César Hildebrandt es uno de los
periodistas más importantes del país y una voz autorizada para opinar sobre la
actualidad política, más convulsionada que de costumbre. Advierte que el
gobierno de Pedro
Pablo Kuczynski avanza
hacia el abismo, sin detenerse, a velocidad crucero. Su pronóstico: no cree que
el presidente llegue al 2021.
En una columna le recomendó a Pedro Pablo Kuczynski indultar a
Alberto Fujimori. Eso sorprendió a muchos.
Recomendaba el indulto para contribuir a la escisión
en el fujimorismo. Imaginaba lo que podía significar un
Kenji triunfante frente a una Keiko mezquina y cautelosa en relación a la
libertad del padre.
¿Una jugada política?
Temeraria y, en mi opinión, válida y plausible. De
lo que se trataba era de parar la maquinaria congresal automática de Keiko. Para eso se requería de un líder que dijera
las cosas como se debían: que este es un indulto político. Sin embargo,
inventarse lo de la enfermedad terminal, el cáncer agónico, la inminencia de la
muerte, la piedad palaciega y meterse con el caso Pativilca…
Un indulto preventivo.
Todo eso ensucia la figura. Encima, se le añade el
asunto de la reconciliación. A la suciedad del método se suma la amplitud
suicida de la convocatoria. La reconciliación es con la maquinaria del fujimorismo que pretende volver a tomar el país y
convertir la democracia en una farsa.
¿Ayudará el indulto a crear un mejor clima de gobierno?
Es difícil, porque el presidente no tiene capacidad
de convocatoria. Su gobierno es de una debilidad tal que no puede promover ni
una idea de unidad o meta común. Si se tratara de otro presidente y otro
régimen, diría que sí a su pregunta. Kuczynski va a tener más de lo mismo: una
encarnizada oposición fujimorista, a
la que se le añade una izquierda reunida alrededor de la ira, que es lo que
suele unir a las izquierdas. Se ganó poco, se perdió mucho.
¿Qué se perdió?
El gobierno perdió
credibilidad y el país una oportunidad de liderazgo firme que hubiese podido
entusiasmar a una buena mayoría.
¿Tuvo alguna esperanza en Kuczynski?
Mi única esperanza era que nos exonerara de caer en
las garras del fujimorismo. Kuczynski fue el
antídoto que nos inventamos para que la shushupe no terminara de matarnos y
ahora resulta que el antídoto ha empezado a intoxicarnos. Y la gente se
pregunta: ¿el antídoto se parece a la culebra? Este es un gobierno tan frágil
que la gente se pregunta cuándo va a caer. Esto es una bolichera sin radio
perdida en altamar.
¿Kuczynski entiende a cabalidad su responsabilidad?
Nunca se ha sentido presidente, ni ha tenido idea
clara de lo que significa su investidura. No hablo del protocolo, del boato,
sino de su responsabilidad de conducirnos por un camino viable, como se planteó
en la campaña: un centrismo que reactivara la economía y lograra consensos
relativamente amplios en base a tres o cuatro metas. Y que, desde luego, se
mantuviera leal a una de sus promesas: distinguirse del fujimorismo predador al que venció, no gracias a él. Kuczynski era un candidato...
¿Malísimo?
Espantoso, en términos marketeros. Era como vender
pescado de antes de ayer, y así nos lo tuvimos que comer. Se sube a la ola de
la resistencia, a su edad la surfea y lo hace bien. Pero termina la elección y
se da cuenta de que en realidad ama al fujimorismo.
Esa es la verdad. Hay que recordarlo el 2011, demandando el voto para Keiko.
Entonces, quizá los idiotas somos nosotros.
Usamos a Kuczynski para
librarnos de Keiko. Claro,
ahora resulta que tenemos a Kuczynski y a Keiko. La paradoja es exacta en ese sentido: ahora
parecemos idiotas. Acudimos a Kuczynski y él
acude a su memoria, a su corazoncito.
