hace desmanes. Filtra la cartera crediticia de un banco, los préstamos mayores a 45 millones de euros que se reparten entre amigos mientras el país se cae a pedazos. Allí mismo prepara el video Collateral Murder. Si no lo vieron, háganlo. Muestra los asesinatos de civiles y periodistas en Irak desde un helicóptero Apache. Más Irak y Afganistán.
Y luego su caída en Suecia, acusado por dos mujeres de violación. No violé a esas dos chicas, es una acusación ridícula, dirá. Con un pedido de captura internacional, siguió trabajando. De allí salió el Cablegate, pese a que su relación con los medios se había erosionado. “La auténtica prueba de fuego para el periodismo solo llega cuando comienza el contraataque”, concluiría. No tiene partido ni gobierno, Assange. Tampoco se aferra a ideologías. Allí está la fuerza y la debilidad de lo que hace. Es un signo generacional. Por suerte, su biografía se ha filtrado.

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