Las dos caras del palmar.
La tradición milenaria del Domingo de Ramos hace que las iglesias se inunden de palmas. Sin embargo, quienes las venden saben muy poco sobre ellas y, detrás de los cánticos de los fieles, la naturaleza peruana podría estar sufriendo un viacrucis.
Texto: Alejandra Cruz Cuevas.
Fotografía: José Vidal.
Juana Carrera había pasado toda la noche tejiendo los ramos de palma que vendería ese día frente a la Basílica de San Francisco de Lima. Los miles de fieles católicos que habían comenzado desde muy temprano el tradicional recorrido de las siete iglesias por Jueves Santo hacían de esa jornada la más lucrativa de la Semana Santa, después del Domingo de Ramos.
El Arzobispado de Lima estima que unas 145 mil personas asistieron a las misas y procesiones con palmas que dieron inicio a la Semana Mayor hace ocho días. Esa tradición, como todos los años, dibujó en las iglesias de todo el país un paisaje de ramos trenzados que los feligreses agitaban al compás de canciones de alabanza.
A ese mismo ritmo Juana, su hija, y todos los demás vendedores llenaron sus bolsillos de monedas. “Es un negocio de solo esta semana, en el que puedes vender, en un día, de 200 a 1000 palmas y cruces para las celebraciones eucarísticas”, cuenta Juana colocando frente al templo, sobre una manta roja, los diferentes diseños de ramos que ha traído al centro desde su casa en El Agustino.
Juana ofrece desde la hoja de palma, que cuesta un sol, hasta complejos diseños que aprendió a tejer desde niña mirando cómo trabajaba su madre.
Para las diez de la mañana, ya las pistas del centro de la capital se han convertido en ríos de gente. Con frecuencia, alguien se sale de la multitud para acercarse a comprar alguno de los ramos de Juana.
Por cada 'cáliz' que vende –la pieza más popular ese día– gana quince soles que se reparte con su hija. "Al terminar la misa de las seis de la tarde cada una tendrá en sus bolsillos 300 soles, la mitad de lo que ganamos el domingo", asegura. Para ello solo invirtió cincuenta soles.
Sin embargo –aparte de cómo tejerla, cuánto cuesta y dónde comprarla– Juana no sabe nada de esta planta que le da para vivir.
DÁTILES Y CERA
Carmen Pacori, de Huancavelica, distribuye hojas de palmera en el mercado de flores del Rímac. Está rodeada por unas 200 que forman un bosque miniatura. Pero asegura que eso no es nada; en el mejor de los días puede tener 4.200 ramas a su alrededor, listas para entregar. “Los colegios, universidades y parroquias son los que más compran. El sábado entregué 1.300 a la Universidad San Ignacio de Loyola”, dice.
El precio sube todos los años. La Semana Santa pasada, Carmen cobraba 250 soles por cien hojas, y esta 320. Pero aunque lleva 22 años negociando con estas plantas, apenas sabe un poco más que Juana acerca de ellas.
"La especie es palma de Domingo de Ramos. La traemos de Ica, a veces también viene de la selva", afirma Carmen mientras teje una cruz sin mirar lo que hacen sus manos.
Betty Millán, directora del Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, le explica a Domingo cuál es la planta a la que pertenecen estos ramos. "La de Ica es palmera datilera. La de la selva (dependiendo de la zona exacta) será alguna especie de ceroxylon, es decir, palma de cera", confirma sentada en su despacho.
La palmera datilera, originaria de África, llegó a América con los primeros misioneros españoles. Sus nutritivos frutos –los dátiles– sirven para la producción de azúcar sacarosa y cada árbol puede producir hasta 100 kilogramos de ellos al año.
"Se multiplica por semillas que tardan unos dos meses en germinar y sus numerosas raíces dan lugar a varios troncos. Por eso su conservación no es preocupante", opina Millán.
Por su parte, el ceroxylon es un árbol de tallo único recubierto de cera. Vive en zonas que se ubican sobre los mil metros sobre el nivel del mar y fue utilizado masivamente para producir velas antes de que se inventara la electricidad.
Existen en total veinte especies de ceroxylon y están distribuidas en los Andes, desde Venezuela hasta Bolivia. De ellas, cuatro se encuentran en nuestro país y, de estas, tres no tienen variedades silvestres en ningún otro lugar del mundo. Incluida la C.parvifrons, que es la que se encuentra a 3.800 metros sobre el nivel del mar.
La palma de los vecinos
La situación de la palma de cera es preocupante para Millán, así como para la bióloga Jessica Amanzo, especialista en osos de anteojos. "Esta palma es muy importante para la alimentación de este oso que está en vía de extinción. Pero el ceroxylon produce únicamente dos cogollos al año. He ahí la dificultad para su reproducción y la facilidad con la que se ve amenazada esta especie", advierte Amanzo.
El uso de la palma de cera para el Domingo de Ramos no es común en la capital. Pero, de acuerdo con la bióloga, en otras zonas del país como el Bosque de Ramos de Ayabaca, Piura, la palma de cera habría desaparecido justamente porque es usada para estas fiestas religiosas.
Actualmente, diversos botánicos realizan estudios a nivel macro para diagnosticar la situación de la palma en Perú. "Pero nos hacen falta recursos y apoyo del Estado", se lamenta Betty Millán.
En cambio, desde hace doce años en Colombia –y poco después en Ecuador y Bolivia– las autoridades prohibieron el uso artesanal de esta palma luego de que científicos determinaran que estaba desapareciendo. Poniendo a su vez en una situación delicada a animales como el loro orejiamarillo y el perico cachetidorado.
Los gobiernos vecinos lanzaron campañas para concientizar a la población ofreciéndoles plantas alternativas y decomisando los ramos de palma, para así preservar a la vez el ambiente y la tradición.
Carmen Rocío González, subdirectora de flora y fauna de la Secretaría de Ambiente de Bogotá, celebra los éxitos de más de una década de esfuerzos. En la iglesia del 20 de Julio, una de las más visitadas por los bogotanos, ahora predomina la mancha verde. Allí, la Secretaría de Ambiente de Colombia entregó el pasado domingo 26.500 palmas robelinas y 600 ramos elaborados con cáscara de mazorca a manera de trueque con los feligreses que llevaban los ramos amarillos de palma de cera.
"Las incautaciones de este año demuestran que los capitalinos se preocupan por los recursos naturales. Solo se decomisaron 32 bultos de palma de cera, cifra que en el 2011 fue de 333", explica González.
En Ecuador, el proceso aún es difícil. "Uno ofrece romero y olivo pero lo que la gente quiere es la palma", asegura Laura Bermeo, quien vende ramos en Quito. Sin embargo, ya algunos feligreses han aprendido que es mejor llevar a bendecir plantas vivas.
Entre ellos está Victoria Páucar de 78 años. En un principio no estaba segura de usar otra planta pues, según la fiel católica, la palma es sinónimo de triunfo. "Pero mi nieto me enseñó que al salvar la palma no solo se protege esa especie sino varias especies animales como las salamandras y los osos de anteojos. Todos, creación de Dios", explica Páucar para invitar a los peruanos a conservar su palma de cera.
Mientras tanto, en Lima, Juana Carrera vende el Jueves Santo sus ramos sin que nadie la moleste pues el Ministerio de Ambiente no tiene una política respecto a este tema.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/31-03-2013/las-dos-caras-del-palmar
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