Acude a lo que siempre fue, ¿no?
Sí, un señor empresario próximo a Fujimori. La Confiep ama a Fujimori, con
idolatría, como en cualquier valsecito criollo.
Usted combatió desde un inicio a Alberto Fujimori. ¿Qué piensa de
él ahora que está libre?
Es alguien que no
cree en las formas democráticas, en el respeto por el prójimo…
¿No creyó en su reciente pedido de perdón?
Eso fue escandaloso. No le pidió perdón a los deudos
de sus víctimas, a Alberto Andrade ni
a Gustavo Mohme Llona ni a todos aquellos que fueron asesinados simbólicamente
por su prensa inmunda pagada con dinero sacado del pliego de Defensa. No les ha
pedido perdón a los trabajadores que dejó sin empleos ni derechos ni al país en
general por el remate obsceno de empresas estatales a precio vil. ¿De qué
perdón hablamos? Es una comedia, mal hecha.
¿Cuál será el papel de Alberto Fujimori ahora?
Su gran meta es
recuperar la honra, limpiar su reputación y ser admitido de nuevo social y
moralmente por el país. Si eso significa concentrar fuerzas, incluso con una
Keiko hostil, lo va a hacer.
Cuesta creer que con un antifujimorismo que se moviliza y
representa un sector importante, esa readmisión moral y social pueda
llegar.
Es cierto. Pero en
el Perú, don Mariano Ignacio Prado, después de fugarse en plena guerra del
Pacífico, regresó y fundó el imperio Prado. Y Nicolás de Piérola, uno de los más
impresentables caudillos que hemos padecido, fue presidente después de hacer el
ridículo en la defensa de Lima.
Y Alan García fue reelecto.
Recaímos en Alan García,
porque eso fue una reinfección. ¿Es posible que haya una amnistía colectiva en
el caso de Fujimori? Sí. Somos un país especialmente generoso.
¿Qué piensa de Kenji?
Ha hecho esfuerzos
por ser distinto, debo admitirlo. Y se ha dejado llevar por gente como Jorge
Morelli, astuto, brillante. Probablemente lo único brillante en esas
inmediaciones.
A pesar de que su papel en los noventas fue nefasto.
Ah, por supuesto. Aunque, digamos, no está manchado
por la corrupción. Lo suyo fue una apuesta fascistoide por el orden y la
estabilidad. Al final de cuentas, el liberalismo cuando se asusta se vuelve
fascismo. No había nada más asustado en los noventas que el liberalismo.
Tocaban las puertas de los cuarteles para que salvaran a las empresas de la
jauría polpotiana que estaba por quemarnos. Yo recuerdo que alguna vez un
eminente sociólogo me dijo: ‘¿Y por qué te sorprendes que tengamos a Sendero?
¿Qué suponías que íbamos a tener? ¿Mayo del 68?’. Si somos un país tan
atrasado, teníamos que tener un marxismo mutante. La respuesta al marxismo
mutante fue la democracia mutada de Fujimori.
¿Le causa simpatía Kenji?
Simpatía, no. ¿Cómo
decirlo? Es difícil. Digamos que entiendo sus ganas de limpiar el
apellido.
¿Le parece que es genuina su actitud?
Sí. No tiene la malevolencia orgánica y profesional
de la hermana y sí tiene actitudes liberales en diversos aspectos. Me parece
que si se lo permitieran podría darle un rostro diferente al fujimorismo. El problema del fujimorismo es que no puede ser otra cosa y Kenji es
una suerte de intruso peligroso. El fujimorismo tolerante,
democrático y conviviente no existe. Es intrínsecamente totalitario. La
concepción de Alberto Fujimori fue una de Estado de emergencia. Fujimori es el héroe de las emergencias: apaga el
fuego del terrorismo, de la hiperinflación. Todas son epopeyas grandiosas, que
exigen un liderazgo poderoso.
