Cuenta el abogado César Nakazaki
que, durante la prisión de Alberto Fujimori en Chile, este le pidió a su hija
Keiko posponer todos sus planes personales para ayudarlo. El plan era sencillo.
Ella debía liderar al fujimorismo en la lista parlamentaria a las elecciones
del 2006 y aglutinar fuerzas para lograr su liberación a través de un arreglo
político. Ella aceptó. Esa fue, al
inicio de su vida política, su agenda de punto único.
Durante el periodo 2006-2011,
García ofreció comodidades al reo Fujimori a cambio del apoyo de facto del
fujimorismo en el Congreso. García los meció –sabía que el indulto era
injustificable jurídicamente– pero en una jugada de último minuto intentó
persuadir al electo Humala para hacerlo “entre los dos”. Claro, debía firmar
Humala. No resultó.
En las elecciones del 2011 algo
se quebró por siempre en la relación padre-hija. Los reproches por haber
perdido no fueron pocos. Keiko redujo drásticamente sus visitas al padre y se
dedicó a fortalecer un partido propio. Sus asesores la convencieron de
“desalbertizar” su propuesta al 2016 después que Humala negara el indulto
solicitado por los hijos Fujimori. Keiko decidió presentarse en foros
internacionales a suavizar su conservadurismo, pero luego se radicalizó a la
derecha. Funcionó. Pasó a segunda vuelta por segunda vez y estuvo a punto de
ser presidenta con 73 de 130 congresistas electos.
Para Kenji Fujimori, el hijo que
se ocupaba personalmente del padre, la “desalbertización de su hermana” era una
táctica, solo para alcanzar el poder. Alcanzado este, se regresaba a la agenda
de punto único pactada en el 2006. Durante el final de la campaña 2016 debe
haber entendido que no había ninguna treta electoral. Si su hermana creía que
ella tenía poder por sus propios méritos, “y no le debía nada a nadie” como
afirmó, él iría por otro camino. Ni siquiera fue a votar por ella. Ese fue el
preludio de una guerra de 20 meses que terminó con su expulsión de la bancada,
del partido y del Congreso. Consiguió un indulto para su padre, pero también la
renuncia del presidente que no pudo protegerlo, ni defender una decisión llena
de vicios. Anulado el indulto, es cuestión de días para que su padre regrese a
la Diroes.
“Tú serás el responsable por tus
sobrinas, cuando ellas visiten a tu hermana en la cárcel”, recriminaba con
acritud el congresista Miguel Torres a Kenji Fujimori la noche de diciembre
pasado cuando se votaba la vacancia de Kuczynski. El compañero de colegio y
abogado de la familia Fujimori afirmaba lo que hoy resulta más que una
premonición. En el universo de Keiko, Kuczynski era el enemigo que la llevaría
a la cárcel. El camino era conseguir un presidente títere y archivar todo en la
Corte Suprema con el contacto con Hinostroza. La acción de Kenji dilató el
plan, pero este se ejecutó entre marzo y mayo de este año.
La lectura política de Keiko
Fujimori fue un desastre. Kuczynski le hubiera resultado mejor aliado que
Vizcarra que ha sabido enfrentarla. Las grabaciones a “Los Cuellos Blancos del
Puerto” resultaron fatales para sus planes y el develamiento –desde Brasil– de
su cercanía a las donaciones de Odebrecht fue minando su imagen pública.
Kuczynski puede estar muy desprestigiado pero el obstruccionismo permanente de
su bancada, y lo más grave, la deslealtad con su padre y su hermano han
resultado en que hoy 71% de la población crea que está bien detenida y 75% que
es responsable del delito de lavado de activos, en organización criminal, por
las donaciones de campaña del 2011.
¿Entenderá Keiko Fujimori que el
comportamiento de su bancada solo la hunde más? Una ley inconstitucional con
amnistía encubierta para su papá y cómplices, las teorías alucinadas de un
golpe de Estado, esparcidas por sus ya pocos operadores, la protección a
Becerril y Chávarry, la persecución del mismo Chávarry a los fiscales que la
investigan. Todo le resta, una y otra vez.
¿Se pudo haber evitado esta
tragedia? ¿Pensarán padre e hija rumbo a sus respectivas prisiones qué hubiera
pasado si la hija le hubiera dicho “no gracias, papá” el 2006?
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