FUJIMORISMO
por Pedro Salinas.
El fujimorismo no tiene
cura. Nació como un germen
totalitario. Y eso es lo que será el
resto de su existencia. Un movimiento
enemigo del Estado de derecho. Una
agrupación camaleónica, que adoptará algunas formas de apariencia democrática,
pero cuyo corazón golpista siempre terminará imponiéndose.
Eso fue, y sigue siendo, desde su
nacimiento aquel domingo en la noche del 5 de abril de 1992, cuando decidió por
la fuerza eliminar todos los organismos de contra peso y de fiscalización. Y la represión se convirtió en su política
principal. Amordazando a los medios de
comunicación, hostilizando a todo opositor.
Hay ingenuos que todavía siguen
creyendo que algo así es lo que necesita el Perú. Cada vez son menos, es verdad. Pero que todavía los haya es
inquietante. Asumir que el Perú
mejoraría con el ascenso del fujimorismo es de locos. Porque sí una certeza podemos inferir luego
de todo lo que hemos conocido, es que si el fujimorismo llega de nuevo al
poder, sería lo peor que nos podría pasar como país. La moral se degradaría a niveles jamás
vistos. Todo empeoraría.
Paradójicamente, sectores de la
derecha conservadora que alientan el capitalismo, insisten en que la apuesta de
los peruanos debería volver a recorrer la senda autorización. Son incapaces de ver que el capitalismo
jamás podrá despegar con el fujimorismo, pues este no es liberal sino
mercantilista por sus cuatro costados.
Políticamente, el fujimorismo es
sinónimo de brutalidad y salvajismo. Es
traición a al democracia. Servilismo
patético. Pantomima parlamentaria. Bravata a lo Becerril. O a lo Tubino. O en plan Keiko. Corrupción orgánica. Gestos destemplados. Cacógrafos a sueldo. Validos como cancha. Tiranía a la mala. Putrefacción enraizada. Despotismo congénito. Atropellos contra la prensa. Envilecimiento de la justicia. Satrapía flagrante. Triquiñuelas grotescas. Pisoteo a los derechos humanos. Oscurantismo atávico. Prepotencia extendida. Arbitrariedad con roche. Barbarie a pastos. Legisladores autómatas. Domesticación de la opinión pública. Intimidación y sobornos. Campañas de calumnias. Troles mal olientes. Operaciones de vilipendio. Mascaradas infames. Seres viles. Chapoteo en el fango y la mugre.
Maquiavelismo puro y duro.
Extremos de truculencia y crueldad.
Y más. Porque el fujimorismo apela a “esa atroz
tradición de sometimiento servil o pasividad resignada que es el caldo de
cultivo que ha hecho florecer a nuestras incontables dictaduras”, como escribió
Mario Vargas Llosa en enero del 2000.
Al final, como lo hemos visto en
más de una oportunidad, desde la caída de Fujimori hasta la fecha, el
fujimorismo luego de haber llegado a la cúspide termina en el descrédito, en el
escándalo, remeciendo a la opinión pública, que, termina reaccionando
positivamente frente a los abusos de poder.
Sin embargo, pese a los incontables ejemplos de malas artes y daño letal
al sistema, esta misma opinión pública olvida fácilmente lo vivido. Ya lo hemos padecido en las elecciones del
2011 y del 2016. En ambos comicios
estuvimos a punto de sucumbir ante la lacra fujimorista.
Lamentablemente, salvo el
temporal oasis que se vivió durante el gobierno de transición de Valentín
Paniagua, los peruanos no hemos tenido la oportunidad de tener en el Poder
Ejecutivo, en los ministerios, en el Congreso, en la administración de
justicia, una mayoría de funcionarios y servidores del Estado que no roben y
que no hagan demagogia. Y sobre todo,
que digan la verdad y que sean tolerantes a la crítica y a la
fiscalización. ¿Algún día veremos eso?
FUENTE: LA REPÚBLICA,
11.11.2018,p.05
No hay comentarios:
Publicar un comentario