En mis entrevistas sobre la injerencia indebida de funcionarios del Poder Ejecutivo en el Poder Judicial, a raíz del caso Chavín de Huántar, he preguntado ¿por qué los jueces no denuncian en el acto cualquier presión y, en especial, las que vienen del propio Estado? La respuesta ha sido la misma: porque tienen miedo.
¿De qué podría tener miedo un juez que actúa con rectitud? Pues parece que la respuesta es compleja. Va desde el temor a la injerencia del poder político en el CNM para impedir un ascenso o detener, a veces por meses, una ratificación. Miedo de la respuesta mediática y política cuya persecución acaba no solo con el honor y la buena reputación, que ya es enorme carga, sino también con el ahorro y la salud. Miedo al desempleo, al ostracismo y a la discriminación de los pares que aguantan en silencio.
Conversé hace unos días con Gustavo Gorriti. IDL Reporteros, el portal web que dirige, ha realizado una prolija investigación sobre una compra de libros para colegios estatales realizada por el Ministerio de Educación. La compra, sin licitación, terminó favoreciendo a una distribuidora cuyo financista y proveedor de libros, según testimonio del propio ganador, resultó siendo la Librería Crisol, de propiedad del entonces ministro de Educación. El daño al Estado, al vender el intermediario a precio de tapa lo que se compró con descuento, podría ser considerable. Siendo este hecho sorprendente y posible materia de una investigación penal, lo que más ha llamado la atención de Gustavo es el miedo de editoriales y libreros competidores a denunciar.
¿Qué podría temer un empresario, editorial o librería si actúa con corrección? Miedo a ser vetado en una cadena de librerías que maneja el 50% del mercado. Miedo a ser expulsado de la Cámara Peruana del Libro. Miedo a no estar en una próxima feria. Miedo a ser excluido por los pares.
¿Por qué jueces y libreros, las personas más venerables que una sociedad pueda tener, viven en el miedo? Porque como millones de peruanos ven las cosas que les pasan a los que, siendo menos, se atreven a denunciar, a dar la cara y a levantar la voz. Vivimos en una sociedad en donde pasar por el Poder Judicial es causar al inocente un ataque de pánico y un agujero gigantesco en el bolsillo. Donde la Comisión Investigadora se usa como una chaveta y el periodicazo se emplea para callar al colega periodista. Donde la coima es un medio de sobrevivencia en una jungla de construcción civil lumpenesca, transporte matón o invasión salvaje. Donde manda el más fuerte y el justo se esconde en el murmullo, el mirar de lado, la denuncia anónima y la grabación clandestina.
El miedo es un mecanismo de defensa que nos pone alertas para adaptarnos y sobrevivir respondiendo a la amenaza. Sentir miedo es natural. Y para algunos congelarse y callar es el único camino posible. Cada uno es dueño de sus miedos, es verdad. Pero ninguna civilización y mucho menos una sociedad democrática puede construirse sobre la base del miedo. Solo las mafias prosperan en comunidades paralizadas por el temor.
Ningún periodista, que se precie de serlo, ningún juez, ningún empresario o padre de familia, en fin, ninguna persona justa debería callar frente a la injusticia. ¿Que tiene un precio? ¿Y qué cosa que vale la pena en la vida no lo tiene?
Ahí está la tarea pendiente. Hagamos que valga la pena vencer el miedo para tener una sociedad más vivible y menos cobarde. Bajemos el costo que pocos héroes valientes hoy cargan y salgamos todos a denunciar lo que es denunciable, a defender al inocente y a rescatar, finalmente, a nuestro país del miedo.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/contracandela/miedo-10-08-2013
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