domingo, 28 de julio de 2019

JOSÉ OLAYA a la muerte de Túpac Amaru

José Olaya
ü  Nací dos años después de una de las rebeliones trascendentales que sucedió en nuestra patria, en nuestro país, en nuestro Perú.   Como a él, en mis venas recorre sangre indígena… chola.
ü  Él fue un cacique y yo un humilde pero orgulloso pescador.   Él usó las armas desplazándose por la sierra cusqueña ante los invasores españoles por una patria que no vio.   Yo usé mis brazos para nadar por el gélido mar logrando contactar a los patriotas que se encontraban entre Callao y Lima.
ü  Ambos tuvimos ascendencia belicosa, rebelde ante los invasores españoles.  Por tus venas recorre la sangre de Túpac Amaru I, por mis venas recorre la sangre de José Apolinario Olaya, mi padre.
ü  Él fue traicionado por uno de los suyos, su lugarteniente y compadre Francisco de Santa Cruz que se vendió por mil pesos y un título de la nobleza y cuando fue capturado no delató a nadie.   De la misma forma fui delatado pero no por uno de los míos sino por un patriota traidor; seguro,  temeroso del  alto sacrificio que demanda nuestra patria en ciernes hasta sacrificar nuestra propia vida.    Y si mil vidas tuviera, mil vidas daría a mi patria.
ü  Fuimos condenados a muerte, previo suplicio.   La muerte de tu señora esposa y la de tus hijos no te quebraron, ni tu propio dolor ocasionado por los cuatro caballos no pudieron mellar tu valía.   Asimismo, ni los 2000 palazos, ni cuando me arrancaron las uñas, ni cuando fui colgado de los pulgares menoscabó mis ideales patrios.   Hasta me quisieron sobornar, ilusos.   ¿Qué creen? ¿Creen que por ser pobre, del pueblo voy a aceptar el soborno? ¡¡¡Jamás!!!  ¿Creen que por traer a mi madre iba a sensibilizarme y traicionar a mi patria? ¡¡¡Jamás!!!   Mi madre estuvo orgullosa de tener un esposo patriota y preferiría mil veces a un hijo patriota muerto a ver a su hijo vivo pero maculado por la traición.   No me doblegaron, ni a mí, ni a ti, ni a Micaela Bastidas, ni a María Parado de Bellido, ni a tantos otros hijos del pueblo que prefirieron la muerte antes de delatar a algún camarada.
ü  Tu muerte sucedió en la otrora capital del Tahuantinsuyo.   Un verdugo terminó tus días al cortarte tu cabeza y demás partes de tu cuerpo. La mía ocurrió en la capital del virreinato y de la naciente república del Perú, terminando mis días ante un pelotón de fusilamiento.
ü  Tu último deseo pudo haber sido una patria nueva en un mundo nuevo.   Mi deseo fue llevar la escarapela, por siempre, en mi pecho y en mi corazón.   Así fue.



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