La República. 09.Setiembre del 2018
La opinión pública lo tiene muy
claro. El Perú tiene un sinnúmero de problemas graves: pobreza, desnutrición,
violencia, falta de oportunidades, falta de acceso a servicios públicos de
calidad e inmensos déficits de infraestructura. Nada sobra y todo falta. Somos
aún un país de grandes exclusiones y de grandes inequidades. Pero si hoy hay un
problema nacional que supera a todos (que es causa de todos) y que parece no
tener remedio es uno solo: la corrupción generalizada que gobierna el poder
político, la vida en comunidad y hasta las relaciones privadas. Hay corrupción
en todas partes y muchas veces es imposible resistirse a caer en las garras de
un sistema concebido para que todos caigan en este.
“La corrupción es el sistema”,
cito a Alonso Gurmendi, quién en la Asamblea de Transparencia hacía la
diferencia con la frase “el sistema es corrupto”. Lo primero –lo que sucede hoy
en el Perú– es mucho peor. Cuando un sistema es corrupto es más fácil refundarlo.
Cuando la corrupción es el sistema, no hay forma de no estar inmersos en él.
Nuestra cultura ha “normalizado” el nepotismo y la cadena de favores llamándola
reciprocidad, cuando no es más que la captura de todos los espacios públicos y
privados por el grupo que “manda” y hace sufrir su mandato a otro que obedece o
sufre las consecuencias. Los audios de la corrupción judicial no han hecho más
que poner en evidencia esta gran tara nacional, costosa barrera infranqueable
para el desarrollo y para cualquier proyecto republicano.
Por eso es que hoy no puede haber
medias tintas. No puede dilatarse más la toma de medidas democráticas para
contener y arrinconar un fenómeno que se come al país por pedazos, día a día y
que tiene enormes grupos de interés dispuestos a que parezca que todo cambia
para que no cambie nada. El mensaje de 28 de julio del presidente Vizcarra ha
logrado conectarse con un pueblo que reclama cambios radicales para vivir
mejor, para salir de este camino de desesperanza que siembra la impredictibilidad
de todo régimen corrupto.
Como dice el Papa Francisco, no
se combate la corrupción desde el silencio. Tampoco desde la claudicación.
Fuerzas minoritarias son capaces de grandes hazañas si el norte está claro y el
liderazgo firme. Por ello debemos insistir en las renuncias de los funcionarios
corruptos, en la refundación del Consejo de la Magistratura, de la Junta de
Fiscales Supremos y de la Corte Suprema. Ese es el principio de un cambio mayor
que pasa por todos los poderes del Estado y por todos los niveles de gobierno.
Un cambio que debe redefinir la relación ciudadano–Estado, eliminando todos los
sobrecostos que hoy asume al cargar sobre sus hombros el peso de pasar por un
sistema corrupto para poder sobrevivir.
Sin embargo, en esta hora
crítica, los plazos y un Congreso pusilánime –dominado por Keiko Fujimori y
Alan García, más preocupados de su destino que el del país– arrinconan a un
pueblo que quiere votar por cambios. El referéndum para la reforma
constitucional tiene que convocarse con 60 días de anticipación. Si la segunda
vuelta regional es la primera semana de diciembre –hay que hacerlo coincidir
para generar ahorro y no defraudar a millones– la convocatoria presidencial
tiene que hacerse la primera semana de octubre.
Quedan tres semanas para aprobar
los cuatro proyectos de reforma constitucional. Los enemigos del referéndum lo
están boicoteando por las razones más innobles que existen. Es verdad que los
proyectos necesitan mejoras, pero no es verdad que eso sea lo que le importe a
Fujimori o a García. Lo que quieren es ganar tiempo y mantener a “su” Fiscal de
la Nación para que este archive todo lo que hay en su contra antes de que un
nuevo CNM lo saque a él y a sus pares de toda función pública.
La pregunta es: los millones de peruanos
que quieren un cambio, ¿lo van a permitir? In Pluribus Unum. Son muchos los
problemas, muchas las dificultades y los retos, pero de todos ellos, enfrentar
la corrupción es el primero. ¿De qué lado de este inmenso abismo se va a poner
cada uno?
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