jueves, 1 de febrero de 2018

CÉSAR HILDEBRANDT, la entrevista

César Hildebrandt es uno de los periodistas más importantes del país y una voz autorizada para opinar sobre la actualidad política, más convulsionada que de costumbre.  Advierte que el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski avanza hacia el abismo, sin detenerse, a velocidad crucero. Su pronóstico: no cree que el presidente llegue al 2021.
En una columna le recomendó a Pedro Pablo Kuczynski indultar a Alberto Fujimori. Eso sorprendió a muchos.  
Recomendaba el indulto para contribuir a la escisión en el fujimorismo. Imaginaba lo que podía significar un Kenji triunfante frente a una Keiko mezquina y cautelosa en relación a la libertad del padre.


¿Una jugada política? 
Temeraria y, en mi opinión, válida y plausible. De lo que se trataba era de parar la maquinaria congresal automática de Keiko. Para eso se requería de un líder que dijera las cosas como se debían: que este es un indulto político. Sin embargo, inventarse lo de la enfermedad terminal, el cáncer agónico, la inminencia de la muerte, la piedad palaciega y meterse con el caso Pativilca
Un indulto preventivo. 
Todo eso ensucia la figura. Encima, se le añade el asunto de la reconciliación. A la suciedad del método se suma la amplitud suicida de la convocatoria. La reconciliación es con la maquinaria del fujimorismo que pretende volver a tomar el país y convertir la democracia en una farsa. 
¿Ayudará el indulto a crear un mejor clima de gobierno?
Es difícil, porque el presidente no tiene capacidad de convocatoria. Su gobierno es de una debilidad tal que no puede promover ni una idea de unidad o meta común. Si se tratara de otro presidente y otro régimen, diría que sí a su pregunta. Kuczynski va a tener más de lo mismo: una encarnizada oposición fujimorista, a la que se le añade una izquierda reunida alrededor de la ira, que es lo que suele unir a las izquierdas. Se ganó poco, se perdió mucho. 
¿Qué se perdió?
El gobierno perdió credibilidad y el país una oportunidad de liderazgo firme que hubiese podido entusiasmar a una buena mayoría.
¿Tuvo alguna esperanza en Kuczynski? 
Mi única esperanza era que nos exonerara de caer en las garras del fujimorismo. Kuczynski fue el antídoto que nos inventamos para que la shushupe no terminara de matarnos y ahora resulta que el antídoto ha empezado a intoxicarnos. Y la gente se pregunta: ¿el antídoto se parece a la culebra? Este es un gobierno tan frágil que la gente se pregunta cuándo va a caer. Esto es una bolichera sin radio perdida en altamar.
¿Kuczynski entiende a cabalidad su responsabilidad?
Nunca se ha sentido presidente, ni ha tenido idea clara de lo que significa su investidura. No hablo del protocolo, del boato, sino de su responsabilidad de conducirnos por un camino viable, como se planteó en la campaña: un centrismo que reactivara la economía y lograra consensos relativamente amplios en base a tres o cuatro metas. Y que, desde luego, se mantuviera leal a una de sus promesas: distinguirse del fujimorismo predador al que venció, no gracias a él. Kuczynski era un candidato...
¿Malísimo?
Espantoso, en términos marketeros. Era como vender pescado de antes de ayer, y así nos lo tuvimos que comer. Se sube a la ola de la resistencia, a su edad la surfea y lo hace bien. Pero termina la elección y se da cuenta de que en realidad ama al fujimorismo. Esa es la verdad. Hay que recordarlo el 2011, demandando el voto para Keiko.     
Entonces, quizá los idiotas somos nosotros.
Usamos a Kuczynski para librarnos de Keiko. Claro, ahora resulta que tenemos a Kuczynski y a Keiko. La paradoja es exacta en ese sentido: ahora parecemos idiotas. Acudimos a Kuczynski y él acude a su memoria, a su corazoncito. 
Acude a lo que siempre fue, ¿no?
Sí, un señor empresario próximo a Fujimori. La Confiep ama a Fujimori, con idolatría, como en cualquier valsecito criollo.   
Usted combatió desde un inicio a Alberto Fujimori. ¿Qué piensa de él ahora que está libre?
Es alguien que no cree en las formas democráticas, en el respeto por el prójimo… 
¿No creyó en su reciente pedido de perdón?
Eso fue escandaloso. No le pidió perdón a los deudos de sus víctimas, a Alberto Andrade ni a Gustavo Mohme Llona ni a todos aquellos que fueron asesinados simbólicamente por su prensa inmunda pagada con dinero sacado del pliego de Defensa. No les ha pedido perdón a los trabajadores que dejó sin empleos ni derechos ni al país en general por el remate obsceno de empresas estatales a precio vil. ¿De qué perdón hablamos? Es una comedia, mal hecha. 
¿Cuál será el papel de Alberto Fujimori ahora?
Su gran meta es recuperar la honra, limpiar su reputación y ser admitido de nuevo social y moralmente por el país. Si eso significa concentrar fuerzas, incluso con una Keiko hostil, lo va a hacer. 
Cuesta creer que con un antifujimorismo que se moviliza y representa un sector importante, esa readmisión moral y social pueda llegar. 
Es cierto. Pero en el Perú, don Mariano Ignacio Prado, después de fugarse en plena guerra del Pacífico, regresó y fundó el imperio Prado. Y Nicolás de Piérola, uno de los más impresentables caudillos que hemos padecido, fue presidente después de hacer el ridículo en la defensa de Lima. 
Y Alan García fue reelecto. 
Recaímos en Alan García, porque eso fue una reinfección. ¿Es posible que haya una amnistía colectiva en el caso de Fujimori? Sí. Somos un país especialmente generoso. 
¿Qué piensa de Kenji?
Ha hecho esfuerzos por ser distinto, debo admitirlo. Y se ha dejado llevar por gente como Jorge Morelli, astuto, brillante. Probablemente lo único brillante en esas inmediaciones.
A pesar de que su papel en los noventas fue nefasto. 
Ah, por supuesto. Aunque, digamos, no está manchado por la corrupción. Lo suyo fue una apuesta fascistoide por el orden y la estabilidad. Al final de cuentas, el liberalismo cuando se asusta se vuelve fascismo. No había nada más asustado en los noventas que el liberalismo. Tocaban las puertas de los cuarteles para que salvaran a las empresas de la jauría polpotiana que estaba por quemarnos. Yo recuerdo que alguna vez un eminente sociólogo me dijo: ‘¿Y por qué te sorprendes que tengamos a Sendero? ¿Qué suponías que íbamos a tener? ¿Mayo del 68?’. Si somos un país tan atrasado, teníamos que tener un marxismo mutante. La respuesta al marxismo mutante fue la democracia mutada de Fujimori.
¿Le causa simpatía Kenji? 
Simpatía, no. ¿Cómo decirlo? Es difícil. Digamos que entiendo sus ganas de limpiar el apellido. 
¿Le parece que es genuina su actitud?
Sí. No tiene la malevolencia orgánica y profesional de la hermana y sí tiene actitudes liberales en diversos aspectos. Me parece que si se lo permitieran podría darle un rostro diferente al fujimorismo. El problema del fujimorismo es que no puede ser otra cosa y Kenji es una suerte de intruso peligroso. El fujimorismo tolerante, democrático y conviviente no existe. Es intrínsecamente totalitario. La concepción de Alberto Fujimori fue una de Estado de emergencia. Fujimori es el héroe de las emergencias: apaga el fuego del terrorismo, de la hiperinflación. Todas son epopeyas grandiosas, que exigen un liderazgo poderoso. 
Por eso no tenía partido. 
No lo necesitaba. Pero resulta que cuando las cosas se normalizaron, continuó en Estado de emergencia. Él vive en Estado de emergencia. Y así hace todo lo que sabemos: soborna, mata, compra, revende. Entonces, Kenji es como una degeneración benigna del fujimorismo y por eso no parece tener futuro en la organización. ¿Quién se imagina al fujimorismo liderado por Kenji? Se reirían de él. ¿Qué harían los becerriles con Kenji? Complotarían para tumbárselo. Keiko interpreta, correctamente, el carácter atrabiliario del fujimorismo y por eso su liderazgo tiene esa potencia. 
¿No le reconoce a Keiko, al menos, la intención de institucionalizar al fujimorismo a través de un partido? ¿No es un paso adelante?
Bueno, los comunistas de Europa oriental también tenían partido, y las derechas latinoamericanas siempre han tenido partido, y Mussolini tenía partido, y el nacionalsocialismo era un gran partido, ¿y de qué te salva eso? El fujimorismo es un partido destinado a barrer con todo y, precisamente, la solemnidad de su organización y su eficacia a mí me asustan. Si Fujimori, que no llegó a tener un partido, hizo lo que hizo, esta señora con una red de poder nacional, con una trama bien tejida, ¿qué hará en el poder? Me meto las manos al bolsillo, de inmediato.
Ya está en el poder. 
Es cierto, no es una pregunta tan hipotética la que nos hacemos. Ya la tenemos en el Congreso y ya sabemos qué quiere con la Fiscalía, el Tribunal Constitucional, el Consejo Nacional de la Magistratura, con los fiscales incómodos. Y sabemos que no admite ser derrotada. Hasta ahora insiste en que le robaron el triunfo. Imagínesela en Palacio. No creo una sola palabra cuando me dicen que el fujimorismo, ahora que es partido, ha cambiado. 
¿Le ve algún futuro a Kenji, más allá de ser congresista?
Kenji es el niño que quiere convivir con los demás y es capaz de hablar del matrimonio gay y distanciarse de fanatismos religiosos. Es una anomalía en el fujimorismo. Si fundara un partido podría tener algún futuro, aunque es una hipótesis indulgente: dudo que tenga una convocatoria más allá de los lindes del fujimorismo. Al final de cuentas, Kenji sería un buen chico si no se apellidara Fujimori
¿Qué piensa del nuevo gabinete de la reconciliación?
No tengo ni siquiera una opinión, no me suscita nada. Es el continuismo puro, la confirmación de que Kuczynski no va a cambiar, que su gobierno no va a cambiar. Y el resumen quizá sea Cayetana Aljovín en Torre Tagle. ¿Qué méritos ha hecho la respetable señora Aljovín? Ninguno. ¿Qué significa su presencia? Que no tenemos política exterior. Eso da una idea de hasta qué punto este Gobierno es inexistente y va al abismo a velocidad constante. 
Al 2021, ¿alguna opción le genera cierta expectativa?
Ninguna. Tendría que hacer lo que buena parte de mis compatriotas hacen con esfuerzo cotidiano: sumarme a la resignación. Incluso no creo que este gobierno llegue al 2021. Me parece que habrá una gran crisis antes y que la salida de un vicepresidente como Martín Vizcarra asumiendo es real. Y diría que, eventualmente, necesaria.
De los últimos 40 años, ¿alguna figura política le ha despertado entusiasmo, aunque sea inicial? 
Bueno, el Alan García de los ochenta, antes de que asumiera la presidencia, produjo entusiasmo en mucha gente. 
¿A usted también?
Siempre me he cuidado del entusiasmo vociferante y excesivo. Pero claro que despertaba expectativas. (García) Era un joven reformista y era la primera vez que la socialdemocracia parecía que iba a tomar el poder, porque ni siquiera se presentaba como el sucesor de Haya. ¡Estaba a la izquierda de Haya! Era el delfín mejorado y mire en qué terminó. Creo que fue el último personaje que pudo producir un entusiasmo colectivo. ¿Los demás? La grisura, la medianía, la poquedad. Humala jamás despertó en mí ningún entusiasmo.
He leído que al lado de Kuczynski, Humala parece ser un estadista. ¿Está de acuerdo? 
Humala traicionó a todos aquellos que lo llevaron al poder y se entregó a la derecha que jamás lo quiso ni lo respetó y terminó festejando su encarcelamiento. Sí, en esa medida fue promedio. Pero ¿qué va a quedar de Humala con el correr del tiempo? 
¿Un pie de página?
En letra menuda, en seis puntos. Lo que sí es cierto es que, en relación con Kuczynski, hasta Susana Villarán parece Rosa Luxemburgo. Kuczynski es un homenaje sartriano: es el ser y la nada. Él es la nada. Kuczynski no sabe en qué está metido.

“Este gobierno es inexistente y va al abismo a velocidad constante”

Valentín Paniagua representó la esperanza de algo mejor, ¿no? 
Sí, fue un paréntesis extraño el de Paniagua. La pregunta es si nos merecíamos a Paniagua. Es algo que no solemos tocar: ¿merecemos liderazgos y partidos intelectualmente nutridos? Tengo mis dudas. ¿Merecemos una gran democracia vigilante? ¿Nos ha preocupado la usurpación del poder? ¿No resulta que más del 80 por ciento apoyó el golpe del 92? ¿No resulta que más del 60 por ciento reeligió a Fujimori? ¿Y no resulta que ahora nos enteramos de la podredumbre gracias a unos brasileños que reexportan basura? ¿Y no será verdad que nos merecemos a Kuczynski? ¿No será que nos interpreta correctamente?
¿Kuczynski nos representa?
De una manera cabal.
Bueno, la política es representación. 
Así es. El empobrecimiento cultural de Estados Unidos ha producido a Trump. Pero los norteamericanos lúcidos saben que no es un brote impredecible sino una consecuencia de una gran crisis política. Bueno, de la crisis general del Perú y de los escombros de la partidocracia salió Fujimori y ahora Kuczynski. ¿Cuál es la sorpresa? ¿No nos gobernó el Capitán Carlos en nombre de su señora esposa, y todos felices?
Y García dos veces. 
Eso linda con la infamia. 
Nuestra historia es la de frustraciones repetidas. 
Pero tenemos gente que rescatar: Grau, Cáceres, Bolognesi, Manuel Pardo.  
¿No son paréntesis? 
Sí, sí, pero demostraciones de que podemos tener episodios nacionales brillantes y conmovedores. Yo no descarto el renacimiento del Perú, su reconstrucción. Si fuera tan escéptico dejaría el periodismo y de pelear. A la edad que tengo, que empieza a ser excesiva, lo único que me hace seguir es el convencimiento de que esto puede tener arreglo si los jóvenes se compran el pleito. 
Los jóvenes marchando es un lindo mensaje.
Es un hermoso mensaje, no solo marchando sino demandando, saliendo del maldito estoicismo que la derecha siempre querrá promover. La historia peruana está llena de derrotas, pero no olvidemos que hemos tenido una clase dominante nefasta, que no construyó un país sino que lo saqueó. Mientras los conservadores chilenos pueden decir que hicieron un país, los conservadores peruanos no pueden jactarse de lo mismo. Al contrario: perdieron uno. Ser conservador en el Perú es una expresión neurológica de cretinismo. ¿Qué conservas? 
¿A qué se le puede poner candado en el Perú?
¿A qué le pones candado? ¿Qué lana merece naftalina en el Perú? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario