¿A quién le entregarías tu cartera? Domingo, 17 de marzo de 2013
Corrupción en el gobierno de Fujimori, Alan y Comunicore.
Esta semana todo el país formal prepara sus Declaraciones Juradas de Impuesto a la Renta. Para cualquier persona, rica o pobre, ver sus ingresos anuales en blanco y negro y apreciar cuánto le quita el Estado es demoledor. Pero todos queremos y debemos creer que pagamos por un bien superior. La redistribución de la riqueza a través del Estado democrático no es un método perfecto para lograr la prosperidad de todos, pero es lo que tenemos a mano hoy día. “Pago con dolor, pero sé que es para mejor”. O quiero creer eso aunque los hechos históricos me demuestren lo contrario.
Cuando el embajador de Suiza en el Perú le anunció al primer ministro en las postrimerías del gobierno de Fujimori que habían detectado cuentas por más de 200 millones de dólares a Montesinos, así como otras cantidades a miembros de su banda, ya no hubo lugar para la sospecha. La certeza del asalto al Estado estaba ahí, delante de los ojos. Cuando se descubrió que Fujimori le regaló 15 millones de dólares a Montesinos para que escape, tampoco quedó dudas. Una lástima, porque el país no comprobó el robo al fisco sino hasta al final del régimen. Veníamos de un régimen tan corrupto, como el aprista, que creímos que estábamos vacunados contra la corrupción. Grave error.
Cuando la Comisión Investigadora del Congreso en 1991 encontró un desbalance patrimonial en el ex presidente Alan García, pocas dudas quedaron. Su departamento en París y sus desconocidos ingresos por diez años confirmaron lo que la justicia peruana no pudo. A diferencia de Fujimori, García esperó 10 años para volver cuando ya la prescripción le había alcanzado. Una lástima, esta vez, porque la justicia no encontró su camino. Su patrimonio, vaya que lo encontró.
Cuando el periodista Daniel Yovera reveló el escándalo Comunicore y se hizo evidente el asalto en banda a la Municipalidad de Lima, no quedaron dudas en la gente honesta que ahí se había robado y a lo grande. Tampoco le quedó dudas al fiscal que acusó y al juez que abrió el proceso. Si bien los denunciados han hecho todo lo posible para salirse del proceso y reciclarse políticamente, tarde o temprano serán condenados. O por lo menos esperamos que así sea para no perder la fe.
No es casualidad que todos los casos mencionados correspondan a los grupos políticos que hoy caminan de la mano. Casos que no involucran a un funcionario menor, que nunca falta, sino que alcanzan al líder mismo de la organización política. Sus adversarios no tienen estas acusaciones. Ni el PPC, ni Perú Posible, ni Fuerza Social, ni siquiera Acción Popular tienen este calibre de acusaciones, procesos y condenas.
¿Y al elector le importa? Parece que poco. Las organizaciones políticas más populares son las que mayores condenas por corrupción han enfrentado. ¿Será porque medio país no tributa directamente? ¿Será porque los impuestos indirectos como el IGV no generan conciencia de contribuyente? ¿Será porque quien tributa ha perdido toda esperanza de que su dinero se gaste con honestidad?
Lourdes Flores me dijo el viernes que le dejaría su cartera abierta a Susana Villarán pero no a García ni a su ex socio Castañeda. La derechista confía más en la roja. ¿A quién le vamos a entregar nuestra cartera en los próximos años? Lo mínimo es pedir que no me roben o que mis compatriotas no se dejen robar o encumbren nuevamente a quien lo hizo en el pasado.
La honestidad no es cuestión de ideología. O lo eres o no lo eres.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/contracandela/quien-le-entregarias-tu-cartera-17-03-2013
En este link encontrará algunos recortes periodísticos sobre Fujimori en los días de su renuncia por fax.
El historiador de la corrupción.
Este martes 14 de mayo se presenta el último libro del desaparecido Alfonso Quiroz, acaso el más importante historiador de la economía peruana. La obra explica los mecanismos de la corrupción desde la Colonia hasta el fujimorismo.
Texto: Raúl Mendoza
Quienes conocieron a Alfonso Quiroz coinciden en que desde muy joven tuvo una gran disciplina y una enorme capacidad de trabajo. Eso quizá lo llevó a dedicar todos sus esfuerzos –una vez que se hizo historiador– a un solo tema: el análisis de la corrupción. Se fue del Perú en los años 80, pero nunca perdió el vínculo con el país, al cual le dedicó varios libros sobre el lado más oscuro de su pasado económico. Su colega Antonio Zapata ha resumido ese trabajo en una frase recordable: "Sabía que, con ese tema, en el Perú estaba haciendo patria".
Quiroz incluso fue enjuiciado más de una vez –según contó Zapata en una columna que le dedicó– por gente que sentía lesionada su reputación o la de sus ancestros, pero sus hallazgos eran incontestables, documentados y concretos. Marcos Cueto, otro colega suyo, ha precisado así sus cualidades de investigador: "Pareciera que estuviera convencido de que la historia es una ciencia exacta (...). Para Alfonso, el historiador no repite lo que dicen los discursos ni hace una revisión superficial en los archivos, sino que sustenta sólidamente sus interpretaciones en hechos irrefutables".
La cita es parte del prólogo escrito por Cueto para el libro Historia de la corrupción en el Perú, de Alfonso Quiroz, editado por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y elInstituto de Defensa Legal (IDL). En él Quiroz, fallecido en enero pasado, desmenuza la corrupción presente en el Estado peruano desde épocas coloniales hasta llegar al fujimorismo, pasando por los gobiernos de la naciente república que medraron de recursos como el guano o los empréstitos. Ese prólogo se llama "El historiador incansable" y le hace justicia a su labor académica.
A TODO VAPOR
Alfonso Quiroz fue un pionero en el estudio de las finanzas peruanas y un hombre que vivió como si supiera que iba a morir joven. Fue un gran deportista desde adolescente. Practicó la natación y representó al Perú en torneos locales e internacionales con relativo éxito. Y la misma energía mostró en el ámbito de sus estudios. Fue alumno del colegio Markham y después ingresó a la Universidad Católica en los primeros lugares. "Lo conocí ahí a comienzos de los años 70 y lo que más recuerdo de él es que hacía las cosas a todo vapor", dice Antonio Zapata.
En el ámbito universitario se acercó a la historia influenciado por profesores comoFranklin Pease, Heraclio Bonilla o Alberto Flores Galindo. Su amigo Marcos Cueto recuerda también su proverbial disciplina. "Si una biblioteca estaba abierta a las ocho de la mañana, ahí estaba él a esa hora. Y si cerraba a las seis de la tarde, hasta esa hora se quedaba". Su tesis se llamó La consolidación de la deuda interna peruana, 1850-1858 y en ella demostró que se había exagerado el valor de esa deuda para enriquecerse a costa del Estado. Desde entonces la corrupción era su tema.
Hizo estudios de maestría y doctorado en la Universidad de Columbia, Estados Unidos, y ahí pulió sus aptitudes académicas: amplió su campo de estudio al ámbito latinoamericano y se hizo un experto en historia cuantitativa, lo que le dio las armas para moverse con soltura entre cifras y cuadros estadísticos. Entre el segundo lustro de los años 80 y el primero de la década de los 90 publicó libros claves sobre historia económica peruana. Uno de ellos Domestic and foreign finance in modern Peru, 1850-1950:financing visions of development (1993), resultado de diez años de investigación, lo ubicó como la máxima autoridad en historia financiera del Perú y uno de los principales historiadores económicos de América Latina.
CÍRCULOS DE CORRUPCÓN
En 2008 publicó en inglés un libro que puede considerarse el resumen de sus esfuerzos intelectuales sobre el país: Corrupt circles: a history of unbound graft in Peru (2008), el recuento pormenorizado de la corrupción peruana en siete capítulos, un epílogo y un apéndice. Podría decirse que desde la Colonia hasta nuestros días se ha dado una convivencia oscura entre los grandes grupos económicos y el poder político. "Esa conjunción permanece en el tiempo. Hay grandes cambios, pero la cultura corrupta se sigue reproduciendo. La herencia colonial continúa", explica Antonio Zapata.
El libro plantea que históricamente el Perú siempre ha tenido niveles de corrupción promedio, pero que cada cierto tiempo esos estándares saltan a niveles mayores. "En nuestro caso, el libro de Alfonso Quiroz identifica tres grandes momentos: la época del boom del guano; la de Leguía y los préstamos de la banca extranjera; y el régimen deAlberto Fujimori con la privatización de las empresas estatales", precisa Zapata. En los tres casos hubo un exceso de dinero en las arcas públicas, y ello dio pie a la corrupción y el enriquecimiento ilícito de funcionarios estatales y élites empresariales.
Para el historiador Marcos Cueto, el libro de Quiroz tiene varias innovaciones y aportes. En principio rompió con la tradición de que un historiador debe dedicarse a determinada época de la historia, pues su análisis abarca dos siglos y medio de historia. Además contrastó datos y conclusiones con la mayor cantidad de fuentes posible, buscando en bibliotecas del Perú y el mundo. Y no solo se limitó a dar un diagnóstico de las causas de la corrupción sino que dio montos sobre lo que la corrupción le ha costado al Estado peruano: por ejemplo, más de 4% del PBI durante los inicios de la República y 3,1% en la década del fujimorismo. El daño causado frenó nuestro camino al desarrollo.
Este volumen publicado inicialmente en inglés, y que reseñamos en esta nota, ha sido reeditado en español por el IEP y el IDL con el más sencillo título de Historia de la corrupción en el Perú, un trabajo esperado hace tiempo por todos los interesados en el tema. Se trata de un justo homenaje para un autor capital. Algunos hasta han augurado que puede convertirse en el libro más vendido del año y en un clásico para los años venideros. Por lo pronto, hay que decir que se presenta el próximo martes 14 de mayo a las siete de la noche en la sede del IEP (Horacio Urteaga 694, Jesús María).
Fallecido en Nueva York, el pasado 2 de enero, a los 56 años, Alfonso Quiroz dejó una obra innovadora, exhaustiva e importante, escrita además con rigor y elegancia.
A pesar de ello "nunca escribió para agradar, no le interesaba", dice sobre élAntonio Zapata. Hasta poco antes de su desaparición estuvo revisando las pruebas de la versión en español de este libro. Marcos Cueto, amigo e historiador, recuerda que él ya no está entre nosotros pero "su vida profesional y personal fueron una gran lección de vitalidad". Su vasta obra lo prueba.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/12-05-2013/alfonso-quiroz-el-historiador-de-la-corrupcion
http://www.facebook.com/photo.php?fbid=475320432538561&set=gm.656368957713759&type=1&theater
02 de junio del 2013
Sospecha
“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. La célebre frase conocida como el Dictum de Acton fue acuñada hace más de un siglo por John Acton, un historiador católico británico. Y estamos sospechando que es del todo cierta. Si no lo cree, repasemos la historia de los líderes peruanos que ostentaron el poder en las dos últimas décadas.
Del saqueo económico y moral durante la autocracia de Fujimori resulta ocioso hablar a estas alturas. Keiko, su heredera política y candidata a la presidencia, educada con el dinero saqueado, fue nombrada primera dama por su padre mientras atormentaba hasta el delirio a su madre. No le importó entonces, como tampoco le importa ahora, vivir en la casa de su tía prófuga. La misma casa que fue escamoteada al Estado y transferida para evitar reparar económicamente a los peruanos por los delitos cometidos.
Castañeda fue víctima de esta dictadura. Perseguido y acosado por el aparato fujimorista, el eficaz administrador fue reivindicado por los ciudadanos al ser elegido alcalde de Lima. Durante dos periodos consecutivos ordenó la ciudad, pero terminó estrellándose contra un cerro de dinero llamado Comunicore. Y no se recuperó: se estrelló nuevamente en su avergonzada conspiración para destituir a la alcaldesa que lo sucedía por pedir que lo investigaran. Y quiere ser presidente.
Alan García pasó por caja, perdón por Palacio, dos veces. En ambas ocasiones entró con un discurso frontal contra la corrupción y lo dejó cargando serias denuncias a sus espaldas. BCCI , tren eléctrico, El Frontón en la primera. El Baguazo, el alquiler de la casa del prófugo Baca Campodónico en Casuarinas, los narcoindultos en su segundo mandato. En fin. Aspira a un tercero y ya tiene slogan de campaña. “La plata llega sola”.
Hace unos días Alejandro Toledo acudió contrito al Congreso para dar cuenta de la lluvia de millones sospechosos de su suegra Eva Fernenbug. A su salida fue vivado por una entusiasta hinchada, sospechamos que contratada pues no entendemos qué podrían vivar de esa bochornosa presentación en la que lo único rescatable es que dio la cara. La sospecha en este caso es agravada pues Toledo enarboló la bandera de la lucha anticorrupción que movilizó a millones de peruanos.
Y el poder provinciano también seduce a tenor de los audios y videos del alcalde de Trujillo. En efecto, César Acuña, anunciado candidato a la presidencia de la República, posee fondos propios para movilizar una región pero no tiene reparos en zarandear las arcas municipales para regalar la plata de otros en la búsqueda de sus objetivos personales. Acuña ya acuñó su slogan: Si llego a la presidencia, “habrá plata como cancha”… para sus colaboradores. Sospechamos que no se refiere a la suya.
Hoy, muchos también sospechan que en alguna oficina de gobierno se alienta la candidatura de Nadine Heredia, impedida –según unos– por una ley hecha para esterilizar políticamente a Susana Higuchi y habilitada por la Constitución, según otros. Hasta allí resulta un debate que esperamos se resuelva en el cauce democrático. Pero rebela verla en mítines y cumpleaños masivos que solo confirman su interés político mientras usufructúa del poder otorgado a su esposo.
Sospechamos que Valentín Paniagua es la excepción que justifica la regla. El poder corrompe, el Dictum de Acton.
Corrupción: pedagogía perversa
Han pasado veinte años desde el golpe de Estado dado por Alberto Fujimori, y en estos días se ha recordado un aniversario más de su vergonzosa fuga del país y su renuncia por fax, desde el extranjero, a la Presidencia. Aquella renuncia, como se recuerda, fue precipitada por los escándalos de corrupción que se revelaron a los pocos meses de haberse impuesto un tercer periodo presidencial en unas elecciones de muy dudosa limpieza. En realidad, el término “revelación” es inapropiado, pues sugiere que hasta entonces la corrupción de ese régimen era desconocida. Eso no es cierto: desde mucho antes la prensa honesta venía documentando las tramas dolosas existentes en muchos ámbitos desde la administración tributaria hasta el tráfico de drogas, pasando por el manejo rentado de medios de comunicación y el uso arbitrario de los dineros públicos.
El daño causado por esa corrupción fue muy profundo y no se puede decir que haya sido superado todavía. Desde luego, al hablar de él, hay que referirse a su dimensión material, esto es, a los millones de soles apropiados ilegalmente, a los contratos tramposos y a las obras públicas mal ejecutadas para garantizar beneficios ilegítimos a unos cuantos. Todo ello se puede cuantificar. Pero no sólo se trata de dinero. El representa educación escolar, atención de salud, servicios de alimentación básica que los niños y niñas peruanos no recibieron.
Hay más, a esas pérdidas materiales se añade un perjuicio mayor y aún muy perceptible. La delincuencia fiscal puso en acto una extensa y profunda corrupción moral en el país, una distorsión radical de lo público y una expansión del cinismo en nuestra vida política en una escala nunca antes conocida. El fujimorismo no inventó la corrupción, pero hizo de ella una manera normal de obrar y le brindó un discurso, el del pragmatismo frío y desinhibido, destinado a justificarla, legitimarla e incluso exaltarla.
Estamos ya en el tercer periodo gubernamental desde la caída del gobierno de los años 90 y no se puede decir que hayamos zanjado esencialmente con la pedagogía perversa de la corrupción. Después de un vigoroso comienzo de la lucha anticorrupción durante el gobierno de transición y el de Alejandro Toledo, el gobierno siguiente hizo lo que pudo por desmontar la institucionalidad dirigida a perseguir esos crímenes. Hoy, aunque no se tiene una política especialmente vigorosa, se cuenta, sí, con los importantes esfuerzos de la Procuraduría anticorrupción. Lo que esta hace por cobrar los dineros adeudados al fisco por quienes han sido sentenciados por esos delitos puede parecer algo simbólico, pero posee una particular importancia: el país necesita señales de que la defraudación al fisco, bajo cualquier modalidad, debe condenarse.
Naturalmente, es mucho más lo que se necesita para desandar la ruta del cinismo público instaurada en los años 90. Pero imponer el imperio de la ley en este dominio es, por lo pronto, una tarea imprescindible por cumplir.
El daño causado por esa corrupción fue muy profundo y no se puede decir que haya sido superado todavía. Desde luego, al hablar de él, hay que referirse a su dimensión material, esto es, a los millones de soles apropiados ilegalmente, a los contratos tramposos y a las obras públicas mal ejecutadas para garantizar beneficios ilegítimos a unos cuantos. Todo ello se puede cuantificar. Pero no sólo se trata de dinero. El representa educación escolar, atención de salud, servicios de alimentación básica que los niños y niñas peruanos no recibieron.
Hay más, a esas pérdidas materiales se añade un perjuicio mayor y aún muy perceptible. La delincuencia fiscal puso en acto una extensa y profunda corrupción moral en el país, una distorsión radical de lo público y una expansión del cinismo en nuestra vida política en una escala nunca antes conocida. El fujimorismo no inventó la corrupción, pero hizo de ella una manera normal de obrar y le brindó un discurso, el del pragmatismo frío y desinhibido, destinado a justificarla, legitimarla e incluso exaltarla.
Estamos ya en el tercer periodo gubernamental desde la caída del gobierno de los años 90 y no se puede decir que hayamos zanjado esencialmente con la pedagogía perversa de la corrupción. Después de un vigoroso comienzo de la lucha anticorrupción durante el gobierno de transición y el de Alejandro Toledo, el gobierno siguiente hizo lo que pudo por desmontar la institucionalidad dirigida a perseguir esos crímenes. Hoy, aunque no se tiene una política especialmente vigorosa, se cuenta, sí, con los importantes esfuerzos de la Procuraduría anticorrupción. Lo que esta hace por cobrar los dineros adeudados al fisco por quienes han sido sentenciados por esos delitos puede parecer algo simbólico, pero posee una particular importancia: el país necesita señales de que la defraudación al fisco, bajo cualquier modalidad, debe condenarse.
Naturalmente, es mucho más lo que se necesita para desandar la ruta del cinismo público instaurada en los años 90. Pero imponer el imperio de la ley en este dominio es, por lo pronto, una tarea imprescindible por cumplir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario