martes, 29 de octubre de 2013

DIEGO GARCÍA SAYÁN. Entrevista.

“Cipriani se yergue como el gran moralizador, pero no es capaz de abrir un debate sobre la pedofilia”


Diego García Sayán. Presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ex ministro de Relaciones Exteriores y de Justicia. Director de la Comisión Andina de Juristas. Abogado, con estudios en Ciencias Políticas en la Universidad de Austin (Texas). Ex baterista de los Hang Ten's.
Texto. Emilio Camacho.
Foto: Omar Lucas.
Nunca fue un frontman, sino un discreto baterista. Cuando Felipe Larraburre cantaba “Till the end of the day” en las presentaciones de la banda Hang Ten's, Diego García Sayán marcaba el ritmo con sus baquetas, siempre a la zaga, casi anónimo. De aquello, de la época en la que tocaba covers de The Kinks, han pasado 47 años. Hoy, el conocido jurista es presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ha vuelto al debate diario sin quererlo, luego de que revelara que el obispo ayacuchano Gabino Miranda había sido destituido por el Vaticano, por un supuesto caso de pedofilia. Pero el rock no lo ha dejado. Su obsesión ahora son los discos de acetato, reencontrar a los clásicos de The Beatles o de los Rolling Stones que escuchaba de adolescente, para huir de la vorágine limeña.
Estudió en el colegio Santa María Marianistas.
Correcto.
¿Es católico entonces?
Fui formado en un colegio católico, pero tomé distancia frente a la Iglesia Católica de manera bastante prematura. Y con estos curas marianistas quizá no aprendí mucha matemática, mucha química o mucha física, pero sí aprendí algo que en mi vida ha sido más importante que eso: la virtud de la tolerancia, aceptar que alguien piense de una manera distinta y reconocer que esa persona tiene derecho a ejercer ese pensamiento. De manera que cuando yo le dije al hermano que dirigía el colegio que me eximiera de la obligación de ir a misa los días viernes, me escucharon con paciencia y no tuvieron ningún problema. Debo decirle además, que durante toda mi vida he trabajado con sectores de la sociedad civil, he sido abogado de comunidades campesinas, he conocido sacerdotes y monjas, en el Cusco, en Ocongate, en Sicuani, que tenían una entrega a la causa de la justicia admirable. Mi relación con la Iglesia es extraordinariamente constructiva, pero por allí aparecen algunas ovejas negras que ensombrecen el panorama.
Hablemos de eso. Ha escrito recientemente sobre la Iglesia Católica, ¿cuál es su objeto de interés sobre el catolicismo en este momento? ¿Los nuevos vientos en el Vaticano o la actitud del cardenal Cipriani, al que usted llama el “purpurado limeño” y evita nombrar?
No hay nada personal ni ninguna bilis en lo que he escrito, solo la afirmación de lo que significa el respeto a los demás. Nada me hace hervir más la sangre que alguien intolerante, que hace afirmaciones arbitrarias, que descalifica a la comunidad gay como él (Cipriani), con los términos más inaceptables. Esa es la hipocresía de alguien que se yergue como el gran moralizador de la sociedad, pero no es capaz de abrir un debate sobre otros temas, que nacen de la propia realidad, como la pedofilia. Ya le digo, a mí no me inspira ninguna animadversión a la Iglesia.
A la Iglesia no, está claro, ¿a alguna persona entonces?
No, en absoluto, lo que hay es una genuina indignación frente a gestos de intolerancia o la falta de coherencia de una persona que es muy locuaz los sábados, que pontifica contra todos, y que no ha sido capaz de preguntarse qué pasaba con las víctimas de violaciones a los derechos humanos en los años 90.
¿Conoce personalmente al cardenal Cipriani?
Sí, hemos cruzado palabra, tenemos una relación de parentesco. Él me antecedió en el mismo colegio. Lo que pasa es que así como en la sociedad, en los colegios también hay ovejas negras (sonríe).
¿Qué vienen a ser ustedes?
Su madre era prima hermana de mi madre. Pero jamás ha habido una relación de familia...
Se nota, no necesita precisarlo.
Es que para que los primos segundos se conozcan y se frecuenten se necesita de las abuelas, y ellas fallecieron tempranamente.
Entremos al caso del ex obispo Gabino Miranda, ¿qué es lo más preocupante aquí? ¿Que la jerarquía de la Iglesia no informara sobre el tema o que la justicia no pueda actuar en este momento porque no se conoce a la persona que denunció a Miranda (por presunta pedofilia)?
Yo creo que la justicia sí puede actuar, porque la justicia puede promover y buscar la verdad. No se trata de que el fiscal espere sentado a la víctima denunciante porque eso probablemente no ocurrirá jamás. La idea es que se abran los canales para que quien tenga la información pueda alcanzarla, quizá un número 0-800, que nunca será suficiente para acusar a nadie, pero sí para dar pistas. La Fiscalía está en la obligación de tocar todas las puertas. La gravedad está en dos niveles. Primero, que haya un caso que aparentemente la justicia no ha podido investigar y, segundo, que la jerarquía de la Iglesia se haya puesto de perfil frente a ello. La primera declaración que hizo el arzobispo de Lima fue que él no sabía nada, porque estaba en Roma, como si no existiera internet o teléfono. Eso es imposible. Hay una palabra del papa Benedicto XVI sobre la necesidad de enfrentar el drama de la pedofilia, pero la reacción en el Perú es inaceptable y yo creo que le hace un daño tremendo a la Iglesia, abre un proceso de deslegitimación.
¿Usted se considera un actor político o solo un observador de la realidad?
Mire, sería medio ingenuo decir que simplemente soy un observador y algo más que un analista político. He sido un actor político activo, a veces por derivación de circunstancias. Yo acabé de ministro de Justicia como consecuencia del aluvión que vino después de la caída del fujimorismo. Paniagua me ofreció el puesto, le dije: “Valentín, lo que quieras, pero la verdad es que no me entusiasma ser ministro de Justicia, me suena muy aburrido”.
¿Y recién ahora lo confiesa?
(Sonríe). Bueno, acabé teniendo una de las responsabilidades más interesantes y cautivantes de mi vida. No solo por el tema penitenciario, del que aprendí mucho, sino porque me tocó diseñar  e impulsar una lucha anticorrupción que no tenía precedentes en América Latina. En seis meses se recuperaron cien millones de dólares de la corrupción, gracias a una serie de normas. Luego estuve en la Cancillería, y ahora estoy como presidente y juez de la Corte Interamericana, así que sí, acabé siendo un actor político, sin hacer vida partidaria.
De acuerdo, tuvo un peso mayor en la vida política hace unos 13 años. Sin embargo, usted desata muchas iras y fobias actualmente, sobre todo en sectores de la derecha, ¿por qué?
Lo que pasa es que durante el gobierno de Paniagua mordimos carne, muy fuerte, con una serie de cosas. Para empezar deslindamos y dejamos en claro que las investigaciones las hacía la justicia y no el Ministerio de Justicia. Hubo mucha gente que me buscaba pidiendo que la ayudara, y no es que quisiera o no quisiera  ayudar, era simplemente que un ministro no se podía meter. En ese periodo se abrió una caja llena de culebras que poco a poco fueron saliendo, se obtuvo tal cantidad de información que cada semana iban cayendo personas que uno no hubiera pensado que estaban metidas en actos de corrupción. Se dejó sin efecto la ley de autoamnistía que se había dado en el 95, con ello se reabrieron los procesos contra el grupo Colina y esto llevó al proceso penal que concluyó con la sentencia a Alberto Fujimori.
En ese caso, sus enemigos, que los tiene, solo serían fujimoristas, pero para la derecha en general usted personifica al enemigo. No sé, por ejemplo, cuántas veces le habrán preguntado a usted si es caviar.
No lo creo. Tengo muchos amigos de derecha, tengo muy buena relación con diversos sectores empresariales, y soy abogado consultor de algunas empresas. No hay allí ningún tema. Lo que creo es que hay uno que otro actor periodístico, más que un actor político o social relevante, que tiene una obsesión que tendría que explicar a su analista.
¿Usted conoce a Aldo Mariátegui?
Lo he conocido tangencialmente, no he tenido mayor conexión con él y no es un personaje del que me guste hablar. Pero sin duda, por lo que me comentan, él tiene una obsesión particular. Yo jamás leo sus columnas, prefiero ver cosas constructivas.
Bueno, esta semana han coincido en algo. Han firmado un pronunciamiento a favor de la Unión Civil para parejas homosexuales.
Sí, tengo cinco dedos en la mano y los cinco me sobran para contar a quienes considero mis adversarios, y no considero enemigo a nadie. Lo que sí me indigna es la difamación, el atropello que puede cometer alguien utilizando la libertad de expresión para acusar a alguien, infamemente, por ejemplo, de haber liberado terroristas.
Le mencioné el pronunciamiento a favor de la Unión Civil. Con el rechazo que esta propuesta genera, ¿puede funcionar una cosa así en el país?
En este momento el tema de la Unión Civil, o más allá, el del matrimonio entre homosexuales, es parte de la ley y la práctica en diferentes países. Lo que tenemos en el fondo, más allá del proyecto, es una corriente en el mundo que busca enfrentar la discriminación, en todo sentido. Cuando analizas la historia, y ves como se fue dando saltos para superar la discriminación, siempre se hizo frente a una cantidad enorme y a veces mayoritaria de prejuicios. Si el gobierno y la Corte Suprema de los Estados Unidos hubieran esperado a tener una encuesta favorable para temas como el matrimonio interracial, todavía estaríamos esperando su aprobación.
