martes, 29 de octubre de 2013

NACIDO PARA SER LIBERAL.Santiago Roncagliolo



Nacido para ser liberal.

Hasta finales del siglo XX, si uno miraba a los presidentes latinoamericanos podía creer que esa región quedaba en el Báltico. La mayoría de mandatarios eran blancos con  corbata de seda y apellido con pedigrí. Cuando aparecía alguno de tez más oscura, solía lucir uniforme militar, uniforme que podía confundirse fácilmente con el del mayordomo de Palacio, solo que con más medallas.
Hoy, en las cumbres presidenciales, la foto de familia es multicolor. Hay cobrizos, aimaras, morenos, incluso el uruguayo Mujica, que es blanco pero intenta disimularlo. Solo uno de los líderes sudamericanos mantiene el estilo de cuna noble y apellidazo: el colombiano Juan Manuel Santos. Si la foto, en vez de una reunión de dirigentes, fuese de una hacienda bananera, Santos sería el patrón (aunque el chileno Piñera podría ser su  compañero del equipo de polo).
Sus enemigos acusan a Santos de ser neoliberal. Es un error. No tiene nada de “neo”. Ha sido liberal desde antes de nacer. Su tío abuelo era presidente liberal. El periódico de su familia era el baluarte liberal. Y su partido de origen no era precisamente el trotskista.
El estilo personal de Santos es el clásico del empresario de éxito. Nada de camisas autóctonas a lo Evo, por supuesto. Y a diferencia de Maduro, Santos no se pondría un chándal con la bandera nacional ni para barrer la casa, en el supuesto de que alguna vez haya tenido que barrer alguna casa. Los líderes de izquierda se lucen frente a masas de movimientos sociales organizados. Lo de Santos es más llevarte a un restaurante caro para cerrar un trato. Según mis fuentes, de hecho, en persona es el más dandy de los presidentes, el que te seduce con anécdotas y bromas. El otro liberal, Piñera, también lo intenta, pero se le escapan chistecitos verdes que arruinan el efecto.
A pesar de su encanto personal, durante mi viaje a Colombia a mediados de septiembre, Santos enfrenta su momento más difícil desde que asumió la presidencia. Como todo el mundo sabe, la gran apuesta de su mandato es un histórico armisticio con la guerrilla más longeva del mundo, las FARC. Pero paradójicamente, mientras más cercana parece la paz, más se agudizan las protestas sociales.
Al presidente Santos le crecen los Evos. Primero se alzaron los agricultores, descontentos ante la quiebra económica de sectores como el cafetalero o el arrocero. Se les sumaron los camioneros, sublevados por el precio del combustible. Luego llegaron los mineros artesanales, que acusan al Estado de abandonarlos para favorecer a las grandes compañías. A continuación, los estudiantes. El cargamontón pilló al gobierno totalmente desprevenido. Santos empezó por negar las protestas, continuó sacando al ejército a la calle, después reformó el gabinete y finalmente decidió pactar. Mientras tanto, la desaprobación del presidente en las encuestas aumentó hasta el 72%. En un mes, su índice de popularidad sufrió una caída de 27 puntos.
Los manifestantes en bloque culpan de sus problemas al libre mercado. ¿Mencioné que Santos era liberal? Durante su gobierno y el de Álvaro Uribe, en el que Santos era ministro estrella, Colombia ha firmado acuerdos de libre comercio con Canadá, Estados Unidos, la Unión Europea y Corea. Mientras estoy en el país se preparan nuevas firmas, con Israel y Panamá. Y para los próximos meses se negocia uno con Japón. Dichos acuerdos, según los sindicatos, impiden a los trabajadores colombianos competir en igualdad de condiciones con los grandes capitales internacionales, que producen a menor precio.
Hace cinco años, con Santos en el Ministerio de Defensa, los dirigentes de esas protestas podrían haber sido acribillados. Muchos líderes sociales, confundidos con guerrilleros, lo fueron. Pero hoy, a seis meses de las próximas elecciones, el presidente Santos ha tenido que negociar con ellos. Para aplacar las protestas, el perfecto liberal abjura de su credo: promete regular precios de insumos agrícolas y le pide al socialismo venezolano que compre productos colombianos. Subvenciones y un viceministro de Desarrollo Rural completan el trato.
¿Parece increíble? Pues hay algo más increíble: tras más de cincuenta años de guerrilla, Colombia es el único país de Sudamérica donde sigue gobernando la misma familia.
Lejos de favorecer a los campesinos, la violencia guerrillera colombiana les impidió reclamar sus derechos. Lejos de derrotar a las élites, las perpetuó. El acuerdo de paz, si se alcanza, abrirá la puerta a la democracia. Y la democracia es precisamente que al perfecto liberal le crezcan los Evos, y no tengan más remedio que ponerse de acuerdo.

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