viernes, 16 de enero de 2015

EMPRESARIO FILÁNTROPO en China. CHEN GUANGBIAO

Chen Guangbiao, el magnate estrafalario


Cheng Guangbiao, salta sobre coches que regaló a residentes de Beijing que perdieron sus vehículos en una protesta ocurrida ese año.



Amasó su fortuna con el reciclaje. Ha vendido aire enlatado para llamar la atención sobre la contaminación en China, y ha destrozado autos para promover el uso de las bicicletas. Sus actitudes le han acarreado críticas en todo el mundo y la desafección de su gobierno.
Texto: Zigor Aldama 
Tomado de El País

Como cualquier otro día, Chen Guangbiao llega a la sede de su empresa en bicicleta. Pero es consciente de que tiene una visita esperando en la puerta, así que no desperdicia la ocasión para reafirmar el excéntrico carácter que lo ha hecho famoso en todo el mundo. El polémico multimillonario, autodenominado 'el filántropo más prominente de China', comienza el inesperado espectáculo antes incluso de estrechar la mano. Realiza varias piruetas sobre las dos ruedas y luego desmonta. Sin mediar palabra, muerde la parte posterior del sillín para levantar la bicicleta con la fuerza de su boca antes de acabar el show con una reverencia al estupefacto público.

Es la imagen de histrión que se empeña en proyectar un hombre que desconcierta con una larga lista de inusuales propuestas destinadas a construir “una China mejor”: comercializó aire puro enlatado para llamar la atención sobre la contaminación que devasta su país, destrozó un Mercedes con un taladro industrial para animar a sus compatriotas a utilizar la bicicleta, repartió dinero en efectivo entre los más necesitados de Taiwán, y en diciembre del año pasado rizó el rizo con una oferta para adquirir el diario The New York Times, en el que previamente había contratado una página de publicidad para hacer saber al público estadounidense que las islas Diaoyu pertenecen a China, un país que disputa con Japón su soberanía en uno de los conflictos que más tensión crea en Extremo Oriente.

Lejos del partido

No obstante, sus empleados advierten de que la extravagancia es solo una fachada de marketing que esconde una estructura intelectual muy sólida. Chen es uno de los pocos empresarios chinos que se han hecho a sí mismos de la nada y sin conexiones en el Partido Comunista. Su fortuna, estimada en unos 550 millones de euros por el informe anual que publica el Instituto Hurun, sale de la innovación del pujante sector del reciclaje: la empresa que preside en la ciudad de Nanjing, China Huangpu Materiales Reciclables, utiliza los escombros de edificios derribados para convertirlos en nuevos materiales de construcción. “Eres un emprendedor con conciencia, por eso te respeto”, le dijo el anterior primer ministro, Wen Jiabao.

El verdadero Chen, que habla con gesto serio y palabras bien medidas, se manifiesta en cuanto la cámara fotográfica deja de disparar y él toma asiento en su despacho. Comienza la conversación utilizando diferentes episodios de su niñez para explicar el porqué de sus golpes de efecto. “Nací en 1968 en el seno de una familia pobre. Teníamos dos gallinas, y nuestros únicos ingresos procedían de la venta de los huevos que ponían. Siete de mis ocho tíos y dos de mis hermanos murieron de hambre durante la Revolución Cultural(1966-1976), y si yo estoy vivo es porque nuestros vecinos se sacrificaron y compartieron la poca comida que tenían con nosotros. Ahí comprendí cuál es el verdadero significado de la caridad”.

Con nueve años hizo otro descubrimiento sobre la naturaleza humana que ahora guía muchos de sus actos. “Como no teníamos dinero suficiente para pagar mi matrícula escolar, pasé todo el verano vendiendo agua que cogía de un pozo y que llevaba hasta el pueblo, a un kilómetro de distancia. Con lo que me sobró ayudé a pagar el curso del hijo de nuestro vecino, y por ello la profesora me premió con una estrella roja de papel. Como no tenía otra cosa a mano, utilicé un moco para pegármela en la frente y que todos la vieran. Al día siguiente, muchos otros niños estaban ayudando en diferentes tareas para conseguir una distinción como la mía. En ese momento me di cuenta de que no basta con hacer el bien, sino que es necesario mostrar el bien que se hace al mayor número de gente para que cunda el ejemplo”.

