jueves, 31 de enero de 2019

EL CARBÓN Y LA EXPLOTACIÓN INFANTIL EN PUCALLPA

Trabajo Infantil
 Denis, 12 años, revuelve el carbón desde las 6 de la mañana. Fotos: Flor Ruíz IMAGENPERU

Sacos de 30 kilos, a 30 soles el saco, terminando de ser cosidos. Fotos: Flor Ruiz IMAGEN PERU.

Los niños del carbón
En Manantay, Pucallpa, menores de edad trabajan junto a sus padres en la producción de carbón, en condiciones similares a las de hace más de un siglo. Las autoridades no combaten esta forma de explotación infantil.
Domingo, 11 de Noviembre del 2018
Hace cuatro años ya había recorrido este distrito y esta misma carretera donde tragas polvo. Aquella vez, entre indignada y sorprendida, veía entrar y salir de aserraderos decenas de camiones con inmensos troncos de árboles y piezas de madera marcados por la ilegalidad. El 80% de la madera que sale de Ucayali es ilegal. Esta escena, lunes mediodía, a 30 grados y con la cámara en mano, era un déjà vu, un recuerdo tal cual hace cuatro años ( se calcula que un promedio de cien camiones al día trasladan piezas de madera a diversos destinos del país).
Dejamos esta ruta de más de media hora de aserraderos, llegamos a una entrada de casas angostas de madera. Allí todo el polvo que nos cegaba se disipó, entramos a una zona cercada por estacas de madera envejecidas, entre el suelo negro quemado y el olor a hollín. Un niño acelerado en su andar me clavó la mirada directo a los ojos: pies, piernas, manos ennegrecidas y todo su cuerpo gris iba y venía entre trozos de madera apiladas. Él no pasaría de trece años, pero su rostro era tan serio y duro como el de un adulto al que le han robado el alma. Se alejó con temor a la cámara, cogió una carretilla y se perdió entre un cerro de carbón que todavía humeaba.
A unos pocos metros, una señora acomodaba trozos de carbón en costales rojo y blanco, tendría que coser medio centenar de ellos. Sus tres hijos la rodeaban: un niño que no llegaría a los dos años, cabello amarillo, color de la desnutrición, igual que el cabello de la hermana adolescente que lo cargaba. A espalda de ella, con un rastrillo gigante, removía un cerro negro humeante de carbón, Denis, de once años, pero en apariencia de siete. “Trabajo desde las seis de la mañana, todos los días. En las noches recién puedo ir al colegio, gano 90 soles a la semana. Sí, está bien, no me da pena”, dice mientras sigue removiendo y tragando ese humo negro que se le mete hasta las entrañas. A lo lejos, una iracunda mujer acelera el paso, nos grita a María Luisa del Río, periodista, y a mí: “¡Qué, no se dan cuenta de que todo eso está quemando, que se pueden hundir allí, ya bájense, váyanse!”.
Esto es Manantay, a solo diez minutos de Pucallpa, el distrito que a nivel nacional es el mayor productor de carbón vegetal como subproducto de la madera que proviene de los aserraderos. Y esta es la realidad en solo una de las más de doscientas carbonerías que hay por aquí: la explotación de niños, las condiciones de trabajo infrahumanas con el carbón, una de las formas más peligrosas de trabajo por la elevada exposición de humos tóxicos.
Tienes que seguir fotografiando, moverte a más rutas en los alrededores, iguales o peores. Miras tus zapatillas rosadas y tu ropa ahora teñidas de negro, tu tos de segundos es una broma comparada a todos los años que ellos inhalan esa peste. Te das cuenta de que hace poco más de un mes en esta misma ciudad conversabas con una docena de niños y niñas que se recuperaban de años de estar sometidos a la explotación sexual y laboral. La desoladora escena es como hace más de dos siglos, la revolución industrial que trajo esclavitud, que se “justifica” ahora, pues desde aquí se necesita proveer a Lima con el 95% de carbón para comer pollos a la brasa o parrillas.
Los olvidados
La cadena de la producción del carbón en Manantay muestra que no hay una política de prevención o gestión, de cara a las poblaciones más vulnerables: en una carbonería hay un promedio de treinta personas que están expuestas a todo el proceso de combustión del carbón. Por cierto, una “talana” –un horno artesanal para quemar la madera– permanece un promedio de quince días continuos emanando humo tóxico. En ese proceso, a los niños se les encarga ir volteando y moviendo ese humo que sale de los cerros de carbón. Como consecuencia del combustible usado para la tala, el tránsito de camiones pesados y del parque automotor, en Manantay el plomo en el aire alcanza los 28 ug/m3 (28 microgramos de plomo por metro cúbico), 14 veces más del límite permitido. El límite máximo de concentración es de 2ug/m3 (dos microgramos de plomo por metro cúbico).
De los 80 mil habitantes del distrito, un promedio de 6 mil personas, entre adultos, adolescentes y niños, trabajan con el carbón (en la margen izquierda de la quebrada de Manantay, dentro de los aserraderos de la zona, paralelos o al pie del río Ucayali, y en el eje de la carretera Federico Basadre). Las enfermedades o Síndrome de Obstrucción Bronquial Aguda (SOBA) como consecuencia inmediata son asma, bronquitis crónica, rinitis alérgica, problemas de garganta, sinusitis. A corto plazo, devienen en enfermedades crónicas como fibrosis o enfisemas, además de la consecuente disminución de las expectativas de vida. También se ha identificado enfermedades cardiovasculares y estrés.
Consultados varios de ellos, la gran mayoría no cuenta con un SIS (Seguro Integral de Salud) y tampoco buscan obtenerlo porque a muchos les han dicho que no califican. En esta actividad marginal, no hay datos precisos del promedio de niños en esta situación laboral, que acompañan a sus padres en la actividad, o saber cifras de cuántos de ellos mismos buscan ser empleados. Y por si fuera poco, esta actividad y quienes se dedican a ella no figuran dentro de la agenda de diagnóstico, gestión o atención de las instituciones de la región, menos a nivel nacional. Tampoco se los menciona dentro de las acciones del Plan de Trabajo de quienes asumirán la gestión edil del distrito de Manantay.
La DIRESA (Dirección Regional de Salud) nos hizo saber que estas familias no son un grupo prioritario por atender y que no hay un plan de acción con ellos. Tampoco dieron respuesta a otras consultas que hicimos. Los demás pobladores del distrito los ven como un problema: los denuncian por la emanación del humo tóxico que llega a sus viviendas contiguas, o son parte de las noticias locales un promedio de dos veces al año, cuando los desalojan. Formales o informales, no hay ninguna claridad al respecto, vienen esperando más de una década una propuesta de reubicarlos en zonas alejadas. Mientras tanto, muchos de ellos viven a salto de mata, trasladándose, armando y desarmando sus casas de plástico y caña.
Sin sueños
Al lado del cementerio, allí vive el niño que viene juntando carbón en una tapa de ventilador usado cual cernidor. Él acelera, pone bloques pequeños de carbón en un costal, se queda parado mirando al cementerio, se cansa, toca su espalda, hace un gesto de dolor, se inclina lento, vuelve a acelerar. “Gano un sol por hora. Si estoy desde la una, terminaré a las ocho”. Quiere llegar a 9 soles, me dice. Cuando termine, solo el cansancio será su compañía. De momento, ningún cuaderno o libro acompañará los sueños que tenga para el futuro.


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