Muy pocas veces he hablado
de una persona que influyó en mí de forma indirecta. Él hablaba y hablaba de la fábrica. De su
relación confrontacional con sus jefes, de que nunca se amilanaba, como le
decía un amical compañero, el negro García.
Cada vez que nos visitaba, le abrazaba diciéndole “mi hermano, el único cholo que no
se deja pisar el poncho” Tengo en la
memoria todos sus jefes, el chino, malhecho, el administrador, la asistenta
social. A todos ellos se les enfrentó con coraje, de tú a tú porque había algo
que le respaldaba: su trabajo; nadie podía poner en tela de juicio su trabajo o
que le sacara la vuelta a sus funciones, a lo que había aprendido en sus años de
obrero en la fábrica. Ese tesón fue el
más importante legado que dejó a sus tres hijos. Nadie nos puede criticar nuestro
trabajo, nuestra entrega; donde nos encontremos damos todo de nuestra
parte. Obviamente esos genes tienen su
origen.
Lamentablemente sus jefes no
valoraron su experiencia marginándole a la hora de ofrecer horas extras a los
trabajadores. Nunca se iba cabizbajo,
con murria, se iba con el pecho henchido de orgullo ya que sabía que no le
ofrecían esas horas extras porque no suplicaba, no se arrodillaba, porque no eras un felpudini. Sólo, en contadas ocasiones, cuando se
necesitaba realmente de sus servicios se alegraba porque sabía a qué sección iba
a trabajar, era su vacilón, lo que le agradaba, lo que le gustaba. El señor Porles, Q.E.P.D., era el que más solicitaba
de sus servicios.
Del sindicato, de
los beneficios que tenían, como obreros, ante tal o cual presidente; pero de
quién siempre me hablaba con mucha consideración es de Juan Velasco Alvarado. Las
utilidades fueron gracias a él.
Hace poco me comentaba que ante la negativa de la
asistenta social a un pedido suyo, le dijo, “sabiendo que me iban a negar vine”,
ella le respondió mascullando, “sí, pues, cuando trabajaba en la fábrica Ud. era
un paradito”. Ni bien escuchó, replicó
mordazmente. “gracias por decirme
paradito, porque si me hubiera dicho que era un chupamedias, un sobón, un
felpudini sí que me hubiera molestado”
Recuerdo a sus amigos, el locuaz, risueño y shilico señor
Zegarra, el ponderado señor Camacho y al bohemio señor Marín. Ah, y tu hijo laboral, el parlanchín señor
Melgar.
Nunca le dije personalmente, pero sí que me agradan sus
cuentos vivenciales, su vida bucólica cuando mozo y adolescente en la tierra de
los tranca puerta. Su estadía con un
tío muy directo y sus hijas. Una frase de su tío, “Ah, Clemente, donde se come
no se c…”
Tantas anécdotas de vuestra parte permitieron tener un
perfil en mí de justicia social, de trabajar con ahínco, de no dejar pisarse el
poncho, de ser empático.
Y lo escribo el día de hoy, a estas horas, porque el
mundo le vio nacer. Don Leoncio y doña
María firmaron a su primogénito. De
ellos, también guardo gratos recuerdos.
Siento no abrazarle efusivamente el día de hoy, como en
las navidades, como en los años nuevos, como en mi cumpleaños, como en nuestro
día del padre o cada vez que regresaba de sus viajes familiares.
A todo esto, permítanme saludarle a mi auqish y decirle feliz
cumpleaños, papá.
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