viernes, 3 de mayo de 2013

CARNAVALES, origen.




Con identidad propia, el carnaval huamanguino mantiene su tradición con comparsas guiadas por tinya y quena.

                                                         Agua, pintura, violencia y talco son parte de la celebración de los carnavales de fin de semana en Lima.

Diez días de júbilo. Las comparsas desfilan en el carnaval de negros y blancos en Colombia.

El próximo 13 de febrero es Miércoles de Ceniza en el mundo cristiano, fecha de inicio de la Cuaresma o los 40 días previos al Domingo de Ramos. Antes, sin embargo, hay un ritual menos piadoso y más desenfrenado: el carnaval. Este es un viaje por los orígenes, facetas y avatares de esta fiesta universal.
Texto: Ramiro Escobar La Cruz.
Ay, no hay que llorar,
que la vida es un carnaval
y las penas se van cantando…
Celia Cruz.
Las primeras noticias carnavalescas de este año han sido contradictorias. En Cajamarca, ciudad a la que se con sidera la capital nacional de esta fiesta, ya se proclamó el inicio del jolgorio que se prolongará hasta el 17 de febrero. En Lima, en cambio, los municipios de Breña, Jesús María y Magdalena ya anunciaron severas multas, de más de 300 soles, para quienes se aloquen echando agua a la gente que circula por las calles, y en El Agustino se han prohibido las yunzas y los cortamontes, cosa que para muchos sí es una herejía.
En España, a pesar del vía crucis económico, las Islas Canarias han adelantado que los Drag Queen serán personajes estelares de la celebración; en Cádiz, a su vez, grandes comilonas de ostión y erizo ya comienzan a apagar la angustia de la crisis. En Rio Grande do Sul (Brasil), 20 ciudades han suspendido sus carnavales, en solidaridad con la tragedia en la discoteca Kiss, de la ciudad de Santa María, pero en otras tantas la fiesta va de todos modos.
¿CARNES AFUERA?
Aun cuando los siglos y los cambios culturales, a veces turbulentos, han sacudido a los carnavales, hasta volverlos irreconocibles o postizamente turísticos, algo sobrevive del sentimiento germinal que parió esta fiesta, cuyo principal fin es, como recuerda el antropólogo Juan Ansión, “la inversión del orden”. Quizás no nos demos cuenta, en medio del tumulto, pero el simple baldazo de agua callejero parece tener ese atrevido propósito.
Si se bucea en busca de los orígenes de este impulso se puede llegar a la civilización sumeria –a la que algunos autores señalan como la hiperprecursora de los carnavales– o hasta las Saturnales y Lupercalias romanas (fiestas en honor de los dioses Saturno y Pan, respectivamente). En esa búsqueda y como no podía ser de otra manera, aparece también el dios griego Baco (Dionisio en Roma) con su invitación al vino y a la juerga memorable.
El parentesco de todos estos jolgorios con los carnavales que conocemos está en las danzas, cánticos y máscaras, aunque también en algo que genera la primera disputa, casi a punta de globazos, sobre el nombre. En la Grecia Antigua, la costumbre de sacar a pasear un barco con ruedas sobre el que la gente bailaba, llamado ‘carrus navalis’, alienta una teoría sobre el parentesco de esta costumbre con la palabra y el sentido presente del carnaval.
El ensayista español Julio Caro Baroja, sin embargo, autor del libro El carnaval (su tesis de doctorado y uno de los tratados más eruditos sobre el tema), desconfía de la conexión tan directa entre esas celebraciones antiguas y la fiesta presente, al punto de considerarla “una generalización peligrosa”. A la vez, se sumerge en el confeti etimológico para literalmente sacudir las palabras ‘carnal’, ‘carnestolendas’, ‘carnaval’, ‘carne levare’, ‘carnevale’.
La idea que finalmente parece imponerse con más fuerza es que la palabra alude a “quitar la carne”, que viene del latín caro (carne) y tollendus (quitar), o del italiano carne levare (dejar la carne). En suma, el carnaval o carnestolendas es el periodo en el cual, precisamente porque está al inicio de la Cuaresma (40 días antes del Domingo de Pascua) –cuando todo debería ser recogimiento y ayuno, sin carne–, el desenfreno está permitido.
Debido a esto último, tanto Caro como otros autores coinciden en que, si bien hay un natural rastro de celebraciones ancestrales, la fiesta carnavalesca está asociada a lo cristiano. Y en esencia juega con los tiempos humanamente instaurados para establecer qué se puede hacer o no. En los hechos, empero, la ‘carne’ prohibida no es solo la que se come. También es la que se toca. En el Carnaval de Río de Janeiro o cualquier otro.
Eso es lo que hace decir a Mijail Bajtin, en su sugerente libro La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, que el carnaval era, o es, “el triunfo de una liberación transitoria, más allá de una concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas y privilegios, reglas y tabúes”. Eso sucedió y sigue sucediendo. Por ejemplo, en Venecia, donde las máscaras esconden intenciones o aún subvierten el orden social.
MÚSICA, MÁSCARAS, CAOS
Lo esencial, como fuere, es voltear el mundo por unos días, algo que en estas fiestas sucede de distintas y coloridas maneras. En la Lima colonial y republicana, por citar el caso más vecino a nosotros, la proclividad a alterar el orden fue una constante por siglos, lo que desmiente, de manera rotunda, la vieja sentencia, tan manida, de que “los carnavales de antaño eran más decentes”. ¿Seguro? La historia, poblada de chisguetes, revela lo contrario.
Rolando Rojas, investigador del IEP (Instituto de Estudios Peruanos) y autor del libro Tiempos de carnaval: el ascenso de lo popular a la cultura nacional, explica que desde la Colonia había dos tipos de carnaval: el de las calles y el de los salones, aunque permanecía un intercambio entre los asistentes a uno u otro escenario. “Lima era una ciudad chica –explica–, por lo que los miembros de las clases altas también participaban del desbande callejero”.
Las páginas de su obra además están sembradas de ejemplos. En 1752, en Ica y no en la capital, el vicario de la ciudad, Nicolás Giraldino, da cuenta de cómo unos carnavaleros “cometieron el exceso de bañar a un sacerdote” y que no era extraño que “algún indio, negro, zambo, mulato o mestizo” se “atreviera” a mojar a “blanquitos y blanquitas”. En la misma Lima, el desbande era de similares dimensiones, y así pasó a la República.
No resultó extraño, por eso, que el 16 de febrero de 1822 el marqués de Torre Tagle, encargado por San Martín desde el gobierno, prohibiera oficialmente el carnaval. La idea, según Rojas, era tratar de fundar una República de talante liberal, que dejara atrás esas costumbres coloniales que se consideraban atrasadas. Fue inútil. Como consigna Manuel Atanasio Fuentes en sus escritos, las patrullas de la policía eran las primeras en ser mojadas.
“No había calle en que no recibieran varios baños”, escribió, algo que superaría a los actuales carnavaleros del Rímac o La Victoria. Lo interesante fue que, en todo este itinerario cultural, persistió el impulso de que el orden se moviera, de que ricos, pobres, negros, indígenas y aristócratas se mezclaran. Y sobre todo se mojaran. Las clases altas inventaron luego las fiestas de los salones para distinguirse, pero la calle siguió rugiendo.
La “catarata” (tirar agua desde una ventana a la calle) era una, digamos, “técnica” ya usada en la segunda mitad del siglo pasado para empapar literalmente a quien sea. No es nueva, entonces, y sugiere que, en medio de la estratificada sociedad republicana, el carnaval sacudía estructuras. No hay que ir tan atrás, sin embargo, para pulsear los vínculos entre esta fiesta y la situación social, que en ocasiones adquiere matices más dramáticos.
En épocas recientes, en el carnaval ayacuchano, declarado Patrimonio Cultural de la Nación desde el 2003, se escuchaban coplas relativas al conflicto armado. Entonces, un verso carnavalesco atribuido al Centro Folclórico de Pacayccasaq decía así:  “yaraqaywampas kuskallaña / wayñuywampas kuskallaña” (estamos muy juntos con el hambre / hermanados con la muerte/ esta vida ya no es vida/ para los ayacuchanos/).
Más recientemente, en Cajamarca, tierra de posibilidades y tumultos mineros, comenzaron a surgir coplas relativas al tema
en cuestión. “El oro de Cajamarca/ lo llevan hasta en avión/ y en pago nos van dejando/ solo contaminación”. Así, los conflictos del carnaval con el poder, o los poderes, no han sido escasos. Napoleón prohibió el carnaval veneciano en 1797; Francisco Franco, en alianza con la iglesia más cavernaria, hizo lo mismo en 1936.
LA FIESTA DEL CUERPO
Sobre lo anterior, Ansión sostiene que “los regímenes dictatoriales no soportan ningún tipo de burla”. Las continuas y seculares prohibiciones del carnaval así lo demuestran. Pero el ánimo “subversivo” de esta fiesta no anida solo en remover el orden social, con el fin de criticar autoridades o denunciar situaciones. También se busca romper el tabú del cuerpo y el sexo, un asunto que, curiosamente, no es patrimonio únicamente del carnaval carioca.
En la segunda mitad del siglo XIX y durante los carnavales limeños, como sostiene Rojas en su libro, “la gente se permitía licencias inconcebibles en la vida cotidiana”. Mojarse, con la “catarata” o con chisguetes perfumados, implicaba “cierto forcejeo”. Lo llamativo, según un artículo de El Comercio de 1841, era que “las abuelas facultan a las nietas, y las madres hacen lo impropio con las hijas, para que se entreguen a sus dares y tornares”, dar y recibir.
En la actualidad, una mirada a la cantidad de condones que suelen repartirse en los carnavales de distintas latitudes da cuenta de cómo ese viejo impulso sexual subversivo late. En Río de Janeiro se reparten millones. En Veracruz, la capital del carnaval mexicano, se repartieron en el 2012, para esa fiesta, unos 250 mil; y en Mazatlán, otra ciudad mexicana con carnestolendas importantes, se desató este año una polémica curiosa.
Luego de que el año pasado el alcalde del PAN (Partido Acción Nacional) de esa ciudad, Alejandro Higuera, prohibiera el reparto de condones, este año la secretaria del estado de Sinaloa (donde está Mazatlán) se impuso, por lo que se repartirán 50 mil preservativos. Lo mismo se hace, por salud pública, en ciudades como Montevideo, Barranquilla o Puerto España, la capital de la isla caribeña de Trinidad y Tobago, donde el carnaval hace furor.
Más aún: la propia ONUSIDA colabora en estas campañas y no parece casual que AIDS Healthcare Foundation, una de las organizaciones más importantes del mundo en lo que respecta al combate de este mal, haya declarado el 13 de febrero como el “Día Internacional del Condón”. La fecha se ubica en la víspera del Día de San Valentín, pero también en el esplendor de los tiempos carnavalescos, que hacen honor a su etimología carnal.
Como era esperable, asimismo, este énfasis en el desenfreno o las proclividades licenciosas hicieron que, ancestralmente, la Iglesia Católica, a pesar de que el carnaval está asociado con sus tiempos, ofreciera resistencias. Hasta 1957, en el Convento de los Descalzos del Rímac se ofrecía “un pequeño espacio de paz espiritual, tranquilidad y silencio para pasar los carnavales”. De acuerdo con Rojas, la demanda era tal que algunos dormían en el piso.
En el propio Río de Janeiro, la capital mundial del exceso carnavalesco, la Arquidiócesis, a través de sus parroquias, promueve retiros para alejar a los cariocas, o incluso a los visitantes, de las “tentaciones carnales” del carnaval. La lucha entre Don Carnal y Doña Cuaresma es de viejo cuño. Ya en el siglo XIV, el Arciprieste de Hita (Juan Ruiz) escribió, en el Libro del buen amor, una suerte de verso que da cuenta de la magna batalla.
“De mí Santa Cuaresma, sierva del Criador/ y por Dios enviada a todo pecador/ a todos arciprestes y curas sin amor/ salud en Jesucristo hasta Pascua Mayor” escribe el poeta medieval en un tiempo en el que la tentación acecha y en una época en la que, se presume, comienza a perfilarse el carnaval. En el siglo XVI, el pintor Pieter Brueghel el Viejo plasmó en un lienzo ese permanente enfrentamiento entre el cuerpo y el espíritu.
TIEMPOS MODERNOS
Las carnestolendas peruanas fueron oficialmente reivindicadas en 1922. Entonces, Augusto B. Leguía se zambulló en la fiesta, lo que generó no pocas controversias. Y en 1959 Manuel Prado declaró laborales los días carnavalescos. Toda vez, ayer y hoy, que el Estado captura una fiesta popular, esta pierde su aura original. Quizás por eso, en 1928, José Carlos Mariátegui escribió que, en el carnaval, Lima “enseña su alma melancólica, apática”.
Se refería a los corsos, que aún hoy sobreviven en la ciudad, junto con la locura callejera de baldazos o globazos. Algo hay en la actual cultura de masas, como sugiere Rojas, que tiende a decirnos “cómo nos tenemos que divertir”. La esperanza festiva, no obstante, probablemente reside en celebrar espontáneamente, como en Salvador de Bahía, donde la fiesta no se mira, sino se vive. O en cualquier calle de esta Lima cuyo carnaval se va...
DATOS
En algunas zonas de Alemania (Colonia, por ejemplo) el carnaval comienza el 11 de noviembre a las 11 y 11 minutos.
La presencia del “Rey Momo” en algunos carnavales se debe a que, en la mitología griega, Momo era el dios de la ironía.
El carnaval más largo del mundo es el de Montevideo. Este año comenzó el 28 de enero y se irá hasta el 10 de marzo.
En el carnaval de Panamá hay un rito llamado “la mojadera”, en el cual los camiones cisterna echan agua a la gente.
La música del carnaval de Trinidad y Tobago es el calypso, un ritmo propio de esta isla que se toca con tambores metálicos.
El carnaval de Venecia, Italia, lleno de máscaras, es acaso el más antiguo del mundo. Nació entre los siglos XI y XII.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/03-02-2013/la-vida-es-un-carnaval

Alegría color y pasión en Cajamarca





Flamante danzante cajamarquina durante el concurso de carrozas celebrado el lunes 10 de febrero.


Durante febrero, esta colorida ciudad se viste de gala, música y júbilo para celebrar el carnaval más intenso del país. Jóvenes toman las calles, los bailes se trasladan a las pistas. El pueblo vibra.
Texto: Óscar Flores Chuccña. 
Fotografía: Miguel Mejía. 
Jacinto coloca la peluca de payaso sobre su rapada cabeza, cuenta los globos que reunió en una bolsa y observa de reojo, a un costado, el pequeño pote lleno de pintura, que usará para pintarrajear  a todo aquel que se cruce en su camino. Él celebrará –créalo– los siguientes tres días de carnavales en el centro de Cajamarca con el mismo ímpetu y alegría que lo caracterizan. Claro que por las noches terminará tumbado en alguna plaza, macerado en chicha de jora y en aguardiente cajamarquino. 
Es cierto, el verdadero carnaval cajamarquino, iniciado con fuerza el sábado 9 de febrero, culminó tres días después. En la catarsis colectiva no se registraron heridos, pero sí tremendos dolores de cabeza tras la resaca.
Así como Jacinto, cientos de jóvenes cajamarquinos, que no sobrepasan los 25 años, se alistan para el jolgorio sabatino. Ese día se celebra el ingreso al pueblo del Ño Carnavalón, ser mitológico que para muchos representa el alma de los carnavales andinos, en cambio, para otros, es un simple muñeco que es enterrado durante un año, y que despertará al siguiente al son de una gran fiesta. Lo velarán y enterrarán en el ocaso de la festividad.
Festejos y coplas
Los cajamarquinos natos desempolvan sus mejores disfraces de abundantes colores y saltan al pavimento vestidos de personajes singulares como el "Clon", ser mitológico que lleva un enorme sombrero y ropas holgadas; en cambio, los muchachos como Jacinto prefieren emular a villanos hollywoodenses como el Guasón y Freddy Krueger. 
En la calle, redobles de tambores y roncos sonidos de saxofón anuncian el inicio del carnaval más intenso y auténtico del Perú, que va tomando cuerpo en Cajamarca, a 2.750 metros sobre el nivel del mar.
Jacinto ya se unió a su comparsa: “Los Titanes”, cuyos integrantes hace rato fueron pintarrajeados de pie a cabeza. 
Abrazados avanzan por la céntrica avenida Mario Urteaga, mojando y pintando a incautos jovencitos. Van declamando pícaras coplas a bellas cajamarquinas al ritmo del saxofón de José Bellido, el músico de la cuadra. Al unísono cantas: 
“Qué bonita señorita /quien será su enamorado / yo quisiera conocerlo / para matarlo al desgraciado”. 
Muchos jovencitos se unen al festejo colectivo, pero antes son bañados y pintados para sentir y vivir la esencia del carnaval serrano.
Pero también los jóvenes saben interpreta algunas composiciones tradicionales como el “Cilulo”, “La Carolina”, “Cumbe-Cumbe” y “La Matarina”. “Matarina, matarina, matarina de algodón si no lloran tus ojitos, llorará tu corazón…”, canta Jacinto abrazado a una hermosa jovencita de tez clara y ojos cafés. Este tropel de comparsas o patrullas se repite en otros barrios tradicionales de Cajamarca como Cumbemayo, Merced, Dos de Mayo, San José y Pueblo Nuevo. 
Los niños también forman parte de las celebraciones. Los más atrevidos se inician a los 12 años, a los 15, con tres carnavales a cuestas ya eres un experimentado; y a los 20 ni que hablar. Quizá por eso son mayormente los jovenzuelos quienes saltan a las calles a rendir tributo al carnaval. 
La fiesta no duerme
Bajo el ocaso Jacinto ya no luce su peluca, pero muestra su torso desnudo y pintarrajeado. Él y su comparsa se unen a otro grupo de carnavaleros en la plaza de armas de Cajamarca, que albergó ese día a más de 40 mil personas. 
Ya es de madrugada y Jacinto está no habido, sus amigos no lo han visto partir. 
Las celebraciones se prolongan durante la madrugada y solo se detienen al amanecer. Hasta que se reinventa a las diez de la mañana con el nuevo concurso de patrullas y comparsas. 
