Historia
La Lima que encontró Pizarro
¿Por qué eligieron el actual Centro Histórico para fundar la
Ciudad de los Reyes? ¿Por qué sobreviven más de medio millar de huacas en toda
la ciudad? Fernando Flores Zúñiga presenta una nueva visión de la Lima
prehispánica en los seis tomos de Historia del valle del Rímac.
Roberto Ochoa
Domingo, 13 de Enero del 2019
Francisco Pizarro no eligió la zona mejor urbanizada de Lima
para fundar la Ciudad de los Reyes el 18 de enero de 1535. La actual Plaza Mayor
era un pampón rodeado de viviendas y edificios burocráticos, donde radicaba
Taulichusco, un funcionario de mediana categoría encargado de la administración
de las aguas (acequias) que regaban todo el valle de Lima.
Lo que sí estuvo profusamente urbanizado es el vecino
Barrios Altos, sede del oráculo de Chinchaytambo, asentado en lo que ahora
conocemos como la Plaza Italia, rodeada de decenas de huacas que ocupaban un
espacio donde está la actual avenida Abancay y todo el Mercado Central, hasta
llegar a la orilla del río Rímac; sede –a su vez– de un encuentro de caminos
que apuntaban a los cuatro puntos cardinales. Uno se denominaba el Callejón de
Quillapisco (“ave de la Luna”), que pasaba por Surco y llegaba hasta Armatambo
(Morro Solar). Otro era el Qapaq ñan de Huatica –actual avenida Camino Real–
que hoy en día sigue siendo la frontera entre Santa Beatriz, San Isidro y
Lince. También sobresalía el camino bajo de Pachacámac, que ahora alberga a la
Vía Expresa, la avenida Panamá y la avenida Tomás Marsano. Por último, y
apuntando hacia el oeste, surgía la red de caminos que llegaban hasta Pitipiti
(Callao), luego de pasar por el enorme complejo de pirámides y palacios
administrativos de Hatum Maranga y los antiquísimos vestigios del denominado
Cono Norte de Lima.
“Nuestros antepasados prehispánicos podían caminar con
fluidez, seguridad y relativa rapidez, entre puntos tan dramáticamente
distantes como, por ejemplo, Pucllana –hoy límite entre Miraflores y San
Isidro– y Chontay, aguas arribas del río Lurín. O entre Puruchuco (en Ate) y el
asiento de Makat Tampu (Callao), gracias a un tramado confeccionado con
atención a los espacios naturales, los sitios culturales y su administración
respectiva. No importa dónde se encontrasen, nuestros ancestros nunca se
extraviarían en su propósito de alcanzar Ychsmay-Pachacámac, Chinchaytambo o
las alturas sacras del Pariaqaqa”, afirma Fernando Flores Zúñiga, autor de la
colección Haciendas y pueblos de Lima. Historia del valle del Rímac (seis
tomos) editado por el Fondo Editorial del Congreso del Perú.
Y es precisamente en el sexto tomo, Hilos de adobe y piedra,
donde Flores Zúñiga enfatiza que Lima siempre fue una ciudad (siguiendo en algo
el concepto occidental de las urbes) ni mejor ni peor que las europeas.
Sencillamente era una ciudad diferente, con una enorme frontera agrícola, con
miles de cabezas de camélidos sudamericanos y una agresiva actividad comercial.
El valle era atravesado de manera estratégica por ríos y canales artificiales
(Lati, Sulco, Huatica, etc.) y una trama de formidables caminos que simulaban
un quipu o una red de pescadores. Después de todo, la actividad pesquera era un
quehacer estacional en todo el valle. No solo por la cercana presencia del mar,
sino también por los puquios y enormes áreas de pantanos que proporcionaban
peces de agua dulce, patos y totora para la navegación.
