El monstruo por dentro. Así quedó el edificio colapsado.
Trabajadores cavan fosas comunes para un entierro masivo.
Policías corren en estampida al colapsar la estructura del Rana Plaza.
Al menos 72 personas fueron rescatadas con vida bajo los escombros de los talleres textiles.
La caída del edificio Rana Plaza en Bangladesh, en el que funcionaban talleres textiles clandestinos, reveló las precarias condiciones laborales de millones de trabajadores de ese país que fabrican prendas de conocidas marcas europeas.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/05-05-2013/derrumbe-e-indignacion
TELAR TRÁGICO
Reshma Begum es rescatada de las ruinas del edificio Rana Plaza, 17 días después de que esta construcción se desplomara en la localidad de Savar.
Más de mil muertos, cerca de 2.500 heridos y una conmoción global causó el derrumbe de un edificio de la industria textil ocurrido en Bangladesh el 24 de abril. El polvo de la tragedia conduce hasta las grandes tiendas de moda, que se apoyan en el trabajo sufrido, casi esclavo, de miles de personas, cuyos sueldos de hambre alimentan nuestros guardarropas.
Texto: Ramiro Escobar La Cruz
Fotografía: Reuters y AFP
Al atardecer del viernes 10 de mayo, 17 días después de escuchar un zumbido mortal que anunciaba el desplome del edificio donde trabajaba, Reshma Begum pudo ver nuevamente la luz del sol cuando unos rescatistas la sacaron de los escombros. Un hombre que cortaba fierros, según reporta Reuters, la escuchó.
Él estaba allí para remover lo que quedaba del Rana Plaza, un edificio de 8 pisos situado en Savar, un pueblo ubicado a 30 kilómetros al norte de Dacca, la capital de Bangladesh. Entre el polvo, oyó una voz apagada en idioma bengalí, que decía “Sálvenme”, y mandó parar las excavadoras.
El tejido de la globalización
Reshma, de 19 años, contó que había comido unas galletas y bebido “un poquito de agua” que encontró en unas botellas mientras permanecía encerrada entre las ruinas de su propio centro laboral. Otras 1.127 personas, la mayoría costureras jóvenes como ella, acabaron aplastadas bajo el peso de los 8 pisos del local.
A miles de kilómetros –en París, Madrid, Ámsterdam, México o incluso en Lima– miles de personas entran a una tienda de ropa, de precios cómodos o exorbitantes, y compran sin pensar, ni ver, una prenda que dice ‘Made in Bangladesh’. O que, con la misma fría frase en inglés, remite a Camboya, Tailandia e India. Quizás también a Vietnam u Honduras, todos territorios donde se realiza un trabajo textil demoledor, de hasta 16 horas diarias, y que, como en Bangladesh, tiene un pago nada elegante. Según dijo Eva Kreisler –vocera de la campaña mundial ‘Ropa Limpia’– a El País de España, en esa nación asiática puede ser de apenas 38 euros al mes.
Allí, en ese territorio clavado en medio de la India y con una pequeña frontera con Birmania, cerca de 3 millones y medio de personas se dedican a este oficio. Cuyo fin último es abastecer a marcas como la holandesa C&A, la británica Marks & Spencer , la irlandesa Primark o el grupo español Inditex (Zara, Máximo Dutti).
La razón es simple: la mano de obra en algunos países del Asia es baratísima. Si esas mismas prendas se produjeran en Londres, es probable que los 38 euros fueran el pago de un día y además las grandes marcas tendrían que lidiar con sindicatos organizados y peleadores.
En Bangladesh, esa potente –pero con frecuencia mortal– industria textil significa el 17% del PBI y ha estimulado un notable crecimiento de 6 a 7%, lo que, según la Organización Mundial del Comercio (OMC), ha hecho que camine a ser “un país de renta media”. Claro, sin que Reshma se entere.
Y sin que –hasta que murieron más de mil personas– pocos en el mundo de la moda o el negocio textil percibieran que había allí un emporio fatal. “Se trata de un homicidio industrial”, ha dicho Jyrki Raina, secretario general de IndustriAll Global Union (un sindicato global presente en 140 países) sobre la tragedia.
Hilo mortal
Hacer que esta política de ‘la costurera barata’ funcione no es muy complicado: se contrata a una empresa en ese país donde el sueldo es pálido y los controles flojos, se monta el negocio y se produce a mansalva, sin muchas previsiones. El edificio bangladesí, por ejemplo, debía tener 5 pisos, pero su propietario le metió 3 más.
