miércoles, 18 de junio de 2014

IGLESIA YERROS



El patrono de los pederastas

Uno de los primeros informes de la KGB sobre Karol Wojtyla, cuando fue elegido Papa en octubre de 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, decía: “Los camaradas polacos consideran que Juan Pablo II es más reaccionario y conservador en asuntos eclesiásticos, y más peligroso a nivel ideológico, que sus predecesores”. De hecho, el reporte no estaba muy descaminado. Más adelante añadía que, cuando Wojtyla era cardenal, “se destacaba por sus opiniones anticomunistas”.
Y fue así. El polaco fue uno de los personajes que más influyó en la caída del comunismo. Fue, además, el papa número 264, el primer pontífice no italiano elegido en quinientos años, el del reinado más largo de la historia (casi 27 años) después de Pío IX (quien duró 31 años). Asimismo, fue un viajero infatigable (solamente a América Latina viajó en 24 ocasiones) y sus visitas fueron verdaderos fenómenos de masas. Y fue el primado que condujo a la iglesia Católica por los caminos de una ortodoxia férrea y de dogmas inflexibles.
Como sea. El día de hoy, en tiempo récord, será elevado a los altares. Su proceso de beatificación se cerró en mayo del 2011, y se le atribuyen dos milagros. Sin embargo, no todos los católicos están de acuerdo respecto de su súbita santificación. Hay quienes le cuestionan, por ejemplo, haber excluido de la iglesia a los sectores progresistas y a los simpatizantes de la Teología de la Liberación, a quienes se persiguió, acosó, humilló y censuró. Y en algunos casos, hasta se les excomulgó. O están, por cierto, quienes le señalan su trato afable con dictadores, como Pinochet. Y están, todo hay que decirlo, quienes le enrostran el bloqueo que sufrió el proceso de canonización de monseñor Óscar Arnulfo Romero, de El Salvador, aparentemente por razones ideológicas (Romero era un cura de izquierdas y defensor de los derechos humanos que fue asesinado por denunciar la represión del gobierno).
En fin. “Se decantó por una línea de iglesia y dejó de lado otra que también existe”, como le dijo Raquel Mallavibarrena, miembro de la Coordinadora de Redes Cristianas, a BBC Mundo.
Pero hay señalamientos más serios que los anteriores, en mi pequeña opinión. Pues si algo caracterizó al papado de Juan Pablo II fue el encubrimiento cómplice y sistemático de los casos de pederastia clerical, haciendo de ello una política institucional. Nunca habló de ello. Por el contrario, fomentó el secretismo. Y junto con su séquito de colaboradores conservadores, extraídos de las filas del Opus Dei, Communione e Liberazione y los Legionarios de Cristo, fomentó la cultura del secretismo. Para salvaguardar a la iglesia del escándalo.
El Vaticano de Wojtyla siempre permaneció pasivo, fingiendo que el problema de la pedofilia no existía. Es más. Les sugiero que traten de encontrar citas del Papa condenando el fenómeno, y constatarán que el abuso sexual en el clero es un tema prácticamente ausente en la biografía de Juan Pablo II.
Y no es porque no le llegase la información, como sostienen algunos. Porque la data sobre los delitos sexuales de curas llegó al Vaticano por torrentes desde 1985, muchísimo antes de los reportajes del Boston Globe, del 2002, que es el medio que destapa la olla del abuso serial por parte de clérigos pederastas. Es más. Que el Papa hiciera caso omiso a los sobrevivientes de abuso sexual fue como una señal para el resto de la jerarquía eclesiástica. Así las cosas, los obispos decidieron no abordar este cáncer de manera pública, y muchos prefirieron arreglar “por lo bajo” con las víctimas. En consecuencia, rara vez se expulsó a curas depredadores; simplemente se les trasladaba de diócesis. Porque así fueron las cosas bajo el gobierno de Juan Pablo II, el santo.
Sí, el caso de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, y hombre cercanísimo a Juan Pablo II, es el más emblemático. Y el más aspaventoso. A él lo llamó “eficaz guía para los jóvenes”, en 1994, cuando ya se conocía en Roma de un grueso legajo de denuncias contra el religioso mexicano. Pregúntenle, si no, al papa emérito Benedicto XVI. O al secretario de Estado de entonces, Angelo Sodano. Pero claro. Lo de Maciel no fue un caso excepcional.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/el-ojo-de-mordor/el-patrono-de-los-pederastas-27-04-2014