“Pizarro encontró en lo que ahora es la Plaza Italia una
civilización, un lugar construido. Era una civilización que le resultaba ajena
y contraproducente. Por eso decidió bajar un poco pegado al cauce del río Rímac
y descubrió que había una zona habitada por una especie de gerente encargado de
administrar las aguas. Ese personaje tenía el título de Taulichusco, encargado
de administrar las aguas para cuatro pueblos o llaqtas”, sostiene Flores
Zúñiga.
Añade que los españoles “con un criterio muy romano, muy
castrense, sacrificaron el diseño original triangular y lo reemplazaron por un
cuadrado e hicieron un tablero. Toda la Lima cuadrada, con sus 117 manzanas,
son cuadriláteros perfectamente delineados con cuadras de cien metros de lado
que configuran una manzana". El espacio céntrico más grande era la plaza
de armas, donde se congregaba toda la gente que colonizó y pobló esta parte del
valle que estaba prácticamente llana. La Ciudad de los Reyes fue fundada como
una ciudad española, occidental. Lima estaba al otro lado, era Chinchaytambo
(Plaza Italia), donde estaba el oráculo de Rímac o Límac. Es decir, 'el que
hablaba'. Este oráculo de Límac en Chinchaytambo era inmenso y estaba
subordinado a Pachacámac, que era algo así como El Vaticano o La Meca.
Ciudad sin reyes
Cuando Pizarro
abandonó Xauxa (Jauja) como capital del Perú y se trasladó a Lima no tuvo
jerarcas con quiénes tratar. Recordemos que el Señor de los Chincha
–Chinchaycapac– fue asesinado durante la captura de Atahualpa dos años y medio
antes de la fundación de la Ciudad de los Reyes.
Pizarro tuvo que tratar con un subordinado de menos
categoría: Taulichusco. Y es aquí donde Flores Zúñiga pone el dedo en la llaga:
“La historiografía clásica peruana yerra en su perspectiva universal acerca de
la naturaleza del poder en el mundo andino prehispánico. Hace aparecer a los
ayllos del valle de Lima como una behetría tribal dirigida fraccionadamente por
jefes chamánicos, barbáricos, como lo eran los cabezas de clanes
norteamericanos. No ha reparado en que el valle de Ichsmay o Limaj estaba
ocupado por una entidad civilizada altamente refinada, sofisticadamente
jerarquizada, que logró conciliar el espíritu agrario con el dinamismo
netamente urbano, para crear un jardín citadino fundamentado sobre la seguridad
alimentaria y la excelencia infraestructural”.
Solo así se entiende que a punto de celebrar sus 500 años de
fundación española (el 2035), en los actuales territorios de Lima Metropolitana
sobrevivan poco más de 500 huacas distribuidas en casi todos los barrios de la
ciudad, como monumentos a su esplendor prehispánico. Cientos de estas huacas,
caminos, canales y geoglifos fueron destruidas para ampliar la frontera
agrícola durante el virreinato y la república, pero fue en los últimos
cincuenta años que se acrecentó la destrucción por invasiones y el desordenado
proceso de urbanización capitalino.
Los seis tomos de la obra de Flores Zúñiga son un valioso
aporte al conocimiento de lo que fue la Lima prehispánica: “Los historiadores
acabaron despistándose, como los mismos conquistadores hispanos, magnificando
torpemente a un subordinado o yana como el taulichusco, y confundiendo a este
curaca menor con los verdaderos llaqtamaytaquna como Chumbichaynamo, Chumbiray,
Tantachumbi o Chayavilca, antiquísimos apellidos que daban nombre a los
señoriales ayllos de Lima. Este secular error debe ser corregido”, sostiene el
autor de Haciendas y Pueblos de Lima.
“Las medias verdades y las realidades deformadas, a partir
de la mediocridad de los trabajos heurísticos existentes forjaron una historia
de manual escolar mal hecho, una tradición bobalicona, enferma de
condescendencia, presa crónica del yerro, entregada a vacíos que solamente la
arqueo-etnohistoria podrá y deberá llenar a plenitud mediante la investigación
y el uso óptimo del sentido común”, sentencia Flores Zúñiga.