Ernesto Pinto-Bazurco, un médico afincado en Múnich, logró que un puñado de judíos escape de la Alemania nazi. Pronto su historia será contada en un documental. El 28 de setiembre Pinto-Bazurco celebrará 100 años de vida.
En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, Ernesto Pinto-Bazurco, médico peruanoafincado en Múnich, Alemania, se convirtió en delegado de Suiza con atribuciones de cónsul. Un día, después de firmar el salvoconducto de una familia judía para que abandone dicho país y se libre de una muerte segura en un campo de concentración, una mujer del grupo pensó que el trámite debía tener un costo. Así que preguntó: ¿cuánto le debo? “Nada. Esto es un favor”, respondió él.
Pero la señora se quedó pensando. Entonces se sacó del dedo un anillo con una piedra preciosa y quiso dárselo a Hildegard, la esposa de nuestro compatriota. “No, no es necesario”, respondió ella también. “Igual me la pueden quitar en los controles de salida”, insistió la mujer. “Si la esconde en la boca, quizá no se la quiten”, le respondió otra vez Hildegard. Cuando la familia ya se iba, Pinto-Bazurco dijo: “Bueno, sí me deben algo. Una sonrisa. Es lo más escaso en estos tiempos”.
La anécdota retrata la solidaridad con que el médico peruano actuó en los tiempos de la Alemania nazi. Y así como esa familia había buscado a Ernesto Pinto-Bazurco, muchas otras familias judías y opositores del régimen de Hitler acudieron a él por un salvoconducto. Él los ayudó aun con riesgo de su vida.
En esos años de control ejercido por las SS nazis, el médico peruano ayudó a unas 60 personas, judíos y alemanes, que podían ser perseguidos y encarcelados. No guardó registro de sus nombres porque era peligroso para él y ellos. Podía ocurrir incluso que las visas no tuvieran el nombre real de las personas. Lo importante era ayudarlos a escapar. La prisión era dura y Ernesto Pinto-Bazurco lo sabía: la había conocido por la policía alemana, la Gestapo.
Me quedo aquí
Nacido en el Callao en setiembre de 1913, Ernesto Pinto-Bazurco Alcalde llegó a Alemania en 1934 para estudiar medicina gracias a una beca que proporcionaba la empresa Bayern. Poco tiempo después empezó a participar de las actividades de la Casa Perú, un centro que congregaba a nuestros compatriotas, a estudiantes latinoamericanos y también a alemanes. Fue allí donde conoció a quien sería su esposa, Hildegard Rittler.
En 1939 Ernesto Pinto-Bazurco culminó sus estudios y poco después consiguió una plaza en el Hospital General de Múnich. Tenía planes para una vida en común con su pareja alemana, había conseguido trabajo y pensaba establecerse en el país de su amada. Pero el 1° de setiembre, a las 5 de la mañana, Alemania atacó Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial. La situación, ya difícil con el ascenso de Hitler al poder, se volvió opresiva.
El gobierno nazi recomendó a los extranjeros abandonar el país, pero nuestro compatriota decidió quedarse. Alemania le había dado la posibilidad de estudiar y ahora con la guerra iba a necesitar de médicos para los heridos que llegaran a los hospitales. Era una cuestión de humanismo. Para entonces Hildegard también empezó a colaborar con la Cruz Roja en un hospital. Ambos estaban contra la guerra. Vivían juntos, querían casarse.
Fue ahí cuando Ernesto Pinto-Bazurco vio de cerca el rostro racista del régimen nazi. En tres ocasiones solicitó sin éxito una autorización para casarse con Hildegard. El día que se presentaron ante los oficiales nazis el encargado de los registros increpó a Hildegard: “Si hay tantos hombres en Alemania, ¿por qué se casa Ud. con un extranjero?”. Ella respondió: “El amor no reconoce nacionalidades ni fronteras”.
