Señora Dorina, hace más de
20 años la he visitado en este día muy especial para Ud., para sus hij@s y de
todos aquellos que la estiman de todo corazón.
Cada 17 de mayo, separaba un espacio de tiempo de mi agenda para
celebrar, al lado se sus hij@s y demás familiares, su cumpleaños; este año me
será imposible visitarla, darle un efusivo abrazo y brindarle un cariñoso
ósculo; mil disculpas por mi ausencia, las circunstancias me obliga a no
cumplir lo acostumbrado de hace más de cuatro quinquenios. Un rictus de dolor embarga mis quebrantos el
día de hoy.
Sé que sus hij@s, algunos de
ellos mis compadres y padrinos, estarán recordando los momentos vividos en cada
año en la que Ud. era la homenajeada, en la que Ud. podría ver a todos sus
hij@s, ya compartiendo, ya conversando, ya riendo o hacerla bailar entre sus
más avezados familiares. Pero creo que
su alegría, como madre que es, no es ni la prenda ni el generoso banquete que
degustará el día de hoy, sino el compartir con sus hij@s, el no preguntar por
ninguno de ell@s ya que están o estarán presentes, a su lado.
La tecnología ha hecho
posible menguar esa lejana distancia y sé que en algún momento del día se
organizarán para saludarla ya desde Comas, San Juan de Lurigancho o desde
Chile, Argentina, España e Italia.
Finalmente, después de este
estoico confinamiento la visitaremos como de costumbre. No será un día olvidado sino un día
postergado. Ya nos organizaremos para
repetir este magnánimo día.
Lo que sí debo por demás
felicitar es a su abnegada laboriosidad de educar con ahínco y anhelo, entre
todas, a su última hija a la medida de
lo que yo quería como mujer, esposa y madre.
La felicito, la hizo de muy buena madera. No me puedo quejar.
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