El patrono de los pederastas (y II)

Remataba mi columna del domingo pasado –que suscitó un pequeño huayco de insultos y ataques virulentos– sosteniendo que el caso del pedófilo mexicano Marciel Maciel no había sido el único caso encubierto bajo el papado de “san” Juan Pablo II, pero, definitivamente, era el más representativo. Y el más documentado.
Sin embargo, hay quienes, enceguecidos por su fe y sus ansias de creer, prefieren quedarse con la idea de que, en realidad, el santo polaco “no estaba bien informado”. Que pecó de “ingenuo”. Que fue un poco tontorrón. Y así. A pesar de que, como ha recordado el ex sodálite Martín Scheuch en Exitosa Diario, las denuncias contra Maciel llegaron al Vaticano en diferentes momentos. La primera se efectuó en 1944. Y luego le siguieron otras. En 1948, 1954, 1956, 1962, 1976, 1979 y 1998. Y por lo que he leído sobre el tema, también se conocen otras de 1978 y 1989. Pero claro. Alguien dirá: “La mayoría de ellas llegaron cuando el santo no era Papa”. Sí, pero hay por lo menos cuatro legajos que arribaron a la santa sede cuando Karol Wojtyla ya era pontífice. Y por cierto, la más contundente, la que exhibía más pruebas acumuladas, es la de 1998. Y justamente esa, qué creen, fue archivada rápidamente por órdenes explícitas de Juan Pablo II.
Ahora bien, independientemente del caso Maciel, están los informes e investigaciones que elaboró en los ochentas el sacerdote norteamericano Thomas P. Doyle, a los cuales no se les hizo ningún caso. O podemos remitirnos a los sonadísimos escándalos que desenterró el periodista Walter V. Robinson, del Boston Globe, en enero del 2002, sobre los abusos sexuales en la arquidiócesis del cardenal Bernard Law, quien fue luego rescatado por el mismísimo san Juan Pablo. Porque así fue. Bernard Law, acusado de encubrir a unos 250 curas pederastas entre 1984 y el 2002, y a punto de recibir la citación judicial para responder ante los tribunales estadounidenses, fue trasladado de súbito a la sede vaticana, donde luego fue nombrado por el santo polaco como arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor, donde reside hasta el día hoy, les cuento. Según SNAP, una organización de víctimas sexuales de clérigos católicos, los encubrimientos de Law afectarían, aproximadamente, a por lo menos 5 mil casos de abusos.
Y es que, lo que hubo bajo el pontificado del santo Wojtyla fue una suerte de reciclaje de pederastas que se derivaba de una mentalidad de gobierno, en la que se instauró una tapadera para que los abusos no salieran a la luz pública. Y ello fue una política sistemática, en la que se fingía además que dicho problema no existía. No obstante, en los hechos los curas pedófilos, cuando eran descubiertos, eran transferidos de parroquia en parroquia, dejando atrás una estela de niños y niñas agredidas sexualmente. Tal cual.
¿Qué respondía el venerable Karol cuando rebotaba en la prensa uno de estos casos? La caída de una persona es “en sí una experiencia dolorosa, no debe convertirse en tema de sensacionalismo”. O sea, la culpa era de los medios de comunicación. “No podemos consentir que el mal moral se trate como una oportunidad para el sensacionalismo”, decía el santo, siempre evasivo con los casos concretos y siempre promoviendo el secretismo en torno a los delitos sexuales perpetrados por sus religiosos. Porque esa era la reacción del beatífico primado: omertà, negarlo todo, ofrecer genéricas disculpas, y ya saben, atacar al mensajero. A lo sumo, apelaba en abstracto a cierto “misterio de iniquidad”, cuando la crisis venía haciendo ebullición desde inicios de los ochentas.
Pero volviendo al repudiable fundador de los Legionarios de Cristo, a quien el bendito Wojtyla elogió por su “promoción integral de la persona” y “eficaz guía para la juventud”, la complicidad entre ambos era innegable. Guste o no a los católicos. Pues como dijo el periodista Jason Barry en el epílogo del libro El Legionario de Cristo: abuso de poder y escándalos sexuales bajo el papado de Juan Pablo II: “Marcial Maciel Degollado es el símbolo más representativo de una cultura eclesiástica corrompida por la hipocresía sexual. Cómo hizo para eludir el castigo durante décadas es un modelo del relativismo moral en una iglesia colmada de vergüenza”.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/el-ojo-de-mordor/el-patrono-de-los-pederastas-y-ii-04-05-2014


