miércoles, 31 de julio de 2013

CHAPARRÍ: EL MILAGRO DEL BOSQUE SECO.

Chaparrí cuenta con cinco guardaparques y 35 voluntarios que esperan pronto ganarse la vida como guardianes de la  reserva.


Hasta 1977 se le consideraba extinta. La pava aliblanca está en un auspicioso proceso de recuperación.
La machante es una especie amenazada, según el Inrena.   Los guardaparques las atrapan para registrarlas en sus archivos.
La montaña Chaparrí es un lugar respetado por la población.  Junto con los osos, son los señores y protectores de la reserva.  Más que nunca son necesarios ya que algunas amenazas se ciernen sobre sus dominios.
Los zorros costeños son tímidos y nocturnos, pero de vez en cuando gustan de dar espectáculo.

Los pobladores de la comunidad campesina de Santa Catalina de Chongoyape han descubierto que la conservación de la naturaleza puede ser un medio para escapar de la pobreza y alcanzar una vida digna. Hace doce años auspiciaron la creación de la primera área de conservación privada del país y hoy cosechan los frutos de su visión.
Texto: Nilton Torres Varillas.
Fotografía: Miguel Mejía.
El guardaparque Iván Vallejos recoge una ramita y traza sobre la tierra una línea zigzagueante que representa la quebrada que transcurre por una de las laderas del Chaparrí, montaña sagrada de los antiguos Moches.
Con la sagacidad de un estratega militar, Iván, jefe de los centinelas, indica a sus tres compañeros la forma en la que recorrerán aquella hondonada con la finalidad de hacer el conteo de las pavas aliblancas que viven allí. Una tarea importante teniendo en cuenta que se trata del registro y monitoreo de una especie endémica del norte del Perú que hasta hace solo 36 años se consideraba extinguida.
Amanece en la Reserva Ecológica de Chaparrí y los cuatro guardaparques se han ubicado en paralelo y manteniendo una distancia de unos cuarenta metros entre sí.
Posada en las ramas de los árboles, la pava aliblanca luce completamente negra y cuando levanta el vuelo se aprecian las nueve plumas blancas que tiene en cada una de sus alas y que le dan su nombre.
Cada avistamiento es anotado por Iván en su libreta. Tres horas dura el recorrido en el que, además de avistar a las bulliciosas pavas, también se han dejado ver varios tipos de aves, una tarántula y una voluminosa macanche o boa costeña.
Los cuatro guardaparques se reencuentran y cruzan información. En total han localizado 88 pavas, entre ellas cuatro polluelos, solo en la quebrada Chaparrí. Oficialmente se estima que existen entre Piura, Lambayeque y Cajamarca unas 250 a 300 pavas aliblancas, así que el conteo es auspicioso ya que indica que la población está creciendo por encima de toda expectativa.
Este es un logro de la que es la primera área de conservación privada del país, que fuera creada hace doce años como una iniciativa del fotógrafo y naturalista Heinz Plenge y de los pobladores de la comunidad campesina Santa Catalina de Chongoyape, ubicada a unos 80 kilómetros de la ciudad de Chiclayo, en la región Lambayeque.
De las 42 mil hectáreas que pertenecen a la comunidad, 34.312 fueron cedidas para la creación de esta reserva que no solo favorece el resguardo de especies en peligro, como la pava aliblanca y el oso de anteojos, sino también ha constituido una oportunidad para más de 400 familias de la comunidad, que han visto que la protección de la naturaleza también puede generar empleo, elevar la autoestima y reafirmar su identidad.
Tierra de oportunidad
Por la aridez del terreno y la inclemencia del clima, el bosque seco norteño aparenta ser un bosque muerto. Pero esos árboles de desangelados, sin hojas y cubiertos de polvo, esconden una vida latente en su interior. Un poco de agua y los brotes verdes surgen, y la fauna silvestre encuentra en ellos refugio y alimento.
La Reserva Ecológica de Chaparrí se ubica en medio del bosque seco lambayecano y es hábitat de zorros costeños, boas, pumas, venados, sajinos e incluso se han avistado cóndores andinos sobrevolando sus cielos. En total son 250 especies de aves, 22 de reptiles, 4 de anfibios y 23 de mamíferos las que allí moran.
Cinco guardaparques vigilan el área central de la reserva. Dos de ellos hacen rondas a caballo, cubriendo una zona extensa de vigilancia para espantar a cazadores furtivos y taladores ilegales que buscan la madera de árboles protegidos como los algarrobos, hualtacos y el palo santo.
Los otros tres, entre ellos Iván, jefe de los guardaparques, están a cargo de la seguridad de los visitantes de la reserva y el mantenimiento y cuidado de las zonas en las que se mantiene a ocho osos de anteojos en semicautiverio. Otra de sus labores es la revisión permanente de 16 cámaras trampa distribuidas en un radio de unas 100 hectáreas, que tienen la finalidad de captar el movimiento de las especies más escurridizas al ojo humano.
Las cámaras  están muy bien camufladas alrededor de los jagüeyes, charcos de agua subterránea que son como pequeños oasis en medio de las quebradas.
Llegar hasta una de ellas exige una azarosa marcha por una zona empinada y agreste, pero la recompensa es extraordinaria ya que las imágenes captadas son maravillosas: osos con sus crías bañándose y retozando despreocupadamente, así como venados y pumas calmando su sed.
“Gracias a las cámaras trampa sabemos que hay unos 30 osos de anteojos viviendo en Chaparrí”.
Iván y los guardaparques viven dentro de la reserva, en unos ambientes edificados al lado del Ecolodge Chaparrí, construido para recibir a los visitantes que buscan convivir con la naturaleza y también a los grupos de observadores de aves –birdwatchers– que llegan de todas partes del mundo a ver especies endémicas como el pequeño y bullicioso pitajo de Tumbes.
En total son unos treinta los comuneros de Santa Catalina que trabajan en la reserva, ya sea como guardaparques, cocineros, personal de limpieza y guías. Todos capacitados tanto en temas logísticos como en el conocimiento de la flora y la fauna del lugar.
Esto ha significado para ellos una oportunidad de desarrollo y de crecimiento personal y familiar. Lucila Guevara, por ejemplo, comenzó trabajando como cocinera en el ecolodge y ahora también es una de las guías de la reserva.
“Para la comunidad el oro es verde, no amarillo”, dice Lucila mientras cose un secador que tiene bordado un oso de anteojos. Lucila forma parte también de las madres artesanas de la comunidad, quienes al detectar que los visitantes pedían recuerdos de la zona se pusieron a confeccionar llaveros, bolsos, cojines, osos de peluche y otros souvenirs.
Construir autoestima
El local comunal de la Asociación para la Conservación de la Naturaleza y Turismo Sostenible de Chaparrí (Acoturch) está ubicado a la entrada del caserío Tierras Blancas, centro poblado que es la puerta de ingreso al área de conservación.
En este lugar las madres artesanas tienen un espacio donde confeccionan y comercializan sus productos, generando así ingresos que las han empoderado y les han levantado la autoestima que, en muchos casos, estaba por los suelos.
Berta Rufasto, presidenta de las madres artesanas, cuenta que había varias compañeras que incluso eran víctimas de maltrato, pero eso ha cambiado.
“Antes estábamos todas tristes, con problemas. Ahora estamos más alegres, conversamos y nos ayudamos entre  nosotras”.
Fue en el 2009 que Berta y sus compañeras comenzaron con la venta de sus artesanías, luego de haber recibido la capacitación para aprender a elaborarlas. La formación fue un aporte que recibieron de la ONG Cipdes y de la Fundación Ayuda en Acción, que se sumaron al proyecto de conservación de la reserva Chaparrí desde una perspectiva de apuntalar las potencialidades de la población.