Por eso no tenía partido.
No lo necesitaba. Pero resulta que cuando las cosas
se normalizaron, continuó en Estado de emergencia. Él vive en Estado de
emergencia. Y así hace todo lo que sabemos: soborna, mata, compra, revende.
Entonces, Kenji es como
una degeneración benigna del fujimorismo y por eso no parece tener futuro en la
organización. ¿Quién se imagina al fujimorismo liderado por Kenji? Se reirían de él. ¿Qué harían los
becerriles con Kenji?
Complotarían para tumbárselo. Keiko interpreta,
correctamente, el carácter atrabiliario del fujimorismo y por eso su liderazgo
tiene esa potencia.
¿No le reconoce a Keiko, al menos, la intención de
institucionalizar al fujimorismo a través de un partido? ¿No es un paso
adelante?
Bueno, los comunistas de Europa oriental también
tenían partido, y las derechas latinoamericanas siempre han tenido partido, y
Mussolini tenía partido, y el nacionalsocialismo era un gran partido, ¿y de qué
te salva eso? El fujimorismo es un
partido destinado a barrer con todo y, precisamente, la solemnidad de su organización
y su eficacia a mí me asustan. Si Fujimori, que
no llegó a tener un partido, hizo lo que hizo, esta señora con una red de poder
nacional, con una trama bien tejida, ¿qué hará en el poder? Me meto las manos
al bolsillo, de inmediato.
Ya está en el poder.
Es cierto, no es una
pregunta tan hipotética la que nos hacemos. Ya la tenemos en el Congreso y ya
sabemos qué quiere con la Fiscalía, el Tribunal Constitucional, el Consejo
Nacional de la Magistratura, con los fiscales incómodos. Y sabemos que no
admite ser derrotada. Hasta ahora insiste en que le robaron el triunfo.
Imagínesela en Palacio. No creo una sola palabra cuando me dicen que el
fujimorismo, ahora que es partido, ha cambiado.
¿Le ve algún futuro a Kenji, más allá de ser congresista?
Kenji es el niño que quiere convivir con los demás y
es capaz de hablar del matrimonio gay y distanciarse de fanatismos religiosos.
Es una anomalía en el fujimorismo. Si
fundara un partido podría tener algún futuro, aunque es una hipótesis
indulgente: dudo que tenga una convocatoria más allá de los lindes del fujimorismo. Al final de cuentas, Kenji sería un buen chico si no se apellidara Fujimori.
¿Qué piensa del nuevo gabinete de la reconciliación?
No tengo ni siquiera una opinión, no me suscita
nada. Es el continuismo puro, la confirmación de que Kuczynski no va a cambiar, que su gobierno no va a
cambiar. Y el resumen quizá sea Cayetana Aljovín en Torre Tagle. ¿Qué méritos
ha hecho la respetable señora Aljovín? Ninguno. ¿Qué significa su presencia?
Que no tenemos política exterior. Eso da una idea de hasta qué punto este
Gobierno es inexistente y va al abismo a velocidad constante.
Al 2021, ¿alguna opción le genera cierta expectativa?
Ninguna. Tendría que
hacer lo que buena parte de mis compatriotas hacen con esfuerzo cotidiano:
sumarme a la resignación. Incluso no creo que este gobierno llegue al 2021. Me
parece que habrá una gran crisis antes y que la salida de un vicepresidente como
Martín Vizcarra asumiendo es real. Y diría que, eventualmente, necesaria.
De los últimos 40 años, ¿alguna figura política le ha despertado
entusiasmo, aunque sea inicial?
Bueno, el Alan García de los ochenta, antes de que asumiera
la presidencia, produjo entusiasmo en mucha gente.
¿A usted también?