La ONU y la iglesia

Hace cuatro meses fue el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Ahora le tocó el turno al Comité sobre Torturas de la misma institución. El tema sigue siendo el mismo para la ONU: la pederastia clerical.
Silvano Tomasi, representante permanente del Vaticano ante la ONU en Ginebra, dijo que la iglesia ha hecho “su propia limpieza” y que ha tomado resoluciones, las mismas que han reducido los casos de abuso sexual por parte de sacerdotes. Lo cierto es que, eso no le consta a nadie. Ni siquiera al papa Panchito, puedo apostar. Porque como la curia eclesial se sigue rigiendo bajo patrones de secretismo, no hay manera de validar lo afirmado por Tomasi.
De hecho, la jurista norteamericana Felice Gaer, relatora de la comisión, pidió que se notifique el número exacto de sacerdotes suspendidos. La respuesta fue: 844 curas destituidos en los últimos diez años por conductas delictivas perpetradas desde 1950 hasta finales de los ochentas. Ojo: no se habla de acciones contemporáneas. Y en ningún caso se indica que se hayan denunciado ante autoridades policiales y/o civiles con el propósito de procesar judicialmente a los depredadores.
Como sea. Lo único que hemos escuchado hasta la fecha son declaraciones líricas (y ahora, algunos numeritos) por parte de la iglesia. Nada más. En consecuencia, ya va siendo el momento de que pasen de la oratoria a la acción. Digo. Pues hasta el día de hoy, insisto, solamente hemos escuchado frases artificiosas y presenciado gestos aspaventosos, pero irrelevantes en los hechos.
Porque a ver si nos enteramos de una puñetera vez: Hay tareas pendientes –y urgentes– que la clerecía debería emprender ya. Por lo pronto, seguir las orientaciones de la ONU, que son las más sensatas que se han escuchado sobre esta materia.
Para comenzar, el Comité de los Derechos del Niño ha expresado sin medias tintas que la Santa Sede no ha establecido mecanismos para vigilar el respeto hacia los niños por parte de personas e instituciones que están bajo la autoridad de la iglesia. Y que en el tratamiento de las denuncias de abuso sexual, Vaticano ha puesto por delante la preservación de la reputación de la institución católica, así como la protección de los pederastas, por encima de los intereses de las víctimas, que se cuentan entre decenas de miles de niños en todo el mundo. Y que, así las cosas, la curia vaticana no ha reconocido la gravedad de los crímenes cometidos, ni ha adoptado las disposiciones necesarias para hacer frente a los casos de pederastia clerical, ni se han acordado protocolos para proteger a los menores. Por el contrario, el Vaticano ha adoptado políticas y prácticas que han conducido a la inmunidad de los depredadores con sotana. Tal cual.
Más todavía. Naciones Unidas recusa que todavía se mantenga la práctica de trasladar de parroquia en parroquia –o a otros países– a los abusadores sexuales, con el propósito de encubrir sus perversiones criminales. Lo que ha permitido, dicho sea de paso, que muchos sacerdotes y laicos consagrados permanezcan aun en contacto con menores de edad y sigan abusando de ellos. Critica asimismo que la curia se niegue a proporcionar datos sobre la magnitud del fenómeno al interior de la iglesia. Y cuestiona que, cuando se abordan los abusos sexuales infantiles se les trate como “graves delitos contra la moral”, y no como delitos que tienen que seguir procedimientos judiciales por la vía civil. Porque, como vemos, la ley del silencio impuesta desde Roma ha impedido que la mayoría de casos de abuso sean denunciados ante las autoridades pertinentes.
No solo ello. La ONU, previendo algunas de las causas que han llevado a este tipo de situaciones, advierte claramente y sin rodeos sobre la situación de muchos jóvenes que son reclutados por instituciones similares a la Legión de Cristo, que separan progresivamente a los jóvenes de sus familias, aislándolos del mundo exterior, apelando a la manipulación psicológica y de conciencias.
En conclusión, si realmente existe la intención de enfrentar el problema, la iglesia debería dejar de encajarse golpes en el pecho, o de exhibir estadísticas que revelan poco o nada, y debería abocarse inmediatamente a implementar medidas eficaces para ponerle coto a este cáncer.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/el-ojo-de-mordor/la-onu-y-la-iglesia-11-05-2014

La secta

Así se llamaba uno de los libros que leía clandestinamente cuando vivía en la comunidad sodálite Nuestra Señora de Chapi, en el barrio de Vallecito, en Arequipa. Lo leía a escondidas, de noche, cuando todos dormían, porque no formaba parte de la literatura que nos obligaban a asimilar. Se trataba de una novela. Y si mal no recuerdo, le pertenecía a Mario Quesada, a quien llamábamos “Pepillo”, ya no sé por qué razón. Mario era un sodálite con vocación de artista, y si me apuran, hasta de bohemio. No era un sodálite clásico. De esos de temple radical y paporreteo talibán. No. Mario era un sodálite atípico, digamos. De sonrisa fácil y buen trato. Y la billetera de su padre, un exitoso empresario boliviano, era gigantesca, dato que no sé si viene a cuento, pero igual lo suelto. Lo cierto es que, hasta donde me han contado algunos de mis ex hermanos en la fe, un día Mario dijo que salía a hacer las compras al mercado, y qué creen, no regresó más.
Y como nunca lo volví a ver, aprovecho estas líneas para agradecerle al buen Mario por dejar su libro al alcance de mis manos. De hecho, adivino que luego entró a formar parte del Index sodálite, de los libros prohibidos, o sea, de las publicaciones “no edificantes”. Porque a ver. La secta era un libro de ficción, cuyo autor era el norteamericano Max Ehrlich. No era una obra maestra de la literatura, todo hay que decirlo, pero la historia que ahí se narraba era capaz de atrapar a alguien con dudas existenciales y vocacionales, como fue mi caso.
La secta centra su relato en un joven de dieciocho años, emocionalmente inestable (como cualquier adolescente, es decir), hijo de una familia pudiente, acomodada, que fue captado por “Las almas de Jesús”, una organización religiosa que reclutaba a sus adeptos con argucias. Inocentes, al principio. Pero que luego van incorporando mecanismos de coerción psicológica. Y de manipulación. “Las almas de Jesús” garantizaba a sus partidarios respuestas inamovibles a todas sus preguntas y a todos sus problemas. Les hacía sentirse especiales. Elegidos. Y les ofrecía una vida con verdades de a puño, en la que otros, sus guías espirituales, pensaban por ellos, sometiendo sus voluntades, poniendo sus libertades entre paréntesis.
El líder del grupo era un tipo carismático, del cual se sabía poco o nada. Para sus fieles fanáticos era un gurú, una suerte de semidiós. Para los padres de familia, era un farsante que les había arrebatado a sus hijos, que los había apartado de sus familias, a través de artimañas y lavado de cerebros. Así las cosas, cuando los padres del muchacho tratan de razonar con él, comprueban que discutir, argumentar, dilucidar, es inútil. Porque su hijo se ha vuelto una especie de autómata. Es entonces que deciden secuestrarlo, y contratan a un “desprogramador”, un individuo ya conocido por “Las almas de Jesús”, porque en el pasado se había enfrentado a ellos en más de una oportunidad, y al que habían apodado “El Diablo”.
Y lo que sigue a continuación es una batalla judicial en la que salen a la luz todos los aspectos de la libertad religiosa, de los derechos de los padres sobre los hijos, y del derecho de los recién entrados a la mayoría de edad, que de súbito se convierten en personas emancipadas ante la ley pero que aún carecen de una serie de aptitudes y de herramientas psicológicas para enfrentar la vida, y son susceptibles de ser engañados con facilidad.
Todo esto viene a colación porque esta semana me buscó la madre de un chico con las características del personaje de la novela. Angustiada, porque sentía que a su hijo le habían formateado la cabeza, y ya no pensaba por sí mismo. Y estaba a un paso de perderlo. Me sentí impotente, confieso, porque no tenía una respuesta a la mano. Ni un derrotero que señalar.
Eso sí. Dice el español Pepe Rodríguez que, “no hay que luchar contra la ‘secta’, sino maniobrar a favor del sectario”. Porque las personas abandonan las sectas como consecuencia de la nostalgia de la libertad. Por eso, recuperar la autonomía personal, luego de haber renunciado a todo, es un camino intrincado. Y absolutamente individual.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/el-ojo-de-mordor/la-secta-18-05-2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario