miércoles, 15 de mayo de 2013

SERRANO-CHOLO


   En la clase del día de hoy hablábamos sobre el significado de serrano y lo confundían con cholo. No es tan fácil utilizar esta palabra, ni siquiera si le das a entender que lo dices en forma afectiva; en verdad que no lo pronuncio, prefiero decir provinciano (aunque sé también que existen provincianos costeños o selváticos) y/o andino (aunque, según el grupo IDEAS, andino implica costa, sierra y selva).
   Les expliqué también que a nosotros, los peruanos, nos dicen cholos. Algunos se molestan, se indignan cuando le llaman con ese adjetivo americano.    En una Entrevista de Luis Arriola a María Rostworowski en La República. 4-11-2007. pág. 20-21, decía “La mayoría  de peruanos piensan que la palabra “cholo” es de origen quechua o aimara, pero no es así.   Porque las crónicas narran que los españoles entraron por el norte y se encontraron primero con los moches, quienes en su lengua tienen la palabra “cholu”, que significa muchacho.   Tal vez ellos por llamar a los chicos usaron cholu y de ahí pasó a cholo, que no tiene nada de denigrante.   Todos somos cholos, las razas puras no existen en el mundo.   Cholo es solamente  peruano y nos diferencia de otros países.   Acá mucha gente se ofende.   Solo a través de la historia podremos superarlo”
  Una alumna del colegio particular, mencionaba que 'cholu', significa joven...no lo sabía, me enseñó, bebí de sus conocimientos lingüísticos y eso es bueno.
   En verdad que estoy agradecido por los nuevos temas que se viene enseñando en los colegios nacionales, sin embargo, en los colegios particulares (salvo donde estoy laborando) se están enseñando el curso de cívica (área y/o curso afín) temas que no corresponden a nuestra INCLUSIÓN SOCIAL. Y eso que el año pasado se llamó al 2012 como “Año de la Integración Nacional y el Reconocimiento de Nuestra Diversidad”.
   ¿Cuál ha sido la relación de los contenidos curriculares del área-curso de Educación Cívica de los colegios particulares con el nombre del año 2012?
   ¿Existirá alguna preocupación del Ministerio de Educación por los contenidos que se imparten en los colegios particulares hacia la 'INTEGRACIÓN NACIONAL'?
   Esto me recuerda a la educación en el incanato...los Yachayhuasi, donde a los miembros de la nobleza se les enseñaba (amautas y/o quipucamayocs) contenidos acorde a sus intereses (¡A GOBERNAR!) y a los hijos del pueblo (los padres) les enseñaba contenidos acorde a sus necesidades (¡a cultivar, a realizar labores artesanales!) 

       


La discriminación en el Perú

La semana pasada comentaba sobre la persistencia de actitudes discriminadoras en nuestro país. El análisis puede complementarse con la información del Latinobarómetro 2011, en donde Perú aparece como un país en el que la discriminación es importante y se ubica por encima del promedio latinoamericano, pero no como uno de los países percibidos como más discriminadores, que serían Guatemala, Brasil, Bolivia y México. Así, cuando se pregunta por cuántos nacionales son discriminados, las respuestas en Perú (47%) se ubican ligeramente por encima del promedio de la región (45%); estos porcentajes bajan en todas partes cuando se pregunta a los entrevistados si son parte de algún grupo discriminado: el promedio de la región baja a 20%, pero en Perú llega a un 28%, solo por debajo de Brasil, Bolivia y Guatemala. Cuando se pregunta por la raza como fuente de discriminación, en Perú se considera que un 39% de nacionales son discriminados por esa razón, cuando el promedio de la región es 36%. Si bien es claro que la “raza” se percibe como fuente de discriminación, en el Perú su rechazo no pasa por la reivindicación de la etnicidad como seña de identidad; por el contrario, este ha ido principalmente por la reivindicación de alguna forma de identidad mestiza. Según el Latinobarómetro, en Guatemala un 45% de los entrevistados se define como indígena; en Bolivia, un 27%; en México, un 19%; en Perú, apenas un 7% (en Brasil, un 30% se define como mulato o negro).
¿Cuál es el peso de la “raza” como fuente de discriminación? El consenso dentro de las ciencias sociales peruanas podría resumirse (groseramente, por supuesto) diciendo que somos un país que tiene una tradición histórica fuertemente jerárquica y discriminadora, en la que la etnicidad ha sido muy importante, pero que ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Así, en la actualidad las fuentes de discriminación serían variadas, y dentro de ellas lo “étnico” sería importante, pero tendería a ser subestimado y camuflado; respecto a cómo funciona la discriminación, se piensa que ella asume formas siempre cambiantes y fluidas, según el tipo de interacción social en el que las personas se encuentren, de allí que resulta tan difícil su comprensión.
En este marco, resulta muy útil la lectura del libro La discriminación en el Perú. Balance y desafíos (Cynthia Sanborn, editora, Lima, Universidad del Pacífico, 2012); en general, los trabajos registran cómo interactúan en la discriminación la etnicidad, el entorno socioeconómico general y el marco institucional. Así por ejemplo, Arlette Beltrán y Janice Seinfeld, y Juan Castro y Gustavo Yamada constatan la existencia de brechas étnicas en cuanto a los resultados que deja el acceso a la educación inicial y a la culminación de estudios secundarios y matrícula en educación superior; pero esa brechas no tendrían necesariamente que ver con prácticas excluyentes y discriminatorias, sino con la escasa calidad de la oferta educativa.

El laberinto de la choledad

Sigo con temas relacionados con la discriminación a propósito de la publicación de la segunda edición de El laberinto de la choledad: páginas para entender la desigualdad (Lima, UPC 2012), de Guillermo Nugent. La nueva edición cuenta con dos ensayos adicionales, un prólogo de Jorge Nieto, una introducción y un posfacio, en el que el autor reflexiona sobre la vigencia de su libro veinte años después de la primera edición.
Si bien el Perú de 2012 se muestra muy diferente al de 1992, la intención polémica del libro sigue siendo justificada por la sorprendente vigencia de las ideas que cuestiona. Esto hace que las tesis que defiende sigan sonando atrevidas, a pesar del tiempo transcurrido.
Nugent denunció en 1992 la persistencia de jerarquías discriminadoras en el Perú, expresadas en la imagen artificiosa de una “arcadia colonial”. Como respuesta a las migraciones y los cambios en las ciudades, las élites criollas buscaron recomponer un esquema de jerarquías y exclusiones en el que “cada uno tenía su sitio”, precisamente cuando lo que empezaba a hacerse más evidente era la mezcla y el encuentro entre mundos antes separados. En ese “laberinto” se forjó una jerarquización a través del “choleo”, en donde uno siempre es choleado por alguien y uno siempre cholea a otro, dependiendo de las circunstancias. En esta manera de denunciar la discriminación, Nugent reivindicaba implícitamente el espíritu democratizador proveniente desde abajo, y cuestionaba la idea según la cual ella era producto de una herencia de exclusión antigua, estática, mantenida a través de tiempo sin mayores cuestionamientos.
En la actualidad, para Nugent, el desafío de la lucha contra la discriminación sigue siendo vigente, pero en los últimos años se habría sustituido la tesis de la vigencia de una “tradición autoritaria de la herencia colonial” por la de considerar al racismo como la “patología central de la vida social peruana”. En esta lectura, la discriminación se fundamenta en la exclusión o subordinación de aquellos de origen indígena, perdiéndose de vista lo más importante, que es la “proliferación de formas particulares de inclusión para evitar formas generales de inclusión”. En este esquema, lo racial es un componente, pero no el más importante de la ecuación. Nugent caracteriza estas prácticas como fundadas en lo que antes se llamaría prácticas “gamonalistas” y que hoy califica como “encadenamiento jerárquico de argollas”.
Creo entender que Nugent sugiere que la denuncia del racismo como fuente de discriminación de alguna manera libera a todos de responsabilidad en la construcción de estas jerarquías excluyentes (nadie, o muy pocos, se consideran racistas, o lo son solo como “último recurso”): por el contrario, casi todos somos cotidianamente parte o víctimas de diferentes tipos de “argollas”. Otro de los puntos fuertes del libro, nos invita a una introspección, todos somos parte del problema, no es un problema de los “otros”.

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