jueves, 14 de mayo de 2020

ODA A MI PADRE.




Muy pocas veces he hablado de una persona que influyó en mí de forma indirecta.   Él hablaba y hablaba de la fábrica. De su relación confrontacional con sus jefes, de que nunca se amilanaba, como le decía un amical compañero, el negro García.   Cada vez que nos visitaba, le abrazaba  diciéndole “mi hermano, el único cholo que no se deja pisar el poncho”  Tengo en la memoria todos sus jefes, el chino, malhecho, el administrador, la asistenta social. A todos ellos se les enfrentó con coraje, de tú a tú porque había algo que le respaldaba: su trabajo; nadie podía poner en tela de juicio su trabajo o que le sacara la vuelta a sus funciones, a lo que había aprendido en sus años de obrero en la fábrica.   Ese tesón fue el más importante legado que dejó a sus tres hijos. Nadie nos puede criticar nuestro trabajo, nuestra entrega; donde nos encontremos damos todo de nuestra parte.   Obviamente esos genes tienen su origen.
Lamentablemente sus jefes no valoraron su experiencia marginándole a la hora de ofrecer horas extras a los trabajadores.   Nunca se iba cabizbajo, con murria, se iba con el pecho henchido de orgullo ya que sabía que no le ofrecían esas horas extras porque no suplicaba, no se arrodillaba,   porque no eras un felpudini.   Sólo, en contadas ocasiones, cuando se necesitaba realmente de sus servicios se alegraba porque sabía a qué sección iba a trabajar, era su vacilón, lo que le agradaba, lo que le gustaba.  El señor Porles, Q.E.P.D., era el que más solicitaba de sus servicios.
Del sindicato,  de los beneficios que tenían, como obreros, ante tal o cual presidente; pero de quién siempre me hablaba con mucha consideración es de Juan Velasco Alvarado. Las utilidades fueron gracias a él.
Hace poco me comentaba que ante la negativa de la asistenta social a un pedido suyo, le dijo, “sabiendo que me iban a negar vine”, ella le respondió mascullando, “sí, pues, cuando trabajaba en la fábrica Ud. era un paradito”.   Ni bien escuchó, replicó mordazmente.  “gracias por decirme paradito, porque si me hubiera dicho que era un chupamedias, un sobón, un felpudini sí que me hubiera molestado”
Recuerdo a sus amigos, el locuaz, risueño y shilico señor Zegarra, el ponderado señor Camacho y al bohemio señor Marín.  Ah, y tu hijo laboral, el parlanchín señor Melgar.  
Nunca le dije personalmente, pero sí que me agradan sus cuentos vivenciales, su vida bucólica cuando mozo y adolescente en la tierra de los tranca puerta.   Su estadía con un tío muy directo y sus hijas. Una frase de su tío, “Ah, Clemente, donde se come no se c…”
Tantas anécdotas de vuestra parte permitieron tener un perfil en mí de justicia social, de trabajar con ahínco, de no dejar pisarse el poncho, de ser empático.
Y lo escribo el día de hoy, a estas horas, porque el mundo le vio nacer.   Don Leoncio y doña María firmaron a su primogénito.   De ellos, también guardo gratos recuerdos.
Siento no abrazarle efusivamente el día de hoy, como en las navidades, como en los años nuevos, como en mi cumpleaños, como en nuestro día del padre o cada vez que regresaba de sus viajes familiares.
A todo esto, permítanme saludarle a mi auqish y decirle feliz cumpleaños, papá.

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