Inclusive una organización estadounidense como el Cuerpo de Paz ha enviado allí a una cooperante que trabaja en los colegios y con los niños de Santa Catalina, enseñándoles la importancia de cuidar el medio ambiente.
Tina Montalvo es una chica de Baltimore, licenciada en ciencias ambientales y muy querida por la población. Ella también ha sido la impulsora para la construcción del Ecomuseo Comunal Chaparrí, un espacio en el que se combinará teatro, museo y biblioteca y que está siendo edificado con lo que han denominado "ecoladrillos", hechos a partir de botellas de plástico de medio litro, rellenadas con residuos inorgánicos como envolturas de galletas, de caramelos y bolsas plásticas. Y es un espectáculo ver cómo las paredes que se hacen con las siete mil botellas recolectadas por toda la comunidad empiezan a tomar forma entre las columnas de la construcción.
Protege la naturaleza
Estar en contacto directo con la vida salvaje del bosque seco norteño no es difícil en Chaparrí. A escasos metros de las habitaciones de los guardaparques juega desprevenida una pareja de jóvenes zorros, y muy cerca de ellos atraviesa una manada de sajinos, encabezada por un gruñón macho de ligero andar.
Desde la creación de la reserva, 400 de las 1.200 familias que integran la comunidad de Santa Catalina se han visto beneficiadas directamente a través de puestos de trabajo y reforzamiento de sus capacidades. Pero el resto también recibe beneficios ya que el flujo de visitantes, alrededor de ocho mil por año, les hace percibir ingresos por venta de comida y oferta de transporte. Sin contar la construcción de aulas en las escuelas de los caseríos de la zona, el reforzamiento de las postas médicas y las capacitaciones en temas de nutrición, cuidado del medio ambiente y salud.
Solo hasta el 2009, la reserva generó 120 mil soles de ingresos. El 40% de este monto se ha empleado directamente en el manejo del área de conservación. El resto se ha revertido en la comunidad para proyectos de salud, educación, seguridad y gastos administrativos.
Es tal el éxito del modelo de administración de la reserva que no solo le ha valido para que el 2011 se le haya otorgado a perpetuidad el título de área de conservación privada, sino también se ha convertido en un ejemplo de gestión que intenta ser replicado.
Un grupo de 17 personas arribó a mediados de la semana pasada para pasar tres días en la reserva. Ellas pertenecen a tres áreas de conservación de la región San Martín y han llegado hasta allí para aprender cómo se hacen las cosas en Chaparrí.
“Antes venías con escopeta a cazar, o con hachas y machetes para cortar árboles. Pero eso no es sostenible. Si cazas un venado, se beneficia solo una familia. El turismo sí es sostenible”, dice Joel Vallejos Santa Cruz, otro de los guardaparques de la reserva.
Pero no todo es color verde esperanza en Chaparrí. Ahora mismo se cierne sobre la reserva un par de serias amenazas: la invasión de tierras y los denuncios mineros.
En los últimos meses la comunidad ha recibido varias cartas del Instituto Minero y Metalúrgico (Ingemmet) en las que le comunican la aprobación de estudios de exploración en la zona de la reserva, los cuales se deben iniciar con el permiso de la comunidad. Además hay una gran extensión de terreno de la reserva, que colinda con el reservorio de Tinajones, que ha sido cercado con alambres de púas. Un terreno comprado ilegalmente a un ex presidente de la comunidad que fue vacado del cargo.
Ante estas amenazas, los comuneros de Santa Catalina advierten que no cederán ni un metro de terreno de la reserva ya que ellos, al igual que el oso de anteojos y la pava aliblanca, han encontrado en Chaparrí el lugar donde vivir tranquilos, protegidos. Y han aprendido también que la conservación de la naturaleza es una genuina oportunidad para crecer como comunidad.




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