En mayo escribió una columna llamada 'Agoreros del desastre'. En la que describía a un conocido lobbista que había errado al predecir que la economía peruana iba a colapsar en verano. Sin embargo, el nombre del lobbista no aparecía en la columna, ¿a quién se refería?
(Sonríe). Se hizo una caricatura, creación heroica de Carlín, que aludía probablemente a Kuczynski.
¿Probablemente?
Sí, sin duda que estaba pensando en él. Confieso que con Kuczynski hemos sido colegas en el primer gabinete de Toledo y naturalmente es muy difícil coincidir con el ministro de Economía.
¿Y desde esa época ya pensaba que Kuczynski era un lobbista?
Yo no quiero acusar, por eso no puse ningún nombre.
Pero lo dijo con todas sus letras: lobbista.
Sí, pero decía por qué, porque se hacían predicciones y afirmaciones que no tenían ninguna lógica. No soy economista, pero leo mucho de economía, y puedo decir que habían predicciones que no tenían ni pies ni cabeza, y que solo podían obedecer, según muchas versiones, a sectores muy específicos que querían fomentar una devaluación del sol frente al dólar. A mí si me llama la atención una prensa acrítica, en la que una persona puede decir una barbaridad como esa, y por el hecho de que ha sido una autoridad en materia económica  nadie le pregunta qué pasó con su predicción.
¿Es su estilo terminar a las trompadas con sus ex colegas?
No, no. Tengo gran amistad con todos.
Hablando de este tema, ¿qué piensa del tema Toledo? Hay una serie de contradicciones alrededor de la compra de sus propiedades y las de su suegra. Hay gente que le pide que explique todo, pida disculpas y se retire de la política. ¿Coincide con ellos?
Para mí un principio fundamental es la presunción de inocencia. Dicho eso, quiero confesar que este caso me produce mucha tristeza. He creído y quiero seguir creyendo en la honestidad de Alejandro Toledo, y no tengo ningún elemento para concluir que él metió la uña en recursos públicos. Sin embargo, está claro que las explicaciones que se han dado hasta el momento no son consistentes. Si esto no se aclara, pensar en una candidatura estaría fuera de lugar. Yo no dejo de tener una dosis de esperanza en que esto sí se pueda explicar.
¿Hace cuánto tiempo que no habla con Alejandro Toledo?
Ya son unos dos o tres años.
¿Estuvo en Vanguardia Revolucionaria?
Fue en la juventud universitaria. Estábamos convencidos de que se podían hacer cambios sustantivos, revolucionarios, por fuera de las estructuras comunistas clásicas, del Partido Comunista Chino y del Partido Comunista soviético, que construyeron sociedades con partido único, y con el estatismo como regla de organización. En esa búsqueda, entre varios, integramos ese movimiento, del cual salieron todo tipo de corrientes, en un proyecto que ostensiblemente no era viable.
¿Y cuándo concluyó eso? Hasta 1987 usted era un hombre de izquierda, firmó un pronunciamiento a favor de la estatización de la banca promovida por Alan García.
No pues, ser de izquierda no quiere decir necesariamente que uno sea estatista.
Pero hasta el 87 creía en eso. Estaba con García.
Lo del 87 fue un momento muy singular en el que varios cometimos el error de pensar que estatizando la banca se podía tener un sistema financiero más equilibrado, que llegara con crédito a los rincones más distantes del país, y la realidad demostró que eso no era así. Pero para eso yo ya tenía largos años apartado de estas opciones revolucionarias. Además, la estatización de la banca la apoyó todo el Apra, que no es particularmente de izquierda.
¿Cuándo dejó de ser de izquierda?
Me sería muy difícil definirme como antiizquierdista, no me siento así.
No se lo he dicho.
Bueno, pero es la verdad. Yo no he dado el volteretazo de Fernando Rospigliosi.
¿No es un liberal?
No, no me siento liberal. Aunque sí, en el sentido democrático, en el ejercicio pleno de las libertades personales. Pero también creo que en la sociedad, el papel regulador del Estado es indispensable, para la protección del medio ambiente y el control de monopolios. A partir de la experiencia y de la realidad, puedo decir que solo sobre la base de un proyecto capitalista se puede tener una sociedad viable, que genere riqueza.
Después de que concluya su periodo en la Corte Interamericana, ¿postularía a algún cargo público en el Perú?
No tengo mayor interés en la política electoral, la verdad, he sido efímeramente parlamentario, en reemplazo de Gustavo Mohme, y me quedé curado de ello.  
Pero postuló dos veces al Parlamento (en el 85 y el 95), sin mucha fortuna. Antes sí le interesaba llegar al Parlamento.
Esa es otra historia, el cómo se manejó el conteo para ese voto preferencial. Pero preferiría no hablar de eso ahora.

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