INICIATIVA SOLITARIA

Ese es precisamente el efecto que Chen busca entre el creciente grupo de multimillonarios chinos. Con la cobertura mediática que obtienen sus llamativas puestas en escena apela a su responsabilidad social. “Si tienes un vaso de agua, te lo bebes; si tienes un cubo, lo guardas en casa; pero si tienes un río, has de aprender a compartirlo. No podemos olvidar que nuestra fortuna la hemos hecho gracias a la política de apertura que inició Deng Xiaoping y al duro trabajo del pueblo”, sentencia mientras sorbe té verde.

De momento, su ejemplo no cunde. Aunque 358 ciudadanos chinos amasan ya más de mil millones de dólares, un número que solo supera Estados Unidos, en 2012 donaron únicamente un 4% –en torno a 10.000 millones de dólares– del dinero que destinaron a fines benéficos sus homólogos de la superpotencia americana. Y el año pasado los 100 mayores filántropos de China, cuya fortuna se estima en unos 200.000 millones de euros, se desprendieron de una cuantía inferior a la que donaron Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, y su esposa. 

“Hace muchos años que me prometí hacer dinero honestamente: trabajando duro, pagando mis impuestos y sin corromper a funcionarios. Fue cuando traté de alistarme en el Ejército. Suspendí los exámenes cuatro años seguidos, hasta que me dijeron que la clave, si no tenías conocidos dentro, estaba en sobornar a los oficiales aunque solo fuese con unos cartones de cigarrillos. Entonces desistí”. 

Por la misma razón, Chen tampoco tuvo éxito en su intento de afiliarse al Partido Comunista. “A los 10 años empecé a recoger botellas para reciclar y con 14 ingresé 14.000 yuanes en el banco, una suma astronómica para un adolescente de mi pueblo –Sihong, en la provincia oriental de Jiangsu–. Utilicé ese dinero para comprar un proyector y mostrar películas de la propaganda, como las del héroe Lei Fung, hasta que pude pagar mi propio taller mecánico”.

Luego, en la década de 1990, Chen estudió Medicina Tradicional China y obtuvo su primer éxito profesional cuando patentó un aparato de acupuntura de baja radiación que sirve para el diagnóstico de diferentes dolencias. Con la venta de esta máquina, el multimillonario empezó a serlo. Pero fue su visión a largo plazo la que lo convirtió en uno de los 300 ciudadanos chinos más ricos.

“Comenzaba entonces el boom de la construcción y se derribaban infinidad de edificios. Me di cuenta de que los escombros no se aprovechaban, pero pensé que podían ser valiosos”. No se equivocaba: con su reciclaje descubrió la forma de hacer dinero y de ayudar a la conservación del medio ambiente. “Mi éxito no ha sido un accidente, y creo que soy el reflejo del sueño chino. Pero como no tengo el carné del partido, la mayoría no lo quiere reconocer. Soy un patriota, amo a China, pero no a su funcionariado”.

Sin duda, su discurso incomoda a muchos. Tanto en el ámbito empresarial como en el político. Chen asegura que su relación con las autoridades locales es muy tensa “porque tienen miedo de cualquiera que piense libremente y que pueda poner en peligro su estatus”; explica que en algunas provincias su empresa está vetada por los políticos, “que solo conceden proyectos a sus amigos y a quienes les dan sobres por debajo de la mesa”, y reconoce que teme represalias en forma de acusaciones falsas que lo terminen metiendo entre rejas. “Sé que tengo que andar con pies de plomo. De momento, la notoriedad de mis acciones en el extranjero y el respeto que me tienen los dirigentes del Gobierno central en Pekín me protegen de eso”, concluye.

FUENTE: http://www.larepublica.pe/04-01-2015/chen-guangbiao-el-magnate-estrafalario




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