Durante todo el año, adultos, jóvenes y niños se preparan para este singular evento. 
Se ensayan los mejores pasos de baile y se confeccionan  radiantes disfraces. Muchos de los trajes son elaborados a mano con materiales reciclables. Aunque también pueden resultar costosos. Los detalles y motivos harán al ganador.
Según César Castrejón, guía de la comparsa Los Titanes, un solo disfraz puede costar entre 300 y 400 soles. En su vivienda sus hijos están retocando los 25 atuendos brillantes que serán exhibidos el domingo. “Esta vez nos disfrazaremos de los guardianes de Wiracocha”.
El elenco de César ha ganado 19 veces el corso dominguero y agrega que casi siempre el premio ha sido “significativo”, pero eso nunca le ha importado. “Nosotros vivimos con pasión el carnaval, hemos crecido cantando las coplas y danzando ‘La Matarina’. El carnaval representa nuestra esencia”.
Jacinto reaparece tras una colorida mascará de Los Titanes. En su rostro, quemado por el sol, aún quedan unas manchas de pintura. Sus ojos chinos ya muestran el cansancio. 
El desfile de decenas de patrullas y comparsas culmina el domingo por la tarde sin coronar al grupo ganador. Aunque muchos juran que Los Titanes serán nuevamente los vencedores.
El día central
El lunes es el día esperado por todos. Familias enteras pernoctaron cerca de la Vía Evitamiento de Cajamarca para ver de cerca el tradicional corso carnavalero. Claro que al final terminan pagando hasta 30 soles para acomodarse en  primera fila, en improvisados palcos de madera, armados a ambos lados de la vía.
Doña Vilma Miranda también ha madrugado, pero para instalar su negocio de comida al límite de la pista. "Joven, con solo tres soles podrás degustar el frito cajamarquino", un platillo a base de chicharrón de tripa de chancho con papa amarilla, y ajíes colorado y amarillo, un potaje caliente que los lugareños prefieren acompañar con un fresco plato de cebiche al paso.
Esta vez el desfile se inicia a las 11.30 am, los más de 60 carros alegóricos van apareciendo uno tras otro por la avenida Los Héroes. Los cajamarquinos, casi todos enmascarados y vestidos con atuendos singulares, desfilan con gracia, garbo y bañados en color. Van vestidos de piratas, querubines y virreyes. Los Titanes aparecen a las 3 de la tarde ataviados con sus máscaras de tecnopor y trajes de seda. Pero no fueron los únicos.
El presidente regional de Cajamarca, Gregorio Santos Guerrero, tampoco pasó desapercibido en esta festividad, y por tercer año consecutivo lució los atuendos propios del hombre del ande. La autoridad tuvo su carnavalón, pues sus opositores lo recibieron a globazos. La revocatoria de la alcaldesa de Lima tampoco estuvo ausente. Un integrante de la comparsa Tradición Sanpedrana marcho emulando a Villarán, mostrando un cartel que rezaba: “¡No a la revocatoria, viva el carnaval!”.
Pero quien se robó el show fue don Juan. Él se vistió de torero, pese a estar fuera de forma. Su prominente cintura fue el centro de la burla, pero él ni se inmutó. El matador avanzaba, dando pasos marciales, zarandeaba su percudido capote rojo con gallardía, mientras la tribuna lo vitoreaba: "Oleeee...", “Oleeee…”. El corso se prolongó durante más de siete horas y se coronó como indiscutible ganador al barrio de Cumbemayo. 
Pero como toda fiesta, esta también tuvo su final. El carnaval culminó el martes con el deceso y velorio de Ño Carnavalón. Sus restos, a bordo de una vieja carroza, partieron en medio de cánticos de dolor: "No te vayas, carnaval, (…) quédate otro día más". Jacinto también ha dejado de celebrar. No llegó a encontrar su peluca de payaso. Pero lo que más le duele es no recordar el celular de la chica cajamarquina que conoció en el carnaval.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/17-02-2013/alegria-color-y-pasion-en-cajamarca




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