Mohammed Sohel Rana, ahora detenido, no tomó, según el diario The Daily Star, las mínimas precauciones. El día anterior al derrumbe, varias trabajadoras –como Reshma o como Merina Khatum de 21 años, rescatada 7 días después– advirtieron a sus empleadores sobre grietas y sonidos extraños en el edificio.
Pero se les obligó a seguir trabajando, algo que, con toda seguridad, no hubiera ocurrido en una fábrica del Reino Unido. La mañana del 24 de abril, al prender tres generadores, el Rana Plaza se vino abajo y provocó una cantidad de muertos casi tan grande como del World Trade Center de Nueva York en el 2001.
Fue casi el ‘11 de septiembre’ del mundo laboral, pues la única tragedia similar se produjo el 3 de diciembre de 1984 en Bhopal, India, donde una fuga de gas en una fábrica de pesticidas produjo la muerte de al menos 6.000 personas (no todos trabajadores). En el rubro textil, sin embargo, este es el hito más trágico.
Pero hay precedentes. El 24 de noviembre del 2012, en el mismo Bangladesh, un incendio en la fábrica Tazreen Fashions provocó la muerte de 120 obreras. En diciembre del 2010, un accidente en la fábrica That’s It Sportwear se llevó la vida de 29, y en febrero del mismo año, otro incendio, en la empresa Garib & Garib, mató a 21.
Más aún: el 11 de abril del 2005 la fábrica Spectrum, ubicada como el Rana Plaza en las afueras de Dacca, también se desplomó, causando 64 muertos. El dueño le había metido cuatro pisos de más.
Las costureras pobres
No muy lejos de allí, en Camboya, otro territorio donde la industria textil provee de moda a otros lares, el Sindicato Libre de Trabajadores registró el desvanecimiento de 2.300 trabajadores en 5 fábricas textiles. Ello a pesar de que el salario es mayor (51 dólares mensuales) y el país se ha declarado “libre de explotación”.
¿Libre? A fines del 2011, la web española www.lainformación.com daba cuenta de cómo en este país, ante los mayores controles, la industria textil apuntó hacia las cárceles para tener mano de obra, lo que fue denunciado por Human Rights Watch. A ellos, claro, se les pagaría menos que a las costureras baratas.
Esta plaga de semiesclavitud, sin embargo, no se da solo en el Asia. “El trabajo precario se ha extendido en el mundo ligado a la reducción de la protección laboral por parte de los estados”, sostiene Juan Carlos Vargas, de PLADES (Programa Laboral de Desarrollo), una ONG peruana que vela por los derechos de los trabajadores.
En Argentina, de acuerdo con él, habría miles de bolivianos trabajando en fábricas textiles que proveen a marcas extranjeras. Esto ha sido denunciado por La Alameda, una ONG que lucha para evitar la trata de personas, y por la Unión de Trabajadores Costureros (UTC), su brazo gremial.
El 14 de abril, 10 días antes de la tragedia de Bangladesh, este colectivo informó que en el país había al menos tres mil talleres donde unos 30.000 obreros trabajaban en condiciones precarias, casi bangladesíes. Algunos de ellos tenían jornadas laborales de hasta 12 horas.
En Brasil también existiría el problema y allí sería monitoreado por el Observatorio Social de la CUT (Central Única dos Trabalhadores). En Honduras, asimismo, existen este tipo de talleres, aunque allí se logró un acuerdo para pagar un salario de 237 dólares.
¿Este pago o los cerca de 200 dólares que se pagarían en Argentina libran a nuestra región del mal? No. Hay más de una denuncia por trata de personas, en relación con estos empleos y, como observa Vargas, “un crecimiento silencioso de la tuberculosis” en el ámbito laboral. De modo que tan lejos no estamos de Bangladesh.
Un acuerdo
y un recuerdo
Finalmente, IndustriaAll Global Union y la campaña ‘Ropa Limpia’ (www.ropalimpia.org) lograron esta semana que 31 grandes firmas de ropa suscribieran el ‘Programa para la seguridad de las fábricas en Bangladesh’. En él, se comprometen a aceptar inspecciones de seguridad independientes y a financiar mejoras en los talleres.
También a que se formen comités de salud, algo que Merina no verá, porque volverá a su pueblo. “Sé coser, trataré de hacer algo yo”, le dijo a la BBC de Londres, desde su lecho y recordando, tal vez, los gritos desesperados de sus compañeras, que murieron fabricando esas prendas que muchos de nosotros compramos.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/19-05-2013/telar-tragico
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