Siempre me he
cuidado del entusiasmo vociferante y excesivo. Pero claro que despertaba
expectativas. (García) Era un joven reformista y era la primera vez que la
socialdemocracia parecía que iba a tomar el poder, porque ni siquiera se
presentaba como el sucesor de Haya. ¡Estaba a la izquierda de Haya! Era el
delfín mejorado y mire en qué terminó. Creo que fue el último personaje que
pudo producir un entusiasmo colectivo. ¿Los demás? La grisura, la medianía, la
poquedad. Humala jamás despertó en mí ningún entusiasmo.
He leído que al lado de Kuczynski, Humala parece ser un estadista.
¿Está de acuerdo?
Humala traicionó a todos aquellos que lo llevaron al
poder y se entregó a la derecha que jamás lo quiso ni lo respetó y terminó
festejando su encarcelamiento. Sí, en esa medida fue promedio. Pero ¿qué va a
quedar de Humala con el
correr del tiempo?
¿Un pie de página?
En letra menuda, en seis puntos. Lo que sí es cierto
es que, en relación con Kuczynski,
hasta Susana Villarán parece Rosa Luxemburgo. Kuczynski es un
homenaje sartriano: es el ser y la nada. Él es la nada. Kuczynski no sabe en qué está metido.
“Este gobierno es inexistente y va al abismo a
velocidad constante”
Valentín Paniagua representó la esperanza de algo mejor,
¿no?
Sí, fue un paréntesis extraño el de Paniagua. La
pregunta es si nos merecíamos a Paniagua. Es algo que no solemos tocar:
¿merecemos liderazgos y partidos intelectualmente nutridos? Tengo mis dudas.
¿Merecemos una gran democracia vigilante? ¿Nos ha preocupado la usurpación del
poder? ¿No resulta que más del 80 por ciento apoyó el golpe del 92? ¿No resulta
que más del 60 por ciento reeligió a Fujimori? ¿Y no
resulta que ahora nos enteramos de la podredumbre gracias a unos brasileños que
reexportan basura? ¿Y no será verdad que nos merecemos a Kuczynski? ¿No
será que nos interpreta correctamente?
¿Kuczynski nos representa?
De una manera cabal.
Bueno, la política es representación.
Así es. El empobrecimiento cultural de Estados
Unidos ha producido a Trump. Pero los norteamericanos lúcidos saben que no es
un brote impredecible sino una consecuencia de una gran crisis política. Bueno,
de la crisis general del Perú y de los escombros de la partidocracia salió Fujimori y ahora Kuczynski.
¿Cuál es la sorpresa? ¿No nos gobernó el Capitán Carlos en nombre de su señora
esposa, y todos felices?
Y García dos veces.
Eso linda con la
infamia.
Nuestra historia es la de frustraciones repetidas.
Pero tenemos gente
que rescatar: Grau, Cáceres, Bolognesi, Manuel Pardo.
¿No son paréntesis?
Sí, sí, pero
demostraciones de que podemos tener episodios nacionales brillantes y
conmovedores. Yo no descarto el renacimiento del Perú, su reconstrucción. Si fuera
tan escéptico dejaría el periodismo y de pelear. A la edad que tengo, que
empieza a ser excesiva, lo único que me hace seguir es el convencimiento de que
esto puede tener arreglo si los jóvenes se compran el pleito.
Los jóvenes marchando es un lindo mensaje.
Es un hermoso
mensaje, no solo marchando sino demandando, saliendo del maldito estoicismo que
la derecha siempre querrá promover. La historia peruana está llena de derrotas,
pero no olvidemos que hemos tenido una clase dominante nefasta, que no construyó
un país sino que lo saqueó. Mientras los conservadores chilenos pueden decir
que hicieron un país, los conservadores peruanos no pueden jactarse de lo
mismo. Al contrario: perdieron uno. Ser conservador en el Perú es una expresión
neurológica de cretinismo. ¿Qué conservas?
¿A qué se le puede poner candado en el Perú?
¿A qué le pones
candado? ¿Qué lana merece naftalina en el Perú?
No hay comentarios:
Publicar un comentario