En 1942 ocurrió un hecho inusual: el gobierno peruano se declaró país beligerante contra Alemania. Una decisión extraña teniendo en cuenta la lejanía de ese país. Poco después empezaron los problemas para los ciudadanos peruanos. A Ernesto Pinto-Bazurco lo buscó la Gestapo en su departamento de Múnich y se lo llevó arrestado por sospecha de espionaje. Querían explicaciones acerca de por qué el médico se había quedado en un país en guerra.
Pero había más razones. La policía alemana había investigado al peruano. Sabía que supadre era un oficial de la marina en el Perú y además le causaba extrañeza que contara con un teléfono cuando en la ciudad pocos podían darse ese lujo. Pero él era un médico reconocido y el hospital le había puesto una línea. Quedó detenido por la Gestapo en Múnich y posteriormente fue trasladado al fuerte de la ciudad de Laufen, en la frontera con Austria. Los diplomáticos peruanos se habían ido y nadie lo defendió.
Estuvo preso entre febrero y mayo de 1942. En todo ese tiempo Hildegard Rittler, que ya estaba embarazada de su primera hija, Rosa, no pudo verlo porque oficialmente no era su esposa. Cuando el médico volvió a casa estaba flaco y demacrado. No había estado en un campo de concentración, pero en la prisión había sufrido privaciones. Poco después retomó su trabajo de médico. Incluso por la guerra muchas veces atendía a pacientes en su casa.
Ese mismo año, el Perú le pidió a Suiza velar por los ciudadanos peruanos en Alemania. Este país ubicó a Ernesto Pinto-Bazurco y le encargó defender a sus compatriotas dándole un cargo con atribuciones de cónsul. Con esos poderes diplomáticos el médico no dudo en emitir visas para ayudar a escapar de la persecución nazi a familias judías y a opositores. Una vez una familia judía le explicó por qué lo buscaban. Confiaban en él porque su apellido Pinto tenía origen judío sefardí. Él también ayudó a opositores alemanes porque, como lo conversaba siempre con su pareja, había que ayudar a quienes estaban en peligro.
Pacifista en la guerra
Ernesto Pinto-Bazurco y Hildegard Rittler sufrieron las inclemencias de la guerra, como todos. Debían correr a los refugios antiaéreos. Y él debió evadir pedidos que la guerra imponía: una vez le enviaron una moderna cámara fotográfica a su casa y cuando fue alcorreo a averiguar de qué se trataba, se le presentaron un hombre y una mujer y le pidieron que trabajara para ellos haciendo fotos de los puertos alemanes. Eran espías. Él por supuesto se negó. Y también lo hizo cuando los servicios alemanes le pidieron que hiciera algunas traducciones del alemán al español. Varias veces tuvo que cambiar de casa para eludir las represalias nazis. Cuando llegó el fin de la guerra se quedó en Múnich. En 1945 nació Aurelio, su segundo hijo, y en 1946 Ernesto, el tercero. (Hoy ambos son diplomáticos). Dos años después toda la familia se embarcó en el buque peruano Rímac para volver al Perú.
La historia de Ernesto Pinto-Bazurco y de Hildegard Rittler ha sido contada por ella en el libro Ángeles en el Infierno (2010), sesenta años después de ocurridas. Allí están varias de las anécdotas relatadas aquí. El documentalista Luis Enrique Cam ha recogido muchos testimonios y contará la historia en imágenes de este peruano que, a la manera de Oscar Schindler, en Polonia, hizo lo posible por salvar muchas vidas de la maquinaria nazi. El documental se llamará Un peruano en el III Reich y está en la etapa de filmación.
Tras su retorno al Perú Ernesto trabajó en varias ciudades. En Madre de Dios conoció a un ingeniero alemán que le contó que había podido salir con su familia gracias a los salvoconductos proporcionados por un diplomático peruano. Entonces el médico peruano recordó: “Ah, era el hijo de la familia tal”. Y se reconocieron y abrazaron. Nunca supo qué fue de las personas que ayudó, pero tuvo la certeza de que al menos esa familia se salvó.
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